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¿Existió realmente Jesús de Nazaret? Una perfilización psicológica y sociológica de Jesús y del cristianismo primitivo

Es bastante usual que los estudios teológicos se centren principalmente, a lo que al ámbito de la dimensión espiritual humana respecta, a través de sus propios conceptos como campo de estudio, tales como el de fideísmo, secularización, gnosis o mística, entre otros. También suele ser usual que dichos estudios procuren ir de la mano, tal y como se ha venido haciendo desde hace algunas décadas atrás, de los descubrimientos arqueológicos y de los mismos avances de la ciencia histórica para hacer nuevas indagaciones y brindar día a día nueva información al público. Hay, por tanto, visto de esta forma, y sin duda alguna, cierta interconexión científica, pero se echa en falta, sin embargo, una verdadera interdisciplinariedad donde disciplinas de las humanidades como la psicología, la sociología e incluso, por qué no, el psicoanálisis, puedan aportar algo más con sus conceptos y miradas distintivas al estudio de lo teológico. En este texto, por tanto, se realizará un breve aporte interdisciplinario para indagar sobre la existencia de lo que se ha dado por llamar el “Jesús histórico”, que haría referencia a la persona concreta en carne y hueso a la que se refieren los libros de los evangelios bíblicos. La pregunta de fondo, por tanto, es: ¿existió realmente Jesús de Nazaret?

Tomemos en consideración, en primer lugar, las teorías que rechazan la existencia de dicho personaje. De esa forma, tal y como sostiene Juan Manuel de Castells (2015), hay un gran número de errores y contradicciones en la narrativa de los evangelios que evidencian el desconocimiento de los evangelistas sobre el contexto geográfico, histórico, político y lingüístico de los hechos que ellos relataron. Tanto así que la impresión indudable que se obtiene bajo un estudio de los evangelios de tipo no fideísta es Decir, (inspirado por la fe), es que además de construir un personaje con datos y hechos relevantes de otros personajes ficcionales y religiosos como Mitra y Osiris, los evangelios son una alteración y una inspiración directa de lo que lo que se conoce como El Antiguo Testamento, así como de otros textos de la cultura hebrea.

Así, por ejemplo, en la época en la cual se supone, según las escrituras, que Jesús de Nazaret se crio en dicho poblado, es decir, en Nazaret, este no existía y de hecho faltaban siglos para que surgiera un poblado con dicho nombre. Lo que sucede es que, al inspirarse en los más grandes héroes de la tradición escrita del momento para dar forma a la figura del mesías cristiano, Mateo, quien menciona a Nazaret en Mateo, 2:23, se inspiró para esta ocasión en Sansón. Dicha afirmación se sostiene a razón de que en el libro de Jueces 13.5 se menciona lo siguiente: “porque has de concebir y parir un hijo, a cuya cabeza no tocará navaja; pues ha de ser nazareo, o consagrado a Dios, desde su infancia, y desde el vientre de su madre, y él ha de comenzar a libertar Israel del poder de los filisteos” (Castells, 2015) (nazareo no hacia alusión a un lugar sino a un grupo). El lavado de manos de Poncio Pilatos, por poner otro ejemplo, parece a todas luces extraído de Deuteronomio 21:6-7 (allí se lee: entonces todos los ancianos de aquella ciudad que se hallen más cercanos al que haya sido muerto deben lavarse las manos sobre la ternera cuya cerviz habrá sido quebrada en el valle torrencial; y tienen que responder y decir: “Nuestras manos no derramaron esta sangre”).

