Get Even More Visitors To Your Blog, Upgrade To A Business Listing >>

Aprendiz de Escritor


 
 
I

Cursaba el cuarto año de secundaria, cuando se despertó en mí un inusitado interés por escribir. En una de las últimas hojas de mi cuaderno de Matemáticas había redactado unos párrafos que eran parte de una pequeña historia incompleta de un amor adolescente: “Marcelo saltó las rejas que circundaban el jardín y caminó lentamente hasta la ventana de la casa. El ruido de las hojas secas que producía sus pisadas aceleraba el latido de su corazón. Inclinando el torso se deslizó hasta el alféizar de la ventana y poco a poco asomó su mirada al interior de la casa. Allí estaba ella, Rosita, sentada mirando televisión con un diminuto vestido que apenas cubría la parte superior de sus muslos…”.

Mi compañero de carpeta, Ismael, se había convertido en mi único y ávido lector. En cada recreo, en medio de la vocinglera algarabía generada por los niños del colegio, leía mis avances desordenados de distintas historias. “¿Has escrito algo?” preguntó un lunes por la mañana. “unos cuantos párrafos pero todavía no termino” le respondí. “A ver pásame hasta donde hayas avanzado”. Cogió mi cuaderno y achinando los ojos y haciendo esfuerzos por entender mi aserrada caligrafía con borrones intermedios, leyó detenidamente el par de párrafos de la nueva historia. “¿Y qué más pasó?, no me puedes dejar así, tienes que terminarla” me dijo al terminar la lectura. Arrancó el papel de mi cuaderno, lo dobló en dos y lo guardó en su mochila.

“oye, mi hermanita ha leído tu ‘novela’ y le ha gustado” me dijo Ismael a la primera hora del día siguiente mientras acomodaba sus cuadernos sobre la carpeta. Sonreí gratificado por tener una nueva lectora pero pregunté preocupado “¿no le habrás dado a leer las otras historias rojas, verdad?”. “No, cómo se te ocurre, mi hermanita tiene catorce años apenas” respondió. Incentivado por la nueva seguidora, empecé a escribir durante las horas de clases. Aprovechando la voluminosa espalda del Gordo Zurita y confundido entre los cuarenta y cinco uniformes plomizos del aula, redactaba mis imaginarias historias, paradójicamente en las clases de números imaginarios que dictaba con perseverancia el profesor de matemáticas.

II

Ismael vivía en la periferia de la ciudad, tenía un jardín grande lleno de ‘buenas tardes’ y ‘geranios’ y un árbol de jazmín que cuando floreaba perfumaba la entrada de la puerta. Una ventana grande recubierta con rejas de seguridad daba a la sala principal. Hasta allí llegué un día para culminar un trabajo grupal de Biología. Después de llamar un par de veces Ismael me hizo pasar y nos dirigimos a la mesa de su comedor donde había dispuesto cartulinas, plumones y colores para terminar de representar el aparato circulatorio de una rana.

Casi con medio cuerpo sobre la mesa iba desplazando el plumón negro sobre el dibujo a lápiz que había hecho previamente, mientras Ismael iba pintando las partes ya culminadas. Cuando reíamos recordando las clases de educación física y la caída del gordo Zurita en el taburete, se abrió la puerta principal y apareció la hermana de Ismael, una hermosa adolescente de rostro angelical, con un polo cortísimo que dejaba ver un ombligo pequeño adornado con un ‘pearcing’. Su presencia de inmediato me generó una serie de efectos biológicos: se me taparon los oídos hasta sentir solo el sonido del bombeo de mi corazón, los segundos se me alargaron y los movimientos se me lentificaron.

“oye idiota ¿qué haces?”, gritó Ismael sacándome de mi estado onírico. Mi mano apretando el plumón había seguido deslizándose inconscientemente saliéndose de la línea del dibujo pasando la cartulina hasta pintar buena parte del mantel que cubría la mesa. “No, nada” solo atiné a decir y bajé la mirada tratando de corregir el error garrafal cometido. “Te presento a mi hermana Roxana” me dijo Ismael. Su frío acercamiento ofreciéndome la mejilla y su cuerpo que aparentaba tener más de los catorce años que me había dicho mi amigo, me hicieron temblar. Mi ímpetu por portarme adecuadamente solo me hizo tropezar con la silla. Luego de saludarla rozando sus mejillas y sintiendo su olor a perfume acaramelado, me quedé abrumado contemplándola alejarse por el pasillo contiguo.

