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El gobierno 15M, un triunfo del Estado

“Sí, se puede”. El grito de la semana pasada dejaba una pregunta: ¿es el Gobierno del 15M? La respuesta es sí. De hecho, ese es el gran problema de este gobierno. Narrativamente, funciona mucho mejor como final que como principio. Es la conclusión del viaje del héroe realizado por Sánchez y, sobre todo, la concreción de las aspiraciones expresadas el 15M con el grito de “no nos representan”. Esta semana ha concluido el ciclo político que se abrió en 2014, el que sostenía que el eje izquierda-derecha estaba superado y que debía ser sustituido por otro generacional: viejo-nuevo. Ya está. Este es el gobierno de lo nuevo. Es un gobierno populista. Este es el gobierno del cambio que representa –aspiracionalmente, sobre todo– a ese sujeto político llamado “la gente”.

Es interesante ver que el gobierno del cambio no ha sido confeccionado por ninguno de los dos nuevos partidos, sino por uno de los antiguos, por uno al que se daba por muerto hace un par de años y que esta semana ha mostrado de una forma avasalladora que ha superado tanto su problema para atraer personalidades como el control del ritmo cronológico de las redes sociales. El PSOE no llegó a morir porque los procesos políticos no se adaptan a los formatos televisivos.

Los nuevos partidos han querido anotarse el tanto de una manera poco estética. Era Esto, era esto, era el mensaje que se intuía en la entrevista de hace unos días en la SER a Iñigo Errejón. La transversalidad era esto. Por eso, la influencia de Podemos ha sido tan escasa. Era su idea inicial. Existía la idea de que su influencia no podía ser igual que la vieja IU. Es cierto: ha sido menor.

La oposición a corto plazo no será fácil: requiere abandonar el eje viejo-nuevo y reconstruir el ideológico, algo que tampoco se adapta a la velocidad de la televisión. Errejón reclamaba colaboración entre los proyectos progresistas porque entiende que su proyecto tenía sentido dentro del choque generacional. Ahora, está desdibujado. Sucede lo mismo en el Congreso (según Myword, los votantes de UP son los que mejor ha recibido al nuevo gobierno). Por decirlo en el lenguaje de tuiter: no se puede descarrilar el gobierno NASA desde la Sierra.

Regresar al eje ideológico no será sencillo porque la acción política de la izquierda se basa en la movilización, algo que precisa de esas organizaciones a las que la actual dirección de Podemos se enfrentó en los años de su eclosión. El gobierno del cambio sí facilita que UP evolucione en Unidad Popular, un proceso que requerirá de una reestructuración (iniciada en Andalucía) y de un recambio, que volverá a ser traumático, en la dirección.

Luis Garicano, olvidando que Ciudadanos votó en contra de la moción, ha señalado que este gobierno sin burócratas grises es la idea que ellos tienen. Además de revelar que carece de espejos en casa, ese análisis revela un desconocimiento profundo del funcionamiento de la política, que no es solo lo obvio, lo visible. El PSOE ha logrado sobrevivir estos años gracias, por ejemplo, a que tuvo 20.000 concejales en las anteriores elecciones municipales (por 1.000 de Ciudadanos y un par de decenas de Podemos).

Ciudadanos, además de cambiar de director de escena de sus festivales, debería tener en cuenta que el PP tuvo aún más y que también tiene mucha presencia en las diputaciones o en los parlamentos autonómicos. Matar al PP es muy complicado. Hay mucha gente. Ucedización es una palabra que ya se escucha poco; quizá, porque los que la repetían en abril, hace dos meses, desconocían que la UCD no existía, sino que era una coalición de 20 partidos. El PP sí existe. El PSOE, también.

Ese es el principal mensaje que lanza el nuevo gobierno: los partidos existen. El Estado existe y no es un bloque monolítico institucional fácilmente bombardeable, sino una combinación permeable de elaboración de los consensos y control de los disensos. En medio año, el Procés ha comprobado algunos de los recursos de los estados para permanecer: el monopolio de la violencia, la persuasión legal y, finalmente, la renovación adaptativa. Todo eso es el Estado (el 113 y el 155 de la Constitución).

Pocas cosas han envejecido peor estos cinco días de junio que las escenas del Procés y será complicado, en un momento en el que la forma es el fondo, defender en Europa el discurso de la España irreformable. Estamos como hace 150 años. Liberales (tecnócratas reformistas) en Madrid, Carlistas (legitimistas románticos) en Barcelona.

Ese será el gran problema: la coalición reaccionaria. Ciudadanos, superado el shock, se dará cuenta de la gran ausencia del gobierno del cambio, la bandera, y recuperará su discurso unificador, no tanto contra la plurinacionalidad (este gobierno no ha hecho bandera), sino contra la diversidad y volverá a ponerse al frente de manifestaciones contra las lenguas constitucionales, es decir, contra la Constitución, contra las lenguas españolas, es decir, contra España. Los proyectos reaccionarios españoles son nacionalistas y, por tanto, excluyentes, y siempre encuentran alianzas en otros proyectos reaccionarios. Así acabó la Gloriosa. El PP luchará por ese discurso y lo hará desde los 100.000 cargos públicos que tiene. Es probable que, en las próximas elecciones, el PP quede fuera de lo urbano e inicie el viaje que el PSOE acaba de terminar.



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