Más lapidario resulta aún para sostener que Jesús es una construcción ficcional de literatura religiosa de la época, por parte de ciertos fanáticos y religiosos, el hecho de que la Biblia es un libro con un largo proceso de escritura, reescritura y alteración que tuvo lugar con el paso de los siglos, lo cual se puede evidenciar con el estudio de los papiros más antiguos en los cuales están escritos los evangelios. Cabe decir que no se tienen hoy día escritos que hablen de Jesús de Nazaret del siglo I, y por aquellas épocas como se escribía en papiro o pergamino había que realizar constantes copias con el paso del tiempo para que los textos no se perdieran, es decir, que tenemos copias de copias. Así, por ejemplo,  en el Papiro Bodmer XIV-XV, que data del año 200 (unos 170 años después de la muerte de Jesús de Nazaret), en Lucas 11:4, la frase αλλα ρυσαι ημας απο του πονηρου (mas líbranos del mal) no aparece. De hecho tampoco aparece en otros textos antiguos con el Nuevo Testamento tales como los códices Sinaítico, Vaticano, Códice Regio (códice se llama a aquellos textos que empezaron a usar encuadernación con páginas tal y como los libros actuales y no por rollos como en antaño). Tampoco aparece en dicho papiro Lucas 22:43-44 (Entonces se le apareció un ángel del cielo y lo fortaleció…). Una clara añadidura posterior con la presumible intención de generar el efecto psicológico de construir un Jesús más humano y más divino y más dado, por tanto, a reverencia.

Pues bien, ante tales datos, en el presente texto se presentará la Idea de que, muy por el contrario, un breve examen psicológico de algunos personajes de los evangelios, dará por resultado, al menos a mí parecer, que parte de los hechos narrados en dichos textos religiosos son ciertos, que Jesús como persona y como filósofo de su época sí existió, pero que luego su figura fue totalmente decorada. Recuérdese que los primeros textos que se escribieron sobre Jesús fueron las epístolas paulinas (las cartas que Pablo de Tarso, el posible inventor del cristianismo según varios autores, envío a varios eruditos de la época), y en ellas Jesús no aparece como hijo de una virgen, ni haciendo prodigios, en fin, básicamente como un personaje divino en la Tierra que resucitó. Luego de tales cartas se creé que apareció el primero de todos los evangelios, que es el de Marcos, el cual comienza con el bautismo y ya contiene fusión con otras figuras religiosas y héroes míticos, luego del cual le siguieron Mateo y Lucas, que se inspiran en él y agregan el nacimiento de Jesús inspirado en Isaías 7. Una descripción psicológica permitirá descubrir qué hechos probablemente fueron reales. Desde luego, cabe adelantar que hechos fantasiosos como el añadido Lucas 22:43, donde se aparece un supuesto ángel, hacen arte de la superficialidad decorativa para divinizar una historia que, aún sin fideísmo de por medio, resulta tremendamente fascinante.

Examen desde la psicología y la sociología de Jesús de Nazaret y su entorno inmediato

La primera y más básica alusión que atañe a rasgos psicológicos de los implicados en el fenómeno cristiano al que se puede hacer alusión, es al denominado criterio de la vergüenza, según el cual, expertos teólogos como John P. Meier (2006), sostienen que los cristianos no habrían inventado la cruel, humillante y dolorosa muerte de su admirado, querido y divinizado líder. Simple y sencillamente no es lógico. Ello arrojaría como hecho indiscutible que Jesús muy probablemente fue un pensador de la época, quizá muy en línea con el pensamiento de su contemporáneo Seneca quien también creía, desde su postura estoicista y desde una filosofía netamente moralista (en parte como la del pensamiento mismo de Jesús) en el rechazo de las riquezas y en no hacer daño a los semejantes. De hecho, a este respecto, resulta curioso que en las Epístolas morales a Lucilio, epístola 73, Seneca (1986), en el año 64 de nuestra era, compara a Dios con un sembrador tal y como aparece en varios de los evangelios, aunque puede, y es lo más probable, que esto se trate de una mera coincidencia.

