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La forma de ateísmo que todos profesamos

Platón hablaba de varios tipos de ateísmo. Uno de ellos, el peor, consistía en intentar complacer a los dioses con ofrendas y regalos solicitando a la divinidad un pequeño favorcito. Era la peor forma de ateísmo, decía Platón, porque era tratar a los dioses como si fueran perros que se contentaran con los huesos y las sobras de nuestra mesa.

¿Acaso esto nos suena familiar? Sí, claro que sí. Hoy día y desde hace mucho existen nuestras mandas y sacrificios para convencer a Dios de que nos dé tal o cual cosa. De este modo, los creyentes católicos ejercemos la peor forma de ateísmo de que hablara Platón hace tiempo.

Crestomatía: https://laislaoeste.files.wordpress.com/2016/03/peregrinacion-a-basilica-nuestra-senora-de-la-monserrate-hormigueros.jpg

Como lo comenté en el post relacionado con la posible imperfección de la divinidad, no soy creyente. Pero cuando lo era, pedía a Dios cosas a cambio de otras, como si a él, en caso de existir, le interesara en algo cualquier bien que yo pudiera tener.

Voltaire hizo una vez una magnífica y demoledora comparación entre Dios y el capitán de un barco:
Dios se preocupa de los seres humanos tanto como el capitán de un barco se preocupa de las ratas que hay en sus bodegas.
Independientemente de que consciente o inconscientemente tratemos a Dios como a un niño para convencerlo de que nos dé sus tesoros por nuestros sacrificios sin valor, ¿alguna vez hemos pensado en que tal vez le somos indiferentes a Dios como nosotros mismos lo somos frente a otras formas de vida que tenemos frente a nuestra cara y que nos son tan prescindibles que apenas nos damos cuenta que están ahí?

Crestomatía: http://3.bp.blogspot.com/-YeWxp6yfi0s/VXDdXICAtYI/AAAAAAAACJE/YgoA8hBFmdI/s1600/ratas-abandonan-barco-e1360927735646.jpg

Nosotros sabemos perfectamente que existen hormigas y otras formas de vida semejantes en nuestros jardines, justo en nuestra propia cara, pero nuestros días pasan, uno tras otro, y tales formas de vida no nos quitan el sueño, nunca, nos son absolutamente indiferentes. Quizá, no sé, es posible que a un ser que está más allá de nuestra propia comprensión como Dios (si existe, por supuesto) le pase lo mismo que nos pasa a nosotros con los insectos de nuestro jardín: sabemos que están ahí, pero no nos importa su vida, sus problemas ni su felicidad.


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