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Evaluar lo que no puede evaluarse: la “innovación” educativa

Si uno aplica un poco de sentido común al asunto, en seguida se dará cuenta que, al final, todo es mucho más sencillo de lo que parece y dar clase es, por suerte, menos proclive a usar artificios o, simplemente, menos dada a la venta continua de lo que uno está haciendo porque, al final, acaba despilfarrando gran parte de recursos a elaborar esa historia ficticia que publica en las redes o en sus blogs sesgando la realidad para ofrecer una visión edulcorada de la misma. Quizás lo fácil no esté reñido con lo efectivo. Quizás la eficiencia no deba girar en grandes proyectos y más bien en un Trabajo continuo, muy minimalista, en el que lo importante sea centrarse en lo que sucede en el aula y no lo que podemos vender al salir de ella. Pervertir conceptos no es sano y, lamentablemente, lo que afecta a las aulas es lo que sucede en ellas; no lo que algunos teorizan, más o menos interesadamente, acerca de lo que debería suceder o venden la quintaesencia mágica para mejorar ese aprendizaje que nunca se ha puesto en producción porque, curiosamente, los que lo venden ya no están en el aula y los que lo compran ven que, al segundo día, la realidad les desmonta la más bonita y maravillosa de las ilusiones que han comprado.

Con el concepto de “innovación” educativa sucede lo mismo. Hay una gran necesidad de aplicar filtros para mejorar la imagen de lo que sucede en el aula e inventarse métodos que permitan Medir, de la manera que los que la venden quieran para, ¡oh, sorpresa!, dar los resultados que ellos quieren que den. Ya no es sólo la imposibilidad de medición de todos los parámetros en las aulas, es la sandez que supone el medir conceptos como creatividad, pensamiento crítico o, simplemente, socialización de nuestros alumnos. No, por mucho que el director de los jesuitas, para defender su modelo metodológico que ha consistido en, una simple reformulación de paredes en sus centros y con resultados quizás, no tan buenos como lo esperables, diga que debemos medir la autonomía del alumno (fuente) no se puede hacer. No, no hay ningún mecanismo de evaluación serio que permita medir lo anterior. Es como intentar medir el concepto de felicidad o, los comentados antes de espíritu crítico -ya ni tan sólo pensamiento, ahora ya se tiende a lo paranormal- o trabajo en equipo. Por favor, que eso no cuela aunque nos lo digan esos grandes expertos que se han largado del aula para evangelizar a los pingüinos. No todo puede evaluarse. Hay cosas que no pueden evaluarse porque, seamos sinceros, si ya nos cuesta evaluar el aprendizaje de nuestros alumnos encapsulándolo en unidades formativas, ¿os imagináis el evaluar sensaciones, suposiciones o, incluso, el alma? Bueno, lo anterior lo hace la religión pero creo que, en el caso del aprendizaje, estamos hablando de algo, ligeramente, más empírico y que permite el uso de herramientas para inferirlo. Ya, ya sé que mal y con una difícil aproximación pero creo que no vamos a encontrar nada mejor que lo que tenemos para hacerlo.

Fuente: http://www.24horas.cl

La “innovación” no puede medirse. No puede medirse en ningún campo porque, seamos sinceros, más allá de permitir contraponer una cuenta de resultados a costa del ahorro de determinada tecnología, reducción de tiempos muertos en una fábrica o, incluso, permitiendo que algunos trabajen desde su casa por creer que todos trabajan mejor en pijama y a su ritmo que en un lugar de trabajo con tiempos de entrada y salida marcados, ¿hay alguna posibilidad de decir que un factor inferible para el que no hay manera de medir va a mejorar la manera cómo trabajan en la empresa? ¿Cómo medimos el grado de felicidad de un trabajador? ¿Hacemos la típica valoración subjetiva mediante encuesta para que nos digan si son felices en su puesto de trabajo? No, es muy poco serio. Y en el ámbito educativo, donde los alumnos están en plena formación y desarrollo evolutivo aún mucho más.

Siempre he dicho que no existen instrumentos de medida para los alumnos porque los mismos no son tornillos. No, no salen ni entran todos iguales en nuestros centros educativos. Además, para desgracia de algunos, se mueven, interactúan y nos soprenden. Algo que hace fantástico el trabajo y totalmente impredecible. Uno no tiene tiempo de aburrirse porque no hay dos días iguales con el mismo grupo ni dos grupos iguales. Eso sí, yo puedo decir si uno sabe sumar o no porque es bastante fácil poner una batería de sumas para saberlo. Puedo también saber si sabe aplicarlas en la resolución de problemas sencillos. Lo imposible es saber si el que tenemos delante es feliz, su grado de motivación, su creatividad y, ya no digamos, su espíritu porque, por mucho que en los jesuitas haya misa obligatoria y jornadas castrenses nada podemos inferir del grado de religiosidad de sus alumnos porque, el de la mayoría de sus docentes tampoco. No por ir a misa uno es más bueno. Y, por cierto, esos que venden “innovación” educativa, cómo deben vender la bondad. Siempre me lo he preguntado.

Recomiendo el artículo de Carlos Cabanillas acerca de la Sencillez. Como bien dice "de tanto mirar hacia fuera hemos perdido de vista a quienes estaban dentro".


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