Reunidas en su café favorito, Vanesa lloraba y, entre sollozos, explicaba a sus amigas que Gerardo había vuelto a dejarla y que algo le decía que ésta vez sería la definitiva: ¿qué voy a hacer?, ya nada tendrá sentido…

María, a Quien el drama le gusta tanto como un eyaculador precoz, empezó a sentir que su sangre se acumulaba, su temperatura subía y el pulso se aceleraba, hasta que no puedo contenerse y estalló: ¡no tienes remedio!, te he dicho 700 veces que los hombres son para usar y tirar, pero a ti te encanta hacer de tapete.

Mala cosa para Angélica; aunque coincide con María en que lo de Vanesa parece una vocación, también es cierto que esta escena, en la que una llora y la otra enfurece, se ha repetido hasta la náusea, lo que no impide que Angélica se intranquilice, que su angustia gane terreno; y es que sabe lo que vendrá: cuando María estalla no es capaz de detenerse, al contrario, va subiendo de tono hasta conseguir que Vanesa pase de la tristeza a la ira y entonces sí, Dios las agarre confesadas.

Si algo tiene remedio, ¿de qué te preocupas?; si no tiene remedio, ¿de qué te preocupas?, ése es el lema de Julia quien, frente a la repetitiva escena se mantiene en completa calma, a la espera del mejor momento para intervenir. Viene de cerrar un estupendo negocio y no quiere que le pase lo de aquella vez en que la asaltó un ataque de risa en medio del pleito entre Vanesa y María, ¡uy!, cómo se ofendieron, ¡pero no se burlaba!, fue sólo que una hora antes de reunirse con ellas había tenido el orgasmo de su vida y la felicidad se le desparramaba por cada poro.

Si nos pusiéramos a hacer juicios morales, seguramente convendrías conmigo en que deberían controlar, Vanesa su tristeza, María su ira y Angélica su miedo; que deberían seguir el ejemplo de Julia, ya que la tenían frente a ellas.

Pero no es tan fácil… ni tan conveniente.

Las emociones son resultado de la evolución y para presentarse no requieren de nuestra voluntad, pues son respuestas químicas y neuronales frente a determinadas situaciones; tienen, además, una función, nos son útiles. El miedo, por ejemplo, nos pone en estado de alerta ante situaciones de peligro; una rabieta puede ser indicador de que algo de fondo anda mal.

Por lo tanto, clasificarlas como  buenas o malas carece de sentido; en todo caso, pueden ser agradables o desagradables o, dependiendo de la situación, adecuadas o inadecuadas.

<span “>¿Son lo mismo emociones y sentimientos?

Es muy común pensar que son lo mismo cuando, en realidad, los sentimientos son la interpretación o significado que le das a tus respuestas emocionales. El decaimiento y la angustia experimentada por Vanesa tras el abandono de Gerardo recibió nombre en automático: estoy triste; su llanto no sólo es la consecuencia socialmente mejor aceptada, también la fisiológica: las lágrimas contienen corticotropina, un químico que ayuda a reducir los niveles de estrés; por si fuera poco, convocan el apoyo social, el apapacho y, por sí mismas, estimulan una sensación de bienestar.

¿Te acuerdas de Charles Darwin, a quien quisieron ridiculizar en su tiempo colgándole el milagrito de haber dicho que el hombre descendía del mono? Pues fue él quien notó que, sin importar la cultura, los bebés reían sin que nadie los enseñara; más tarde identificó reacciones emocionales entre los animales. ¿Qué tan productivo será, entonces, pelear con tus emociones?

Lo que sí es recomendable es cambiar el cristal con que las miras, aprender a reconocerlas como parte de la vida, escuchar el mensaje que traen consigo y tomar las acciones necesarias para tu bienestar. Lo ideal sería que un 80% de tus emociones sean agradables y que el 20% restante, aunque desagradables, te sean de utilidad. Mientras más alejado se encuentre tu balance de esta proporción, más necesario será que hagas algo al respecto.

En mi curso A 6 Pasos del Amor te enseño algunas técnicas de Programación Neuro Lingüística (PNL) que, con sorprendente facilidad, te permitirán regresar a un estado de bienestar cada vez que lo requieras.