El mundo está lleno de personas que andan con Seguridad hacia el precipicio de sus vanidades.

Pocos son los temerosos de Dios que confían en Él más que en sí mismos a la hora de emprender el viaje de su vida.

La seguridad en nosotros mismos nos aboca a ser almas perdidas, porque nuestra suficiencia nos impide seguir el único guía de salvación: Jesús, aunque pretendamos lo contrario.

El que se cree perfecto en su fe está perdido en su orgullo.

La sapiencia es enemiga de la sabiduría, pues cuanto más te crees saber más fácilmente te perderás en tu concupiscencia.

No hace falta creerse experto en caminos para no perderse, solo ser conscientes de quién lo ilumina para nosotros.

Sin temor no hay respeto, sin temor a la verdad no hay obediencia a Dios. Si fuéramos conscientes de esta realidad seríamos mucho más cautelosos a la hora de tomar decisiones.

La sordera es una de las enfermedades más comunes del alma. Nos invita a oír sin escuchar, a ignorar el llanto de los demás de lo ocupado que estamos en solo escuchar el nuestro.

Es fácil reconocer una persona perdida, su seguridad la delata.

No hay más perdido que aquel que clama constantemente su rectitud y su perfección, pues no solo miente a los demás sino que también se miente a sí mismo. Parece obviar una verdad sagrada: Dios escudriña las profundidades de nuestro corazón para extirpar las mentiras de nuestra condición pecaminosa.

24 Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. 25 Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. 26 Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? (Mateo 16:24-26)

Que Dios os bendiga, Alfons
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