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De Parodias y Democracia

La noche del 24 de Agosto de 1987, la policía Chilena ejecutó una orden de detención contra Marcelo Contreras, periodista y entonces director de la revista APSI. El crimen de Contreras había sido intentar publicar un suplemento humorístico con la APSI, titulado Las Mil Caras de Pinochet, y que tendría en la portada una legendaria ilustración de Guillo mostrando al dictador como Luis XVI.

La concepción del suplemento, su confiscación en la misma imprenta y el encarcelamiento de su director fue una admisión mutua entre Pinochet y Contreras: ambos conocían bien el poder que tiene el humor, y en particular la Parodia, como herramienta subversiva del terror que ahogaba al país. Pocas cosas molestan más al poderoso que verse criticado en la esfera pública con una frase aguda o una ilustración de genio. Sobre todo cuando se imagina que la fuerza de las armas, o del cargo, o del dinero, le han comprado inmunidad contra un mensaje envuelto en esa indignidad que es la risa ajena.

La formalización de Rodrigo Ferrari, acusado de usurpación de nombre por la creación de una cuenta parodia en Twitter cuyo blanco eran los hermanos del Grupo Luksic, muestra que la pugna entre Contreras y Pinochet no fue más que un round en una pelea permanente por defender la libertad de expresión de los que tienen poco contra los que tienen más.

El que esta nueva versión de un clásico se dé en Democracia no es menor. La parodia ya no es una arma peligrosísima de usar contra un dictador, sino una herramienta legítima y legal de crítica social y de menoscabo del status quo. Y es por eso que la ofensiva legal de los Luksic y el Ministerio Público es ignorar el humor y acusar a Ferrari de usurpación de nombre. La estrategia se intenta aprovechar del hecho de que la parodia es, como mucho de lo bueno de la cultura, una remezcla. Toma elementos del original – un gesto, una imagen, un estilo – y los convierte en una obra nueva. La buena parodia requiere acercarse a su objeto, y es evidente que éste último no estará inclinado a permitirla o aprobarla. Y es por eso que la ley – en democracia, esto es – no requiere que provea ni la una ni la otra.

Los antecedentes públicos del Caso de Ferrari dejan a la vista varias aristas preocupantes:

Primero, el caso ha dejado al desnudo que los estándares de protección de la privacidad a los que estamos sometidos por parte de los grandes de internet parecen ser muy variables. En el pasado, Twitter ha declarado que protegerán la privacidad de sus usuarios – llegando incluso a tomar acciones legales contra gobiernos para hacerlo – mientras que eso no les signifique violar la ley. Pero hasta ahora, todo indica que Twitter cedió la información de IP de Ferrari a pesar de que la ley Chilena (y estadounidense) protege esa información y requiere una orden judicial, no una mera solicitud de información, para obtenerla. Si ese es el estándar de Twitter para sus usuarios Chilenos, el caso de Ferrari será el primero de muchos.

Segundo, aprendimos que la captura del estado por parte de intereses privados sigue viva y coleando en Chile. Es inimaginable que un ciudadano común y corriente pudiera haber convencido al Ministerio Público de invertir sus sin duda impresionantes recursos humanos y técnicos en la investigación de una cuenta parodia en Twitter, que fue cerrada por esa misma empresa hace ya dos años. La entrevista al Comisario Esteban Maldonado en CNN Chile deja en claro que ellos están para perseguir estos delitos contra “personajes políticos” y “personas importantes”. Aunque no dijo como se determinaba la importancia de una persona, no cuesta mucho imaginarse que tener el apellido Luksic ayuda bastante a pasar el test.

Tercero, y a propósito de la misma entrevista, es que la palabra parodia nunca pasa por los labios del Subjefe de la Brigada de Cibercrimen de la PDI. Es decir, la teoría de de la fiscalía y Luksic es que le podrán hacer creer a un juez que los seguidores de la cuenta @losluksic leían esos tweets convencidos de que eran los hermanos Luksic los que los escribían. Si eso es así, sugiero que la próxima vez que el Canal 13 muestre una parodia de Stefen Kramer, lo obliguen a usar una polera que diga “No, no soy el Presidente”.

Cuarto, vale la pena mencionar que Luksic, con la complicidad del fiscal de la metropolitana norte, ya ha ganado algo valioso: a menos de que el costo a su imagen sea muy grande, el chilling effect generado por este caso será difícil de revertir incluso con lo que creo será un triunfo de Ferrari en los tribunales. Es difícil creer que, al menos en el futuro cercano, los que vean las consecuencias legales y personales que le ha traído el ejercer su legítimo derecho a la libre expresión no se sientan cohibidos de seguirle los pasos. Y es por eso que la decisión misma del fiscal de acusar a Ferrari dados los antecedentes que tenía en las manos muestra una falla profunda de criterio e independencia, y requerirá, tarde o temprano, que explique su decisión.

Finalmente, creo que Rodrigo (que sí, es amigo de este blog, hay que decirlo) se merece el agradecimiento de todos nosotros por no haber caído en la tentación, que creo sería fuerte para muchos, de haber aceptado el acuerdo de la fiscalía y haber cerrado el tema con una disculpa. Como es a menudo el caso, el proteger nuestra democracia y derechos requiere muchas batallas grandes y chicas, y a veces a uno le llega una sin buscarla. Es una muestra de carácter que uno la enfrente aunque hubiera sido más fácil dejarla pasar en silencio. Si lo ve por ahí, dele a Ferrari un saludo sentido. El agradecimiento honesto de sus compatriotas es al menos una cosa que Luksic no puede comprar.



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