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Concurso Zenda e Iberdrola #historiasdeamor


LA ALTURA JUSTA
Macarena Muñoz Ramos


No sé cómo empezó todo. No sé si en el fondo me despierta un amor que se mezcla con el deseo y la sorpresa. No sé si realmente me corteja. Conmigo es discreto aunque locuaz. Charlamos horas enteras sobre filosofía, literatura e historia. Y siempre me mira de una forma peculiar con sus grandes Ojos Pardos. Como si quisiera descubrir el secreto que mejor guardo en mi interior. Las mujeres lo adoran y van tras él después del éxito de su espectáculo, aquel donde reúne en un mismo personaje a todos los tiranos, gobernantes y príncipes déspotas y crueles. Un discurso breve pero conciso con su voz sorprendentemente profunda y tiene al público comiendo de su mano. Después, se auto-inmola o se escabulle tirándose por un pasadizo de diez metros de altura. Los segundos se vuelven eternos. Sorpresa, incredulidad, temor. El público aguanta el aliento. Entonces, él reaparece con una enorme sonrisa en ese rostro tan atractivo para alguien como él. Una oleada de aplausos y vítores. La gente cae rendida a sus pies. Más tarde, las mujeres escaparán del celo de maridos y pretendientes para agolparse a las puertas del camerino.

Hay algo en él que resulta demasiado atractivo. Inexplicable pero poderoso. He escuchado los comentarios de algunas artistas y coristas de la compañía. Comentarios que harían sonrojar a la mujer con más mundo. Las que han ido a la cama con él, revelan todo tipo de detalles: que si aprendió artes amatorias en Oriente, que si la naturaleza lo ha compensado demasiado bien a pesar de su condición. Que puede estar horas enteras haciéndote gozar de forma pausada. Aquellas que han probado, viven esperando repetir. Las otras, escasas más bien, anhelan pronto compartir lecho con él. 
 
Yo no soy una señorita de sociedad. Fui instruida y educada pero mi familia pertenece al mundo del espectáculo generación tras generación. Y ante la muerte repentina de mi padre, me he hecho cargo de la dirección de esta compañía artística. Así que puedo decir que pocas cosas me sorprenden. Pero cuando él apareció en mi despacho, tan bien vestido, con esa colonia mezcla de bergamota, limón y romero, con sus enormes ojos pardos, el flequillo desordenado cubriendo su frente y esa sonrisa, algo despertó en mí. Otro director en mi lugar, le hubiese destinado a un espectáculo digno de su condición. Tal Vez uno cómico, tal vez como comparsa de un payaso y poco más. A mí me cautivó cuando se sentó delante de mí y desaparecieron las diferencias obvias. Con su voz profunda y el destello de aquel rubí que lucía en el dedo anular izquierdo, me hizo sentir su dolor por el rechazo de su abuelo. Los largos años de infancia apartado de su familia, viviendo al cuidado de unos sirvientes fieles pero mezquinos. Las clases privadas que a golpe de vara lo instruyeron como si se tratase de un príncipe. Su odio y temor a los caballos. Sus anhelos de escapar y recorrer el mundo, De encontrar el cariño de una madre y de conquistar el corazón de una mujer verdadera. Cuando murió su abuelo, se dedicó a vivir como un aristócrata libertino. Aunque conservó la cabeza para aprovechar su cuantiosa herencia. Viajó, bebió, comió y amó hasta hartarse. Más tarde, se presentó en mi despacho. Y me mostró con un modelo a escala, la verdad de su truco.

Ingenioso, simpático, atractivo. Por momentos, es capaz de hacerte olvidar su condición, aunque los detalles físicos lo digan a gritos. Acepté su propuesta y desde entonces nuestra relación deambula entre buenos amigos, colegas de trabajo y quizá pretendientes de algo no demasiado claro… No me muestro como la jefa ni él como mi subordinado. Muchas veces compartimos mesa y mantel. Comemos y bebemos como sibaritas. Pero el único contacto físico son sus formales besos en mi mano. Sólo eso. Este hombre me intriga. Y sé que todas las mujeres que nos conocen, me envidian. Probablemente imaginan que él y yo nos bebemos las madrugadas disfrutando de nuestros cuerpos. No me cuesta reconocer cuánto deseo que esto ocurra.


Londres, octubre de 1885.





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