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Yo no tengo la culpa. Que no se lo hubieran leído. I.

Empiezo a estar harto de que la gente me acuse de ser el causante de todos los desastres que suceden en el mundo. ¡Total! Por haber escrito un sencillo manual de instrucciones.

Claro que lo que es cierto es que es infalible.

Sí, ya sé que les hice llegar un ejemplar a Trunp, a la Theresa Mai, a Rajoy, a algún tesorero, a algún presidente de algún banco bastante popular, al Puigdemont y a sus amigos y a unos cuantos más que no os digo para que no os asustéis.

Pero ¡leches!: No tenían por qué habérselo leído. Era solo para que lo pusieran en la estantería para rellenar algún hueco, mera cuestión estética. O si acaso para calzar alguna pata de silla o mesa o incluso cama.

El caso es que me consta que desafortunadamente y haciendo caso omiso a las propias instrucciones, se lo han leído, y lo que es peor, lo han puesto en práctica. Lo malo es que lo pagamos todos. Pues ¡hala! Para que podamos defendernos aplicando la misma medicina, nada mejor que ir pasándoos a trozos el contenido, poco a poco en breves comentarios. Así estamos en igualdad de condiciones (o eso es lo que os creéis)

Así que aquí vais a ir teniendo por partes los mejores trozos del Manual definitivo de demolición. Que se titula efectivamente así: Finish Down, Manual de demolición. Empezamos por la presentación. Alllá va:

El siguiente manual es un compendio breve y práctico sobre gestión empresarial. Recoge, en muy pocas páginas, los principios esenciales que deben regir la actuación de un buen directivo.

Estamos acostumbrados a recibir o a oír hablar, de múltiples lecciones magistrales, sobre las más diversas técnicas de gestión empresarial y sobre todo, de liderazgo, donde se abusa hasta la saciedad de términos e ideas sobre recursos humanos, capital o factor humano, gestión del cambio, innovación, inteligencia emocional, comunicación, coaching,  liderazgo, y otros tantos términos, a cuál más sugerente, o incluso críptico…

La realidad es que, al final, alguien debe llevar a la práctica las enseñanzas. Está muy bien la teoría, pero si no se lleva a la práctica, se queda en agua de borrajas.

Los principios que se exponen a continuación, son fruto de un análisis, no convencional, pero absolutamente riguroso en su recopilación y por tanto en su representación.

No importa si se trata de una empresa antiquísima o de un nuevo negocio, de una enorme corporación o de una minúscula empresa familiar. En nuestras manos está la posibilidad de llevarla al traste en menos que canta un gallo. Pruebas hay de todo tipo. Todos conoceremos los casos típicos de magníficos negocios familiares, que se hunden simplemente por banales disputas entre familiares, que poco o nada, tienen además que ver, con el propio negocio. O gigantescas multinacionales que, dirigidas por ejecutivos sin escrúpulos, sólo pendientes de sus bonus, stock options u otro tipo de prebendas, son capaces de dinamitarlas con absoluta precisión. Auténticas joyas e incluso referentes sociales y populares, han caído.

Tan sólo hace falta poner un poco de voluntad y esfuerzo y el éxito en alcanzar la destrucción está asegurado.

Que conste que esto es aplicable a todo tipo de organizaciones, desde una ONG, pasando por una familia o clan familiar, hasta asociaciones, municipios o países enteros. Tan sólo se trata de dimensiones distintas y si acaso, de percepciones diferentes. Por si lo duda, piense que ningún imperio ha durado eternamente.

Sin duda es muy fácil, o al menos lo parece, cargarse una empresa.

Es cierto. Sin embargo, como en toda actividad, es conveniente no escatimar ninguna oportunidad para Hacerlo con verdadero éxito.

Aunque, en general, el éxito final realmente esté asegurado, casi siempre será posible hacerlo en un menor tiempo, o causando el mayor daño posible. Tal Vez Sea posible hacerlo perjudicando a un mayor número de personas o incluso haciendo la agonía más lenta. Es conveniente no dejar nada al azar y aprovechar todas las oportunidades que se nos presenten.

Hay una cosa que resulta obvia. La capacidad de destrucción y por tanto de alcanzar el éxito en la tarea que nos ocupa, está en relación directa con el poder o capacidad de acción del interfecto en cuestión que sea el protagonista en cada caso. Pero no caigamos en la tentación de infravalorar el potencial de arrase de cualquier eslabón, por insignificante que parezca. Y si no, piense que todo un complejo sistema informático se puede ir al traste gracias a un torpe que formatee un disco duro o que la reputación de toda una multinacional se vaya al garete porque un becario distribuya por una lista de correo o publique en internet, la lista de datos personales de los clientes, o tan sólo porque acaben en los cubos de basura, unos historiales médicos, simplemente porque alguien se olvidó de usar la destructora de documentos.

Basta con que a alguien se le olvide una colilla encendida al lado de un depósito de combustible o que infecte sin querer una muestra de sangre. Y siempre nos podemos encontrar con que, el guardia de seguridad de la puerta o una secretaria, impidan o filtren el acceso del cliente o futuro cliente del siglo y perder la mayor cuenta de la historia. También un torpe puede hacer mal una conexión eléctrica y cargarse una planta nuclear.

Estos casos son tan obvios que no vamos a hablar de este tipo de situaciones. No hace falta recurrir a ellas, pese a que, sin duda son tremendamente efectivas. Alcanzan casi la categoría de delictivas y no es nuestro propósito acudir a esta vía. Seremos más sutiles. Tal vez sea más lento, pero en el fondo, igual de eficaz.

El éxito en alcanzar el objetivo, es decir la destrucción total, no requiere una intención clara, es decir la existencia de una persona o grupos de personas con voluntad predefinida de hacerlo. Cualquiera puede hacerlo desde la más absoluta inconsciencia.

Puestos en canción, pasaremos  a conocer esas infalibles técnicas en posteriores artículos….

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