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“En las piernas, doctor, en las piernas”



Fernando Arredondo

Esto ya fue contado hace ocho años en otro medio, a poco de ocurrido, pero no está demás recordarlo. Se trata de algo que le pasó a un amigo poeta y callejero de Paraná, cuya obra nunca será conocida por completo porque tiene por costumbre quemar lo que escribe.
Cierta vez que nos encontramos me llamó la atención como le habían desfigurado la cara a golpes. Tenía los labios hinchados y marcas en el rostro de una feroz paliza. Preocupado, le pregunté que le había pasado y el me lo relató.
Todo comenzó una noche de viernes cerca del club Echagüe, donde se iba a presentar la banda punk porteña Attaque 77. La entrada costaba 8 federales y a 6 pesos se podía conseguir en Santa Fe.
Por supuesto la zona estaba llena de punkitos y mi amigo poeta estaba junto a algunos de ellos en un bar, libando y pasando el tiempo. Como es habitual en este tipo de encuentros, se armó una gresca callejera que derivó en una intervención policial. Estamos hablando de la Policía entrerriana que menos de un año antes había asesinado a tres jóvenes en los aciagos días de diciembre 2001.
Los “efectivos” hicieron lo que mejor sabían hacer. A palos y balas de goma lograron detener a un grupo de punks, que subieron en camionetas para su traslado. Entre los arrestados estaba el poeta, que cometió el error de levantarse de su mesa en el bar, asomar la nariz a la calle para ver que pasaba y quedar en el medio de la refriega. Me contó que no fueron muy amables a la hora de trasladarlo, sino que lo manotearon de la ropa, lo esposaron y lo pusieron boca abajo contra el piso de la camioneta. El vehículo comenzó su alocada carrera con sirenas. Los bajaron en la comisaría quinta, en calle Ameghino. En ese momento se dieron cuenta que lo peor recién estaba por comenzar.
Los “uniformados” bajaron a los detenidos del mismo modo que los habían subido, a los golpes. Los hicieron pasar por una especie de fila india, en la que les daban trompadas y patadas. (Al repasar esta parte recordé que cuando yo iba a la escuela primaria, los más grandes hacían esto con los más chicos en el patio de la escuela. Nunca sancionaron a nadie por esta juguetona tortura. Pensaba en como esa misma práctica se traslada, legitimada, de la niñez a la adultez).
Así fueron llevados hasta un patio donde los tiraron al suelo, siempre esposados. Allí le siguieron pegando, sobre todo patadas a la boca y a las costillas. Por eso los labios hinchados. La parte más brava fue cuando uno de los “funcionarios”, munido de una manguera, les levantó la botamanga de los pantalones y le dio sin asco sobre las pantorrillas. Luego otro les pisó los tobillos, para que sientan todo el peso de la autoridad. Finalmente los metieron en un calabozo.
Horas después fueron arrastrados hasta una oficina donde los observó un supuesto médico. “No tenés nada”, les decía a cada uno el doctor y les firmaba un papel en el que certificaba el buen estado de salud de cada detenido. A mi amigo poeta le dolían mucho las piernas, por los golpes. Buscando la complicidad del presunto médico, acercó su boca al oído y le dijo: “Me pegaron en las piernas, doctor, en las piernas. Fíjese”. Su interlocutor levantó la mirada y en vez de mirarlo, dirigió su vista al policía que estaba parado detrás, aunque seguía hablándole al poeta. “¿Dónde decís que te pegaron?”, preguntó en voz alta el médico. A buen entendedor pocas palabras. Mi amigo comprendió que era mejor callar, esperar el certificado y volver a casa, como finalmente sucedió pasadas más de 10 horas de arresto.
La semana pasada se conocieron denuncias de casos casos similares, en la misma comisaría. Los actores cambiaron, pero se ve que el patoterismo y la tortura siguen estando vigentes en el manual de estilo de nuestras “fuerzas de seguridad”. Como no es “nacional y popular” andar fajando gente así porque sí, es atinado pensar que se tomarán las medidas para frenar esta violencia, que solo engendra más violencia.


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