Buscando la manera de acercarme a Ella y llamar su atención, concluí que el único camino era a través de mis escritos, después de todo Ismael me había dicho que a su hermana le fascinaban mis historias y cada día esperaba su llegada para preguntarle si había avanzado con la novela. Simulando poco interés pregunté “¿y tu hermana ya terminó de leer la última historia?” mientras seguía borrando el rastro del plumón que se había salido de las líneas de dibujo. “ahorita viene y le voy a decir que eres tú el que escribe porque ella también quiere aprender… ha escrito un par de cosas pero muy simplonas, ahorita la vas a conocer” respondió sonriendo.

En mi novelesca mente iba tratando de hilvanar las ideas y consejos que debía decirle a Roxana. Definitivamente debería ser prudente en mi conversación para causar la impresión de ser un sujeto docto en materia de literatura “¿y si me pide que le recomiende algunos libros?” me pregunté en silencio. De inmediato repasé los pocos títulos que había leído y de ser necesario estaba dispuesto a fanfarronear que me había leído la totalidad de las obras de Vargas Llosa, Bryce y Ribeyro.

Mientras iba tejiendo historias y conversaciones que sostendría con Roxana, apareció una niña de lentes más pequeña “hola”dijo con una sonrisa que le iluminaba el rostro. “Hola Sandrita” respondió  Ismael “ella es mi hermanita menor, de la que te hablé, ella es hincha de tus historias” agregó de inmediato. Yo que había venido construyendo conversaciones imaginarias, historias de amor y hasta de matrimonio con Roxana, me vi frente a una niña más pequeña, cuatro ojos, con una coleta que salía por la parte posterior de su gorrita infantil, un short casi varonil y un polo holgado.

Mi historia de amor se desapareció como quien se borra un párrafo mal escrito. “Hola” apenas atiné a decir con una sonrisa forzada y evité todo intento de saludarla con un beso en la mejilla. Mi decepción de inmediato formó un silencio, como una pared entre esa niña y yo. Continué dibujando, paradójicamente el contorno del corazón incompleto del batracio mientras Sandra seguía a mi lado mirando cada movimiento de mi mano y esperando quizás que dijera algo.

Ismael ignorante de las tramas que había venido urdiendo para conocer más a su hermana mayor seguía desplazando el plumón verde por las patas de la rana. Interrumpió el silencio diciendo “Voy un momento al baño”. “Anda explicándole a esta chibola como escribe un grande” agregó y corrió apurado por el pasillo colindante.

“Qué bonito escribes Marcelito” me dijo Sandra rompiendo mi concentración en el dibujo. “Gracias” le respondí sin mirarla, tratando de aburrirla. Después de otro largo silencio, se hastió de mi mutismo y se apoltronó sobre uno de los sillones de la sala. Levanté la mirada disimuladamente y la vi hojeando un libro de Jorge Isaacs. En la portada decía “María”. Con sus manos blancas hacía anotaciones al lado del texto. Por un momento sentí lástima y me invadió un sentimiento de culpabilidad.

