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PARA CONTAR / EL ACERTIJO

“Decisiones, cada día.
Alguien pierde, alguien gana, Ave María.”
Extracto de la canción “Decisiones” de Rubén Blades.

El hombre escuchó el Acertijo. El sonido de las palabras era ya suficientemente aterrador, pero aún peor, al escucharlo supo inmediatamente que era indescifrable, imposible de resolver.
La horrenda criatura estaba encadenada y famélica. En otros tiempos la regencia de justicia le suministraba un inculpado con suficiente frecuencia, pero en su insaciable afán de cambiar todo y en nombre de una supuesta humanización, los Corregidores habían decidido acabar también con aquel ritual.
Mas no puede un pueblo liberarse, así como así, de un ser de ascendencia divina, por demoníaca que sea; una en cuya sangre persiste el aliento de Quimera, Equidna, Tifón y Ortro. Ni siquiera ahora que los Dioses sólo saben dormir, pues bien sabemos que los pueblos que dejan de lado las tradiciones, pagan su desvarío despertando a alguno de ellos, y que la furia de un Dios al que se provoca ingratamente es tan atroz y cruel como la destrucción del lugar que originó su pesadilla.
Fiel al ritual inaugurado por su legendaria antecesora, la mosntruosidad presentaba un acertijo al condenado, para luego devorarlo si el desdichado no respondía correctamente. Ahora los Corregidores habían sentenciado a muy, muy pocos a enfrentarla y, además, no podía encarar al siguiente condenado hasta que el anterior no hubiese intentado una respuesta. Ahora las fuerzas la abandonaban y aquellas cadenas que la sujetaban eran mayores que cualquier esfuerzo y furia que pudiera desplegar.
Un humano cada dos o tres semanas había servido para mantenerla con vida en el pasado, y si de vez en cuando alguno lograba responder correctamente al acertijo y liberarse del espantoso destino, tampoco importaba tanto. Ahora era distinto, el apetito la tajaba y la debilidad era una auténtica amenaza. A los Corregidores les estaba vedado matar de hambre a una criatura de su clase, pero estaban haciendo sólo lo mínimo necesario para que no fuese así y ya dos lunas llenas habían transcurrido sin enviarle al menos un convicto.
La antigua ley estipulaba que no podía llegar una tercera Luna Llena sin que algún culpable fuese presentado ante ella, de manera que a más tardar esa noche tendría un humano ante sí. Era imprescindible que el siguiente condenado no respondiera el acertijo, así que, invocando la sangre de sus ancestros, forjó aquel acertijo insoluble.
La luna llena bañó el rostro del condenado que el carcelero arrastraba. Después de quedarse solo ante la bestia y escuchar la pregunta, el hombre dijo:
- Tengo derecho a intentar encontrar la respuesta en mis sueños. Si al despertar no tengo la solución, podrás devorarme.
- Nada nuevo me dices. Así lo establece la Ley, humano.
- Debes entonces jurar que esperarás a que despierte para saber si tengo la respuesta.
- No puedo negarte lo que la Ley ordena. Tienes mi juramento, por inútil que te sea. Puedes retirarte ahora, no tengo más nada que decirte.
- Yo sí. Vine a acabar contigo y así lo haré, aborrecimiento.
- Escoge bien tus sueños, humano. Serán tus últimos.
A la mañana siguiente no se había aún ocultado la luna llena cuando la criatura llamó a su carcelero:
- ¿Ya despertó mi alimento? – preguntó, tratando de disimular sus ansias.
- Aún no.
- ¿Y qué esperas para ir a buscarlo? Nace el día y es hora de ejecutar su sentencia.
- No me es dado despertarlo; tu hombre aún no se ha dormido.
Detrás del carcelero, surgió el condenado:
- Aún me protege mi derecho a buscar la respuesta a tu acertijo en mi sueño.  


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