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El niño y el cachorro

Ésta es la historia del crecimiento de un niño y su Cachorro. De cómo un compañero enseña y ayuda a crecer. De la importancia del amor y la compañía. De la enseñanza en cada gesto o mirada. De cómo un niño conoció a un cachorro..

Erase una vez…

Erase una vez un niño que en su afán de crecer y adquirir nuevos conocimientos, quiso encontrar un nuevo amigo. Lo buscó y deseó. Rechazando escaparates y tendencias, buscó y buscó. A pesar de sus ganas de conocer y sentirse acompañado, también dudó… No está de más el estado dubitativo cuando se trata de querer y responsabilizar. El niño lo intuía y razonaba.. pero él insistió y al fin, se supo preparado para tenerlo. Esperaba a su amigo.. y lo encontró.

Erase una vez un cachorro. Un cachorro fuerte y decidido. Así lo demostró a los pocos días de vida cuando, recién abiertos sus ojos, un día en el que se encontraba saciado de la leche materna, ante el asombro de propios y extraños, se atrevió a iniciar complemento alimenticio con la comida sobrante del cuenco de su madre. Con menos de un mes de vida, prometía osadía.

Al mes de vida, tuvo que despedir a su rudo y enérgico padre y a su tierna y calmada madre. Ya no podía continuar viviendo junto a ellos por factores incomprensibles para él.. pero el mismo día que se entendió separado de sus progenitores, le esperó en el umbral de la puerta un niño.

El niño y el cachorro

El niño lo quiso desde el primer momento. Supo que sería él en cuanto lo vio.
El cachorro cabía en su mano y en ya en el primer cruce de miradas, el cachorro le presentó su nombre: Urko.

Juntos iniciaron así una vida. El niño en su condición y desconocimiento en menesteres de enseñanza, tuvo que esforzarse para educar al cachorro en las más simples situaciones de presencia y convivencia.. el cachorro a cambio le mostró al niño el significado de la amistad pura, lealtad, agradecimiento,.. Si, el cachorro enseñó más al niño que al revés..

Y crecieron juntos. Como en toda historia de vida, pasaron juntos los momentos más felices así como los más tristes.. Jugaron, compartieron, crearon, corrieron, comieron, consolaron, gritaron, pelearon, y jugaron aún más.. siempre juntos.

Los años fueron pasando. Urko fue creciendo más rápido que el niño, a pesar de seguir siendo un eterno cachorro. Cambió oficio de decoración de interiores por seguridad y guarda.

El niño siguió su aprendizaje de los conceptos básicos de la vida y consiguiente aplicación a nivel social. Pero siempre estaban juntos. Jamás se separaron y el uno siempre ayudó al otro.

El cachorro Urko

Adultez en la nueva vida.

Llegó el día en que ambos abandonaron la casa materna del niño. Éste había crecido e iniciaba una nueva etapa: La adultez. Urko no dudó en acompañar felizmente ésta nueva etapa de su eterno amigo, pero poniendo una sola condición: él escogería el destino.

El hogar perfecto, una casa con terreno para correr, arena para..”jugar” y envuelto en naturaleza. Idílico.

Así, ambos compartieron la nueva vivienda donde el niño, ya adulto, formó nueva familia.

Con Urko como pilar de ésta nueva familia, el niño, su pareja y el cachorro, crearon un hogar y del hogar, nació un nuevo miembro en la familia. Una pequeña bebé.

El niño, en su adultez, se había convertido en padre. Urko estaba feliz, era guardián del hogar, se sentía querido y jugaba con todos. Quizás ya no tanto como antes, la adultez conllevaba más absorción del tiempo en el niño, pero cada día había tiempo para el paseo y caricias. Con éso él era feliz.
Gracias a las enseñanzas de Urko, el niño-adulto, las pudo aplicar en la educación del pequeño nuevo miembro de la familia. La responsabilidad que significaba compartir vida con un ser vivo, la calma, el amor puro, la amistad, la lealtad, el respeto,… todo ello el cachorro ya se lo enseñó al niño. Con lo cual, sabía perfectamente que la pequeña, crecería con buenas bases.

Y así, vivieron felices y tranquilos.

El niño siguió su periplo por la adultez, el cachorro pasó a ser un perro en plena vejez. Asomaron los 11 años, en los pelos tintados de blanco de Urko. El tiempo había pasado muy rápido. Muy rápido. Ambos compartieron todos y cada uno de ésos 11 años. El uno enseñando y obligando a salir al otro. Disfrutando juntos. Sufriendo juntos. Viviendo juntos.

El niño y el cachorro.

La despedida.

Pero como en todas las bellas historias, llegó un final. Urko, el cachorro ya viejo, se dolió de la edad. El paso del tiempo le pesaba en la espalda, a pesar de su alma de cachorro, estaba cansado y su cuerpo ya no era el mismo. Así se lo explicó al niño adulto.
Éste se negó a comprender, no quiso verlo en un inicio. Era su amigo, su compañero. Era su hogar. No quería ver que Urko necesitaba marcharse, necesitaba descansar puesto ya le había entregado todo el conocimiento y compañía que podía.

Al final, lo entendió. Aquel niño miró a los ojos al cachorro y entendió que su amigo necesitaba marcharse, para descansar. Para volver a ser energía y conocimiento. Para volver a correr feliz. Supo que el cachorro volvería a esperarle. Le esperaría con una pelota en la boca dispuesto a que el niño volviera a correr tras el y jugar juntos.

Así, ambos se despidieron. El cachorro le dio las gracias por entender, por las horas de juego que pasaron, por la vida juntos y prometió volver a reencontrarse con su amigo. El niño le agradeció todo, la persona en la que lo había convertido, los conocimientos que le había regalado, la vida que le había ofrecido. En un sentido abrazo, se despidieron.

El cachorro, volvió a correr eternamente por el universo convertido en energía. Energía que a su vez brindará de fuerza y conocimiento al niño el resto de su vida. Y esperará, como hacía tras la puerta en casa de la madre del niño, o tras la verja en su hogar, ladrando para avisar que está ahí y así guiará al niño a su reencuentro, donde ambos podrán volverse a fundir en un eterno abrazo y volver a ser felices juntos.

Gracias Urko. Jamás podré agradecerte suficiente lo que has significado, la suerte que he tenido de disfrutarte. Porque éso es lo que has sido, suerte en mi vida.

Cuando pase el proceso de salinización de mis mejillas, cuando deje de escucharte al final de las escaleras, cuando entienda que al llegar a casa no voy a escuchar el mantra de tus ladridos,.. cuando por fin entienda que ya no estás aquí físicamente conmigo, siempre recurriré a ti para sonreír, utilizaré los tirones imaginarios que me des con la correa para seguir hacia adelante, escucharé tus ladridos para infundir valentía y notaré tu paz y amor como abrigo.
Siempre fuiste luz y estoy seguro que al levantar la cabeza y asomarme al universo, eres la la luz que más brillará hasta el fin de los días.
Gracias mi Urkito, siempre te querré.

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