A los pocos minutos, cuando ya casi terminaba el dibujo apareció Ismael “¿y, ya le diste una cátedra de cómo se escribe?” me dijo refiriéndose a Sandra. Ella volteó la mirada y vi una tristeza en la profundidad de sus ojos negros. Sintiéndome como un perfecto cretino y tratando de resarcir mi actitud respondí “todavía no, estaba terminando de dibujar¿Cuándo tienes tiempo Sandrita?”. Ella sonrió apenas y me dijo “¿mañana está bien?”. Y todavía pensando en la posibilidad de usar como medio a Sandra para llegar a Roxana, respondí “mmm Perfecto, mañana vengo a las tres”.
III
De pie, a un lado de la sala miraba las fotografías dispuestas sobre un aparador. En ella aparecía toda la familia de Ismael, su papá, su mamá, Sandra pequeñísima casi escondida tras las piernas de su madre, el mismo Ismael y destacando por sobre todos ellos Roxana, vestida con un short diminuto y ataviada de unos collares artesanales. La sonrisa de su rostro parecía llamar toda la atención de la fotografía.
Perdido en la historia que le venía atribuyendo a esa imagen, me vi interrumpido por el saludo chillón de Sandra “¡hola!” me dijo. Cuando volteé a saludarla noté que había cambiado bastante respecto al día anterior. Ya no tenía la gorra puesta, ni el ‘short’ varonil y ni siquiera los lentes. Vestía unas pantalonetas hasta encima de las rodillas, unas zapatillas de tela con dibujos abstractos a los lados, un polo cortito, el pelo suelto adornado por dos ganchitos y una cadenita de falso oro que se prendía de su cuello. Sonreí levemente “hola” le respondí y la besé en la mejilla. Noté que llevaba el mismo olor a perfume acaramelado de Roxana. “Miraba la foto” agregué. “Es de un viaje que hicimos a Trujillo hace años” me respondió. Luego de un silencio me dijo “¿empezamos?”. “Bueno” le respondí.
Sentados en los sillones de su sala y rodeado de libros, cuadernos de notas, lapiceros de colores y de una grabadora pequeña que Sandra había traído, intenté dar mi primera clase como escritor. Sin tener la más mínima idea sobre pedagogía y únicamente guiado por mi intuición empecé justificándome “Bueno, sabes que yo no soy profesor y nunca he dado clases ni nada, pero a ver cuéntame, qué obras has leído”. Sandra con el lapicero golpeando su mentón y mirando arriba como tratando de recordar respondió “mmm a ver, he leído pocas obras, por ejemplo me encantó ‘María’ de Jorge Isaacs, ‘Madamme Bovary’ de Flaubert aunque terminó cayéndome mal la tal Emma, ‘La Dama del Perrito’ de Chejov me fascinó, a ver, a ver, cual más, ‘Crimen y castigo’ de Dostoievski, ese tal Raskolnikov al final me dio lástima, ‘ veinte poemas de amor’ de Neruda y ‘El principito’ del francés que no me acuerdo su nombre… ¿cómo se llamaba el autor?” terminó preguntándome. Yo que a duras penas había leído unas cuantas historias de amor de autores desconocidos, publicadas en revistas para mujeres que mi mamá guardaba en un depósito, me vi apabullado por el conocimiento de Sandra. “Tiene un apellido medio extraño que hasta ya me olvidé porque lo leí hace años” mentí con total desparpajo. Intentando llevar la situación a mi lado volví a preguntar “y de peruanos y latinoamericanos  ¿has leído algo?”. “La verdad no mucho, solo algunos cuentos sueltos de Cortázar, Borges, Quiroga y la que leímos en el colegio ‘Los Cachorros’ de Vargas Llosa”.
Nuevamente abrumado por los títulos que iba soltando Sandrita, y que yo solo alguna vez los había oído nombrar a la profesora de literatura, me vi apocado y únicamente atiné a decir “Si quieres escribir cuentos, tienes que leer a Ribeyro, él es el mejor” Sandra cogió uno de los lapiceros y un cuaderno de apuntes y me dijo “¿algún título en especial?”. Apelando a mis clases de literatura respondí casi instintivamente “la palabra del mudo, esa tienes que leer”.
Mientras Sandra anotaba cuidadosamente en su libreta apareció Roxana. Su pelo sujeto con un gancho dejaba ver su cuello blanco. “¿Qué hacen chicos?” preguntó. Intentando de llamar su atención respondí “estamos revisando algunos libros, ¿te gusta leer?”. “¡Bah!  Qué aburridos”respondió de inmediato. Cogió uno de los libros que estaban sobre la mesita de centro, hizo una mueca de disgusto y lo volvió a dejar. Aún intentando despertar en ella algún interés agregué “pero escucha este poema tan genial” y cogiendo el librillo de Neruda le leí “Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo, la noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos" y le clavé la mirada, pero ella despreocupada y mientras rumiaba una goma de mascar sonrió “me da risa esa palabra ‘tiritan’”. Un silencio invadió la sala y solo escuché a lo lejos los gritos de unos niños que jugaban en el parque de afuera. “No le hagas caso” me dijo Sandra y continuó nombrándome otros títulos más que había leído.
