Es una noche de esas húmedas donde la lluvia fresca ya paso, lamentablemente en la Ciudad no se siente el olor a pasto mojado, hay una brisa delgada como un soplo leve, la ciudad esta aun iluminada a pesar que son las 238 a.m., Marcelo pocas veces tiene la oportunidad de ver la ciudad a esa hora y desde la altura del piso 16 en el cual se encontraba, a veces fumar le hace bien, lo relaja, le hace ver que la vida es más voluble; detrás de el esta una habitación apagada con un rubia acostada entre sabanas alborotadas y almohadas en el suelo, posiblemente en una semana no recuerde su nombre, hacer el amor por hacer se le ha vuelto una rutina.

El balcón apagado, la ciudad encendida, la humedad y la pequeña luz del cigarrillo que brilla en cada aspiración es lo único que tiene Marcelo, Recuerda cuando era pequeño, siempre fue un muchacho inquieto, demasiado inquieto diría su madre, curioso a un punto tal de incluso hartarla con sus preguntas, siempre tuvo la intriga de donde se iban las monedas una vez que mama las colocaba en el bolsillo, ¿por qué nunca salían por debajo cayendo junto a su zapato? El doctor Ismael su pediatra una vez pensé que Marcelo era retrazado ya que no hablo hasta los 5 años, estaba durante todo ese tiempo abstraído en su mundo de colores y formas, tratando de entender a este mundo.

Recuerda el día que conoció a Joaquín en el colegio, tendría 12 o 13 años, la edad no la recuerda bien, pero desde entonces han sido muy unidos, Joaquín es y siempre será todo lo opuesto de Marcelo pero aceptándose ambos sus puntos de vista lo han pasado bien, Joaquín nunca aprobó que el usara drogas en la juventud, aun recuerda la voz esa fastidiosa que tenia cuando lo regañaba –Las drogas te harán tarado Marcelo deja eso!-

Entre la luz del cigarrillo y la brisa recordó a Carla.