Es curioso que una misma palabra signifique una cosa y su contrario pero así es de la palabra visionario porque si bien puede ser una persona que se adelante a su tiempo y vea el futuro también significa fantasioso y quimérico.

Los profetas fueron visionarios que, a menudo, estaban rodeados de gente que no querían ver más allá de su propia concupiscencia lo que les impedía prepararse para el futuro entendiendo las promesas que les eran anunciadas.

El raciocinio puede ser una arma de doble filo porque si bien nos invita a razonar aquello a lo que nos enfrentamos, no siempre somos capaces de tal actitud porque no todo exige mente también hay cosas que claman espíritu y eso apela a la fe. Querer resolver todo mediante la razón nos impide ser visionarios cuando más lo necesitamos, cuando la situación nos exige superar el conocimiento que nos es negado mediante la confianza y la obediencia en quien hemos depositado nuestra fe.

A todos nos gustaría tener el don de visión, a todos menos a los que lo tienen porque no hay nada más terrible que ver aquello que sucederá y no ser escuchado y menos creído por los afectados. Es la historia del pueblo de Israel y de sus profetas. Es nuestra historia.

Hoy los visionarios se han transformado en futurólogos y ya no tienen visiones sino predicciones. Es el resultado de la mano del hombre que ha transformado un don divino en una rastrera profesión humana.

Hay hombres que no son de su época y viven dos pasos antes que los demás. El resultado es que se caen antes y tropiezan los primeros porque no por ver lo que será antes harás que los demás también lo vean y si se niegan estarás navegando a contracorriente en ríos revueltos.

Jesús no era un visionario, era el visionario. Aquel que sabe lo que ha sido lo que es y lo que será. Nos ha legado sus enseñanzas como camino hacia la salvación, hacia Él y el Padre. Nos ha regalado el precioso don de la fe que nos acompaña a lo largo de toda nuestra vida para que seamos nosotros también visionarios de nuestro futuro, a su lado, para la eternidad.

Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.2 Por ella alcanzaron buen testimonio los antiguos. (Hebreos 8)

Que Dios os bendiga, Alfons
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