Los días siguientes volví y Sandra continuaba contándome las historias de cada libro y me leía los párrafos que más le habían gustado. Me sorprendía verla tan entusiasmada y sensible a cada palabra que leía. Dependiendo del contenido de lo que repasaba, a veces se ponía triste como haciendo un puchero y otras alegre mostrando su sonrisa que le embellecía el rostro. Asimismo cada día la veía más arreglada y por un momento hasta llegué a pensar que era por mis visitas. Yo por mi parte, había empezado a buscar algunos títulos interesantes entre los libros que mi papá guardaba en una vieja biblioteca y trataba de leer lo más rápido posible saltándome las hojas, para ir al día siguiente fingiendo haber leído la obra mucho tiempo atrás y para colmo le mencionaba algunos párrafos que particularmente me habían parecido geniales pero que a decir verdad prácticamente los había escogido al azar.
Sandrita tomaba nota de cada uno de ellos y los analizaba con meticulosidad  y siempre terminaba dándome la razón. Luego de varias clases en las que yo aprendí más de ella, que ella de mí, me preguntó “y ahora después de leer todo esto, ¿cómo haces para escribir los detalles?”. Nuevamente sin tener la más mínima idea, solo respondí “bueno, trato de escribir de los lugares que conozco y me fijo en todo lo que lo rodea”. “Por ejemplo, tu novela que todavía no terminas, ¿cómo hiciste?” me interrogó. “A ver”,le dije “vamos afuera a ver los detalles de un paisaje” le propuse. Salimos de su casa por la parte posterior. Había un parque con algunos árboles a los alrededores. Ya casi anochecía. A los lados por una pequeña acequia corría el agua de regadío. “yo lo que hago” agregué “es mirar alrededor, escuchar los sonidos, ahora mismo siento el sonido de mis pasos, el aire fresco con olor a jazmín, el sonido del agua correr, no hay nadie, siento la soledad, miro las sombras que se empiezan a dibujar”. “Por ejemplo en tu novela, el protagonista cuando sale con Rosita, que a decir verdad no me cae muy bien, ¿qué hiciste para describir la situación?, ¿en verdad existe esa tal Rosita?” volvió a preguntar mientras caminábamos despacio. “Bueno, suponiendo que tú eres Rosita”, le dije frente a ella tomándola por las manos “veo su mirada, sus ojos limpios, las cosas alrededor empiezan a perder sentido, ya no importan, siento sus manos calientes, yo mismo me siento nervioso, tiemblo no sé por qué” y mientras iba hablando y describiendo lo que sentía me acerqué a Sandra y la besé en los labios. Ella se quedó quieta, temblaba y hasta sus dientes cascabeleaban. Se soltó de mis manos y corrió hacia su casa.
IV
A  los días siguientes en el colegio, guardé un poco de distancia con Ismael, atemorizado quizás que supiera lo acontecido con su hermana, que me reclamara, que me buscara la bronca. Pero Ismael nunca me dijo nada. Por eso un día me atreví a preguntarle “Y cómo le va a Sandrita, ¿está escribiendo ya?”. “La veo leyendo y escribiendo siempre pero no me ha mostrado nada” respondió. “Pregúntale cuando voy” le dije.
Pasaron semanas enteras sin obtener respuesta y lo poco que se me había ocurrido escribir había empezado a transformarse. Poco a poco Rosita la protagonista de mi novela había empezado a colmarse de los detalles de Sandra, de su puchero, de su sonrisa y de su forma de vestir. Hasta llegué a pensar que Ismael podría reconocer a su hermana en las lecturas que hacía de mis avances. “Termínala de una vez” me dijo un día, “ya la estás haciendo muy larga” agregó. Así que tratando de encontrar una estrategia para ver a Sandra le dije “Yo te paso mis avances pero me gustaría leer lo que Sandra está escribiendo, ¿te parece si intercambiamos?” le pregunté. “Voy a averiguar, no sé si querrá mostrarme sus avances porque siempre termino burlándome de ella”culminó. Al día siguiente volvió con una respuesta aún peor “dice que está en exámenes y todo lo ha mandado a la mierda. Ya no volverá a escribir”.
Luego de otro par de semanas y sin poder sacarme de la cabeza a Sandra, su forma de llevar los cabellos con ganchitos de colores, su puchero al leer párrafos tristes y su alegría que le iluminaba la cara, decidí ir a verla a hurtadillas. ‘Salté las rejas que circundaban el jardín y caminé lentamente hasta la ventana de su casa. El ruido de las hojas secas que producía mis pisadas aceleraba el latido de mi corazón. Inclinando el torso me deslicé hasta el alféizar de la ventana y poco a poco asomé la mirada al interior de la casa. Allí estaba ella, Sandrita, sentada mirando televisión con un diminuto vestido que apenas cubría la parte superior de sus muslos…’

 (Con este cuento participé en los Premios COPÉ 2014, así que como no llegué a los finalistas, aquí queda publicado. ¡Rájenme! - si es que no abandonaron la lectura y llegaron hasta esta línea).

 


This post first appeared on Me Gustan Los Problemas, No Existe Otra Explicación!!!, please read the originial post: here

Share the post

Aprendiz de Escritor

×

Subscribe to Me Gustan Los Problemas, No Existe Otra Explicación!!!

Get updates delivered right to your inbox!

Thank you for your subscription

×