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Chiloé: cielos cubiertos

Tags: primo corderos


Me sentí un tanto ridículo parado ahí, con mi cámara en mano y mi chalequito Zara observando como los demás corrían tras los animales. Supe de inmediato que estorbaría más que lo que ayudaría y decidí actuar como un maldito turista observando un hecho pintoresco. Nos habíamos trasladado junto con mi Primo al villorio de Colo, famoso por su iglesia declarada junto con otras de Chiloé como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Colo es, en resumidas cuentas, la iglesia, tres casas y mucho campo, un lugar similar al caserío donde mi madre nació. Yo sacaba y sacaba fotos a mi primo y a los demás que correteaban los corderos por el campo, ya que el dueño de los animales no tenía apiñadero y había que correr por ellos, tarea nada de fácil. Finalmente los dos corderos que necesitábamos fueron capturados, amarrados, pagados y colocados en el portamaletas del auto. Si, en el portamaletas, ya que no había camioneta para transportarlos y tuvimos que recorrer los 20 kilómetros de camino de tierra hasta la casa de mi primo con los animales ahí dentro (¿les mencioné que el auto era hatchback?). El suegro de mi primo, chilote de toda la vida, se reía de mí por mi afán de sacar fotos por todos lados a cosas que él consideraba de lo más normal. Claro, porque allá para el Año Nuevo no se compra la carne en una carnicería o supermercado ni se asan en una parrilla, sino que se compran los corderos, se sacrifican y se asan al palo, cosa que considero de lo más saludable y bonita. Así que al día siguiente tocaba abundante trabajo: sacrificar dos corderos y un chancho para el asado del día 01 de Enero de este nuevo año. Según mi primo, quien vive en las cercanías de Quemchi, habría carne suficiente para los aproximadamente 30 invitados, pero lo que no se consideró era que varios de los invitados de esa tarde eran niños y otros ancianos que poco podían comer, por lo que ya me imaginaba el festín de carne de cordero que me daría para el otro día.

Sacrificamos a la mañana siguiente de haber comprado los corderos. Siendo honesto, el “sacrificamos” es un decir, digamos que apoyé en forma moral a mi primo y su suegro en la tarea de enterrar un cuchillo en la yugular, cortar la cabeza, los testículos y cola, sacar el cuero, partir el cuerpo, sacar las tripas, guardar tripas y sangre para hacer prietas, cortar patas y guardar todo, porque nada ha de perderse ya que todo es comible. ¿Habrá vegetarianos en Chiloé? Difícil debe serlo en un lugar donde la humedad y el frío reinan buena parte del año, y donde la vida en el campo requiere de mucha actividad física, y por lo tanto, de una dieta calórica rica en proteínas y grasas.

Decidí junto a un tío ir a Castro a dejar unas cosas y pasar luego a Quilquico, el caserío donde mi madre nació y donde pasé varias de mis vacaciones infantiles. Quilquico también sería famoso por su iglesia si no fuese porque ya hace casi dos décadas se derrumbó producto de los siglos (era una de las más antiguas iglesias construidas por los jesuitas) y el abandono por parte de las autoridades de la época que no supieron destinar fondos y recursos a su restauración, con lo cual se perdió para siempre un patrimonio que es de todos. Antes de irnos de Castro decidimos tomar un “pequeño” tentempié: un ceviche de mariscos en el muelle y luego comprar a un anciana en la calle algunos milcaos, masa de papa hecha tortilla, frita y rellena de chicharrones: una deliciosa bomba de colesterol puro directo a las venas. Quilquico está prácticamente igual, excepto por que el camino está ahora pavimentado, casi no quedan niños y la casa de mis abuelos está al borde de seguir los pasos de la antigua iglesia. Recorrí los campos, visité a antiguos familiares y vecinos los cuales para mi sorpresa me reconocieron rápidamente a pesar de los 5 años que no los visitaba. Visité a mis abuelos en el cementerio, hice de espantapájaros y luego de regreso de Quemchi , donde ya habían sacrificado el chancho y aún faltaba el segundo cordero.

Este año nuevo fue extraño para mí. Ahí, en medio del campo, en casa de mi primo, algunos familiares y la familia de la pareja de mi primo. Comimos chancho a la plancha y pavo. Tomamos vino y ron. Conversamos y nos reímos de todo, tranquilamente, sin el jolgorio característico de esta fecha, sin espectáculos pirotécnicos, sin pensar donde ir ni cómo vestirse ni nada, solo somos los que somos y disfrutar de esa rústica simplicidad de ese Chile que poco y nada aparece en los medios pero que está a la vuelta de la esquina. Disfrutar de el silencio y de las gotas de lluvia que golpeaban el techo, sonido que no siempre tenemos el placer de escuchar en nuestros valles golpeados por periódicas sequías. Y luego a acostarse, al día siguiente vendrían los invitados y habría que hacer muchas cosas, ya que llegarían temprano y el cielo amenazaba con más lluvia.

(Continuará)


Fotos: 1. Canal de Chacao
2. Las ovejas escapadizas.
3. Mi primo y su suegro en carnicera tarea.
4. Quiquico.


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