Get Even More Visitors To Your Blog, Upgrade To A Business Listing >>

El señor de la calle Saxe

Los vientos me llevaron lejos este año. Creo que es la inevitable repulsión a quedarme quieto, en un solo lugar. Salvo, por la necesidad de tener un terruño y arraigo, el viaje en busca de historias ha sido un placer que he degustado en los últimos años. Bueno. Desde que puedo pagarme los billetes de avión. Así, en este último año visité Europa por tercera vez. De Europa me enamoré de París. De París me enamoré de dos peculiaridades. La primera fue la amabilidad con el extranjero que desea saber de su historia. Segundo, de la propulsión al saludo matutino, vespertino y noctámbulo. Un tercer punto pero no tan importante, son los anuncios del metro. Aquella voz masculina o femenina que anuncia unos quince segundos antes de llegar a la estación.

Nos sucede cada vez que visitamos París, que el primer paso en migraciones nos ha sido propicio gracias a una sonrisa. A esto se suma mi dificultad para ceder ante la presión de los consejos. No. A veces el consejo del metro lo cambio por el del tren bala, y terminamos varados en Lille, al extremo opuesto a nuestro destino. Lille es una ciudad pequeña con una gran historia. Irrumpe en la cultura revolucionaria pues sus condados antes formaban parte de los pocos pueblos celtas, luego los británicos. Cerca a Lille se encuentra Arrás, el lugar donde nació y vivió uno de los tiranos más celebres: Robespierre. Gracias a ese involuntario (o a drede) extravío, inicié la investigación sobre la historia de la salud mental en la revolución francesa (Lisboa 2019). De Lille también me llevo la grata experiencia de Amelia, una parisina que curiosamente se iba a Lille con un equipaje de mano, y notó nuestra desesperación. En inglés, ella nos ayudó a conseguir los boletos de retorno. Amelia llevaba un traje negro, que hacía juego con el color verde de sus ojos, un verde que se parecía mucho al tono de las praderas de Arras, y del . TGV. Al llegar a nuestro destino, y un vez instalados, no pude dejar de notar el color amarillo de las hojas de otoño. Ese otoño que tapizaba cada rincón, o que nos acompañaba en nuestros pasos. Tal vez un amarillo que pisó Marat, o que Maria Antonieta hizo volar con su carruaje.
De los lugares donde estuve me quedo con Saint André Des Ars, una calle artística donde hay un hotel de una estrella sin ascensor. En ese hotel hay una banca que lleva las marcas donde se apoyaban los florines de los mosqueteros para su afilada diaria. Frente a esa banca hay un antiguo coro, tal vez robado de alguna iglesia. Al lado, la recepción lleva la premura de Bernard, el administrador amable, sapiente de historias antiguas de París, que en perfecto francés, lento, narra como el "Corazón de comercio" e convirtió en el único lugar del planeta donde tres declaraciones nacieron para camiar la historia.  Bernard tiene los ojos hundidos, y es jocoso, como lo son los anuncios sobre ropa en Bretueil.

Un día, llevados por las ansias de comprar en el mercado Saxé - Bretouil, donde atiende una señora italiana que vende gafas de sol  baratas, con una sinceridad propia de una gitana, decidimos tomar el metro (linea 10) a Saxé, para lo cual había que bajar en Sevres. Los anuncios nos amenizaban la mañana. En la estación, un señor tocaba un saxofón, con gran destreza.
Luego caminamos por Suffren, hasta pasar por una panadería, delicioso aroma, y llegamos a Segur. Luego, por Perignon hasta la segunda cuadra de Saxé. Ahí, justo a la mitad, el puesto de la señora italiana de gafas de sol ahora estaba atendido por su hija. Le falta tacto. Falta el encanto de la gitana. Pero unos metros allá, respetando la cola, estaba el especiero. Su cualidad: saludar con un prolongado "¡Bonjour!" para luego demostrar como funciona el moledor de pimienta. Mis hijas pequeñas, estaban encantadas del señor. "Pepper, Morocco" me dijo. "Oui" respondí. Solo pagué. Mis hijas tenían su moledor de pimienta para la abuela. Luego caminamos para olisquear los manjares franceses. A veces creo que solo vamos a París para comprar en el mercado Saxé, Y a partir de este año, por su amabilidad, comprar especias donde el señor del bigote de la pimienta, cerca a la hija de la señora italiana.

El resto se resume en sacar objetos encallados en Trocadero, ver como se hincha la boca con los helados de Saint Germain, imitar a los peces del Acuario y pasar la tarjeta del metro. Ah, también, encontrar signos illuminatis en el corazón de comercio para luego sucumbir ante el puesto de dulces del monumento de Dantón. Eso es París y su amabilidad.

También fui a Santiago, el cual tiene un hotel hermoso: El Che Lagarto. Fui a ver a Lorenna McKennitt. Luego, el resto se resume en una estadia pasajera.

En fin, de mis viajes me quedo con la calida amistad de los dominicanos, las medialunas de Buenos Aires, los churros de la plaza mayor de Madrid, la cultura de los catalanes, y de Paris, la chica de ojos verdes de Lille, y el señor de la calle Saxé, cerca a Bretuil.


This post first appeared on Cartas Selenitas, please read the originial post: here

Share the post

El señor de la calle Saxe

×

Subscribe to Cartas Selenitas

Get updates delivered right to your inbox!

Thank you for your subscription

×