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Un Dios que muere

Tags: muerte dios ante


Viernes Santo de la Pasión del Señor


Para el día de hoy (14/04/17): 

Evangelio según San Juan 18, 1-19, 42





Arresto, proceso, ejecución y sepultura.

Lo arresta un grupo compuesto por soldados romanos y guardias del Templo, designados por el Sanedrín. Como si se tratara de un hombre peligroso. Quizás preven una respuesta armada de parte de los suyos -la acción de Pedro les otorga cierta razón-, pero hay también una cuestión llamativa: lo han buscado durante bastante tiempo por varios sitios infructuosamente, y sólo logran atraparle mediante la intervención de un traidor, el Iscariote, que les señala no sólo el lugar sino al reo que buscan. 

Lo llevan ante Anás, ante Caifás, ante Pilatos, ante Herodes Antipas, ante Pilatos de nuevo. Proceso cuanto menos irregular y ajeno al derecho. La condena está decidida de antemano, y parece que el debido proceso y la justicia sólo se garantiza a los poderosos.
Los dirigentes religiosos se quedan en la puerta del pretorio, pues consideraban impuro ése lugar, la fortaleza Antonia sede del pretor romano en Jerusalem. La soberanía todo, especialmente sobre la vida y la Muerte, correspondía al ocupante imperial romano.
Se quedan en la puerta del lugar impuro, en resguardo se su pretendida diafanidad y pureza espiritual. Extraña contradicción de sumisión a quienes ofende y explota a su pueblo y holla la tierra santa con sus legiones. 
Esos hombres son profundamente religiosos, pero el odio les gana la vida entera, y con tal de procurar la muerte de Jesús de Nazareth devienen en apóstatas sin remedio: afirman sin inmutarse que no tienen otro rey que el César.
Pilatos era ferviente antisemita y no perdía oportunidad de ofender al pueblo que sojuzgaba; así ingresó varias veces por la fuerza al tesoro del Templo, saqueando sus arcas, colocando símbolos imperiales en ámbitos sagrados, reprimiendo con voraz violencia cualquier atisbo de rebelión. La indecisión frente al Cristo es volátil, tan volátil como la justicia que ejerce: prima el poder que detenta y que depende en todo de los caprichos del César. Aún cuando lave sus manos, entregará al manso rabbí galileo a la precisión de la tortura romana y de la crucifixión, porque ese hombre se hace rey y no reconoce al César como Dios. La identificación que colocará en la cruz tiene intenciones ofensivas para con los dirigentes religiosos: Jesús Nazareno rey de los judíos. El término correcto hubiera sido Rey de Israel, y ello denota un menoscabo de la misión del Señor pero también la naturaleza política de la decisión de muerte que tomará: es un problema de esos revoltosos judíos que él se encarga de aplastar sin demoras.

Los romanos eran expertos a la hora de aplicar la pena capital. Previo al cadalso en sí mismo, al reo se lo ablanda con torturas planificadas, una flagelación que disminuya el físico del condenado y que nos les robe tanto tiempo. Es dable suponer que Jesús llega al Gólgota muy cerca del coma, un peso brutal del madero que debe cargar por las calles de una Ciudad que no parece tan santa, manchada por la sangre de los inocentes.
La cruz, como patíbulo, se reservaba a los criminales más abyectos, y tiene dos facetas: la acción punitiva en sí misma y el castigo ejemplificador que desaliente cualquier conducta. A la vista de las gentes, se solía dejar agonizar al condenado por horas, y luego de su muerte, se dejaban los cadáveres con una siniestra amenaza para aquellos que anduvieran siquiera pensando en rebelarse contra Roma.

Cristo muere rodeado de malhechores, y de soldadesca que se burla.

Los discípulos han huido, se escondieron atenazados de miedo. Frente a la cruz, la Madre, otras mujeres y el Discípulo Amado.
José de Arimatea pide permiso al pretor porque se acerca el día de la Preparación previo a la Pascua, y el tiempo se acaba para tratar con un cadáver. Junto a Nicodemo, entierran a las apuradas al Cristo muerto, colocándole mortaja y sales aromáticas que retrasen el hedor de la muerte. Tumba nueva y sin uso, tumba prestada para el pobre entre los pobres. La norma romana lo hubiera destinado a una fosa común sin identificación, como un residuo que se descarta.

Los datos crudos y lineales indican derrota, dolor, muerte. La superficie señala que siempre deciden los Anás, los Caifás, los Herodes, los miserables opresores de este mundo.

La pura letra dice que Dios ha muerto.

Sólo desde la fé y desde un profundo silencio podremos descubrir una luz de esperanza entre tantas tinieblas, el insondable e infinito amor de Dios que prevalece sobre la muerte, que nada se reserva para sí, un Dios que asume en sus hombros todas nuestras miserias, un Cristo que en su santo sacrificio reconcilia cielos y tierra, una cruz que es salvación antes que condena eficaz, la libertad absoluta de Cristo que es mayor que la eficacia mortal de los romanos, un Dios fiel hasta la muerte que transforma dos maderos horribles en un árbol santo del que fluye vida y bendición.

Paz y Bien





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