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El gran fraude de la Luna (1835)

Un periódico serio de los EE.UU. -el New York Sun– publicó en 1835 una serie de artículos que mantuvieron en vilo a sus lectores. La serie, compuesta por seis notas periodísticas, versaba sobre “recientes hallazgos en la Luna, efectuados a través de un novedoso telescopio por John Herschel”. Involucrar a uno los astrónomos más famosos de la época proporcionaba una pátina extra de seriedad a los artículos, pero el último de ellos era casi increíble: la Luna estaba habitada por una tribu de hombres voladores. Te contamos los detalles de esta historia, de la que el periódico nunca se retractó.

Uno podría creer que las historias fantásticas, a menudo llamadas “hoax” o bulos, son patrimonio exclusivo de la era de Internet. Nada más alejado de la realidad. A pesar de que con Internet hoy sufrimos a diario el bombardeo de noticias falsas y bulos de todo tipo, desde Bonzai Kittens (gatitos bonsái) hasta las cebollas capaces de recargar las baterías de nuestros gadgets, lo cierto es que hace más de 180 años ya se intentaba engañar a la gente con las historias mas increíbles. La más impresionante de todas quizás sea “El gran fraude de la Luna” (Great moon hoax) de 1835. El New York Sun, uno de los diarios más serios y creíbles de la época, fue el encargado de publicar la historia.

La “noticia”, en la primera página del periodico “Sun”

Todo comenzó cuando el primer artículo de la serie fue publicado el 25 de agosto de 1835, en la segunda página del diario, bajo el título de “Descubrimientos Celestiales” (“Great Astronomical Discoveries”). A través de él, los lectores se enteraron de las últimas novedades astronómicas. Podía leerse: “Acabamos de saber que Sir John Herschel ha realizado unos descubrimientos astronómicos maravillosos en el cabo de Buena Esperanza, gracias a un inmenso telescopio equipado con una lente de 7 metros de diámetro y que funciona mediante un principio totalmente nuevo”.

Leyendo el texto uno se enteraba que Herschel -un famoso matemático y astrónomo inglés, que entre otras cosas popularizó el uso de la fecha juliana en astronomía, inventó la cianotipia y acuñó los términos “fotografía“, “negativo” y “positivo“- había organizado una expedición a Sudáfrica en enero de 1834, y había instalado un observatorio astronómico en la Ciudad del Cabo. La noticia del Sun citaba como fuente al Edinburgh Journal of Science, y el artículo estaba firmado por un -supuesto- “doctor Andrew Grant”. Grant era -teóricamente-  un colega de Herschel, y se encargaba de explicar los avances técnicos que incorporaba el nuevo telescopio.

El segundo y tercer artículo, publicados los días 26 y 27, comenzaban a describir las maravillas que Sir John había sido capaz de ver mientras observaba la Luna. Se ofrecían interesantes detalles de la topografía lunar, bosques, cráteres, lagos, océanos y playas incluidos. Los lectores del Sun, gracias a estos artículos, se enteraron que nuestro satélite estaba repleto de manadas de bisontes que pastaban apaciblemente en las llanuras de la Luna. Como si los bosques o los bisontes no bastasen como tomadura de pelo, Grant relataba cómo unos unicornios azules se paseaban por las cumbres lunares y la forma en que unas criaturas anfibias esféricas rodaban por sus playas. Una serie de cangrejos, pelícanos y cebras, muy similares a las terrestres, completaban la fauna de la Luna. Como es lógico, a esta altura de los acontecimientos la ciudad entera no hablaba de otra cosa que de estos descubrimientos, y el Sun se vendía como pan caliente.

La sociedad de los “hombres murciélago” sobre la Luna

Pero nada se compararía a lo publicado en el sexto y último articulo: el descubrimiento de una tribu primitiva de seres humanoides peludos y alados, a los que Herschel llamaba “vespertilio-homo” (hombre murciélago). Estos seres se encontraban cerca de un templo dorado, al que la nota se refería como “el Templo Lunar”. Era un edificio construido de zafiro cuyo tejado era soportado por columnas de 21 metros de altura. Además, los vespertilio-homo conocían el fuego. En este momento el interés de los lectores había llegado al punto más alto en la historia del diario, pero todo terminó ya que -supuestamente- el milagroso telescopio, en un descuido del astrónomo, se había orientado al Sol y los rayos solares concentrados por las lentes habían quemado el observatorio, dejándolo inservible. Esa fue, obviamente, la excusa para terminar con el gran fraude de la Luna.

Los periódicos rivales, intentando aprovechar la fiebre desatada por el Sun para vender más ejemplares, llegaron a fingir que habían obtenido copias de los artículos originales del Edinburgh Journal of Science y publicaban su versión de la historia, aunque -por supuesto- simplemente copiaban lo que aparecía en las páginas del Sun. Solo unos pocos cuestionaron la historia, como el New York Commercial Advertiser, que se preguntaba cómo podía creerse que una historia así, sobre una expedición que debería haber sido preparada durante años y que hubiese pasado completamente desapercibida a los diarios británicos. Esos escépticos fueron los únicos en salir bien parados de esta historia. Cuando varias semanas más tarde se descubrió que la sensacional serie de artículos era completamente falsa, más de un periodista debe haber sentido deseos de matarse.

Herschel, obviamente, no había observado vida sobre la Luna.

El mismo Herschel, que obviamente ni había observado vida sobre la Luna ni había llevado a cabo ninguno de los avances técnicos que se le atribuían, se enteró meses después del hecho, pues efectivamente estaba en Ciudad del Cabo haciendo observaciones astronómicas. La fuente citada por el Sun, el Edinburgh Journal of Science, habia dejado de publicarse varios años antes, y el autor de las seis notas, Andrew Grant, tampoco había existido nunca. Se cree que el diario publicó la historia  para incrementar sus ventas y, de paso, ridiculizar algunas de las teorías astronómicas que se habían publicado en ese entonces.

El Reverendo Thomas Dick, por ejemplo, había calculado y publicado en un libro (que se vendió en cantidades industriales) que el Sistema Solar contenía –exactamente– 21.891.974.404.480 habitantes. De ellos, 4.200 millones vivían en la Luna. Como fuese, los lectores nunca se enteraron de las verdaderas intenciones del periódico, y a pesar del intenso debate público que despertó la historia, el Sun jamás admitió públicamente que todo había sido un engaño. De hecho, en septiembre del mismo año publicó una columna en la que se analizaba la posibilidad que la historia fuese falsa, pero sin llegar a ninguna conclusión.

El Templo sobre la Luna

Los más perjudicados fueron los periódicos rivales, ya que quedó en evidencia que copiaban descaradamente a el Sun. Pasado el tiempo, la gente tomó todo como una broma y las ventas del diario nunca se resintieron. Como puedes ver, es perfectamente posible crear un engaño creíble aún sin utilizar Internet. ¿Qué opinas?

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