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Mi terrible experiencia con la Policía Federal

Hace unos años trabajé como revisor en el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM). Un revisor es el encargado de inspeccionar tanto a los pasajeros como a su equipaje, con el fin de evitar que transporten cosas ilegales.

Crestomatía: http://www.laprensa.mx/notas.asp
Un buen día mi jefe inmediato se acercó a mi lugar de trabajo y mientras señalaba con el dedo en dirección de dos de sus jefes, los cuales estaban acompañados de otras dos personas que yo no conocía, me dice que me presente con ellos. Eso hice. Al llegar con ellos, me indicaron que los siguiera. Salimos en dirección a las instalaciones donde los revisores guardábamos nuestras pertenencias. En el camino pensé que la cosa se relacionaba con el hecho de que había yo tomado la costumbre de faltar continuamente al trabajo y que muy probablemente se habían cansado de mí y era quizá hora de terminar la relación laboral.

Justo antes de llegar a las instalaciones mencionadas nos detuvimos en el patio, enorme como se pueden imaginar. Los dos desconocidos comenzaron a hablar directo con mis superiores indicándoles el motivo por el cual estábamos todos ahí. Me iban a llevar detenido porque era presunto responsable de un crimen relacionado con la delincuencia organizada.

En el post anterior escribí mi experiencia con la sola idea de ser inculpado falsamente por las autoridades. Bueno, pues en el AICM no se trató de ninguna idea, era la realidad, me estaban inculpando, me estaban asociando o queriendo asociar con un crimen de verdad.

Crestomatía: http://www.xeu.com.mx
Uno de los federales me esposó. Yo estaba congelado. No dije una sola palabra, nada, como si todo eso fuera un terrible sueño, uno de esos en los que por alguna razón no puedes golpear a tus agresores, uno de esos donde no te puedes mover ni correr ni nada. Se ubicaron los federales uno a cada lado mío y sujetándome de los brazos me llevaron hacia la salida principal, aquella por donde salen los pasajeros no los proveedores ni trabajadores.

Justo en la entrada del AICM estaba estacionada una camioneta, Suburban, según recuerdo. Me subieron y uno de los federales condujo a toda velocidad como si nos estuviesen persiguiendo. De pronto una patrulla se puso enfrente y no nos dejaron pasar; pensé que me estaban secuestrando y que la policía de la Ciudad de México de alguna manera milagrosa había llegado a salvarme. "Por favor, que la policía me baje y me saque de este embrollo", me dije a mí mismo. El federal se bajó, intercambió 3 palabras con la policía y ésta se hizo a un lado. Mis captores retomaron nuevamente el camino. De inmediato me comenzaron a mostrar una serie de fotografías preguntándome a quiéenes de ahí conocía. No conocía a nadie. Las fotografías eran del aeropuerto.

Yo sólo pensaba que ojalá la camioneta se dirigiera a una institución gubernamental y no a un lote baldío. Estaba seguro que si me llevaban a las oficinas de una institución del gobierno todo se iba a aclarar porque no era yo ningún criminal, y en verdad esperaba llegar a tales oficinas y no comenzar a ver despoblado, porque en este último caso probablemente me habían confundido con otro e iban a matar.
Crestomatía: https://www.elpuntosobrelai.com
Finalmente llegamos a las oficinas de la que entonces se llamaba Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO). Ahí me explicaron todo: dos de mis compañeros revisores estaban coludidos con un pasajero para que éste pasara sin ningún problema con una maleta atascada de dinero. Me mostraron un video del momento en que uno de esos revisores delincuentes parecía haberme dicho algo a mí. Si la SIEDO fue por mí fue para asegurarse que yo no hubiera tenido nada que ver con ese crimen.

El cuento es bastante largo, pero, y ya para terminar, les digo que me dejaron ir como a eso de la una de la mañana del día siguiente, pero no antes de que me carearan con uno de los dos revisores que al parecer habían capturado recientemente. Era una chica. La recuerdo bien, lloraba por el asunto en el que estaba metida. Me miró de frente y los federales le preguntaron si me conocía. Ella contestó que no. Estaba destrozada, iba a parar años en la cárcel por una tontería como esa.


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