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Activismo fresa


El año pasado escribí un tuit criticando el odio visceral con el que venezolanos menores de 30 años celebraron la muerte de Fidel Castro, en una suerte de “rabia referencial” contra el expresidente cubano. La andanada de insultos y burlas que recibí en respuesta no hizo sino confirmar y reconfirmar lo que escribí.
Este grupo de jóvenes detesta de oídas, agrede guiado por Wikipedia, ataca con saña, en nombre del libre pensamiento, a quien piensa distinto, practica un Activismo naif, que no por ingenuo deja de ser violento.
A algunos de los insultadores traté de explicarles que, una cosa era opinar que el deceso de una figura adversada por muchos era una buena noticia y otra cosa era celebrar con profunda alegría su muerte. Una cosa es lo racional y otro lo visceral.
La visceralidad de ese odio contra Castro se puede entender si proviene de Quienes fueron o se consideran víctimas directas de sus acciones, en los años 60 y 70, o incluso de familiares de esas “víctimas”, quienes por solidaridad filial pues aprendieron a detestar a Fidel, pero encontrar un resentimiento profundo contra el cubano, expresado por venezolanos sin vínculos con la isla y con una edad en la cual apenas conocen en qué consistió la Revolución Cubana, si acaso por referencia de artículos, documentales de TV, Internet o YouTube, es algo, como mínimo, absurdo. Es definitivamente un anticastrismo fresa.
Me respondieron que “tenían derecho a opinar lo que les diera la gana” y por supuesto que es así, pero una cosa es que alguien menor de 30 años opine sobre Castro y otra es manifestar arrechera contra su figura. Eso no cabe, es artificial, es azuzado. Si no lo viviste o sufriste, puedes deplorarlo, pero no odiarlo con el alma.
Lo mediático, hoy en día, sabe hacer ver a un matón como chévere si es “de los buenos”, pero a un pacifista como nefasto, si es “de los malos”. Esta juventud treintañera o menor, como que aún no entiende los sutiles mecanismos para sembrar odios e idolatrías a su conveniencia, que utiliza la industria del entretenimiento, llámese Hollywood o CNN. Prefiere irse por el camino fácil y muy seductor de aceptar la clasificación de buenos y malos que le vende esa industria y convertirse en su acérrimo defensor contra todo lo que contradiga ese estándar de cowboys heroicos.
Al final muchos de los tuiteros respondones dejaron ver la peor costura de su argumentación: odian a Castro porque odian a Chávez. Punto. Es decir, si CNN un día dice que Jesucristo era chavista, acto seguido manifestarán públicamente, con mucho orgullo, su profunda alegría porque a ese rojito lo crucificaron bien crucificado en su momento. #VivaPilatos será el hashtag.
Ese odio porque sí, referencial, aparece también en artistas jóvenes que han venido dándose a conocer, por su trabajo y talento, en los últimos años, quienes desde su popularidad consideran que tienen la obligación de fijar postura política a través de las redes sociales. Obviamente que lo más cool, lo más fino, es manifestarse de acuerdo con cualquier opinión de la Gran Industria del Espectáculo, como si fuera una santa palabra. Es decir, creen que deben deplorar públicamente todo lo que pueda ser desagradable para quienes se encargan de otorgar los Grammy o los Emmy, sin analizar mucho los detalles. Más aún si viven fuera de Venezuela.
Un ejemplo reciente es el de criticar la decisión de explotación sobre el área minera de Guayana, sólo porque es una acción del gobierno actual, ignorando toda la problemática histórica de una zona que ha sido desatendida (o empeorada) por todos y cada uno de los gobiernos del país desde que tumbaron a Pérez Jiménez, hace 60 años, hasta la actualidad. Tratan de convertirse en activistas ecológicos o defensores de DDHH, pero no por convicción y experiencia, como si la tienen muchos artistas latinoamericanos quienes desde su origen humilde, la mayoría de las veces rural, tienen toda la vida defendiendo causas, criticando gobiernos de derecha o izquierda, poniéndose al frente de manifestaciones y movimientos, pero de verdad, verdad, desde sus raíces, no desde Instagram, para coleccionar Likes y Followers que sirvan para luego venderles “el lanzamiento de mi nuevo video clip” o “mi más reciente tema”, usando fotos de Google para escribirle textos desgarradores sobre el futuro de la vida en la Tierra y publicarlas como evidencia de que se es un luchador o una luchadora de toda la vida contra la injusticia. Pones varias etiquetas. Send y listo. Cumplida la cuota de lucha de hoy.
No.
Eso se llama activismo fresa y les queda mal. Se les nota lo artificial, lo edulcorado. La preferencia por la Pepsi Cola antes que por el Papelón con Limón.
La autenticidad habla por sí sola: no es bueno practicar el activismo banal solo por quedar bien con lo que te dicen que es cool.

¿Si va?

Imagen de The Mexican Times


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