Por otra parte, si bien es cierto que en cuanto a filosofía, Jesús, al igual que Seneca, parece estar inspirado por el estoicismo, y sobre todo por el cinismo o quinismo griego que rechazaba las riquezas en la tierra y afirmaba la libertad del alma, las mismas características psicológicas y el contexto en el cual vivó dicho personaje que sería la piedra angular del credo cristiano, le llevaron a fusionar dicha filosofía con la mirada religiosa y mesiánica de su época y de su gente. A grandes rasgos, podría trazarse la figura de Jesús con una personalidad muy determinada por su forma de hablar o de expresar las ideas, esto es, con una amplia riqueza descriptiva, utilizando parábolas lo que demuestra su forma de ser ante todo pedagógica y su gusto por la oratoria y por narrar y dar a conocer historias, todo ello también revela un gusto gigantesco por las letras en sí mismas, y por la poesía en su sentido más abstracto a razón de las metáforas que continuamente solía utilizar. Recuérdese que en psicología la personalidad o estructura de personalidad, atañe al conjunto de rasgos psicológicos que define todo el universo de emociones y cogniciones que configura la conducta y la manera habitual en que el individuo se relaciona consigo mismo y con los demás. Por otra parte, si bien es cierto que no existe una teoría única de la personalidad, no obstante, hay varias teorías que explican y comprenden al ser humano desde puntos de vista particulares y diferentes, y la riqueza léxica del habla, inscrita esta, desde luego, en una cultura dada, que a su vez también es una forma de escritura y códigos sociales (Geertz, 1987), permite desentrañar ciertos rasgos de personalidad.

Jesús, además, puede considerarse como un líder carismático, tal y como lo entendería Max Weber, es decir, aquel que inspira, un carisma que venía dado por ciertas cualidades, de forma tal que si gozaba de cierto placer por enseñar y por la pedagogía, bien podría pensarse que dichas cualidades se afincaban en el hecho de ser una persona instruida, quizá conocedora de varios idiomas, con un buen uso de la palabra, de la oratoria y del léxico de los idiomas que manejaba, alguien, en ultimadas cuentas, con un amplio capital social, en términos de Bourdieu (1990, 2017). Un capital que le suministraba cierta confianza para su ministerio. Es de recalcar, que si fue una persona instruida, y quizá un poco separada por esa vía de ciertos conflictos bélicos y tensiones, su alma cultivada pudiera acercarse a cierta armonía consigo mismo lo cual también cobraba forma en el hecho de que Jesús asumía su ministerio con las mejores intenciones. De ahí que no le fuera difícil adoptar una postura pacifista y de comunión. Eso sí, puede que ello, si se combinaba además con una buena estampa física y un buen brillo en su ser, le llevara a adquirir una personalidad en exceso narcisista. Dicho narcisismo se expresaba en sus ideas religiosas.

De acuerdo con Carlos E. Climent (2014), muchos narcisistas se desviven por servir a los demás, y, por otra parte, sobre todo en un narcisismo positivo que nunca llegue a expresarse como prepotencia excesiva, la persona tiende a menospreciar sus propias necesidades, puede incluso, como se verá más adelante, que la vida propia. Un narcisismo nacido en la instrucción y en el contacto con cierta idea de armonía.

De acuerdo con David J. Linden (2011), la meditación y el “contacto con la divinidad”, constituyen placeres virtuosos que se pueden encontrar en muchas culturas y que suelen asociarse a la práctica espiritual. Por otra parte, la meditación y la oración, se inscriben, según Linden (2011), en un continuo de práctica espiritual, razón por la cual las dos pueden compartir ciertas cualidades de relajamiento y disociación, las cuales se reafirmarían aún más en un mundo sin una cultura de consumismo mediato y en una persona muy probablemente de origen humilde quien, para no poder su carisma y la estructura de su narcicismo, solía, muy a menudo, relajarse y hallar cierto placer en dicha disociación y en la misma idea de divinidad. En otras palabras, no es de extrañar que un filósofo cínico en la Palestina del año 30, mezclase dicha sabiduría griegos con los aspectos doctrinales, religiosos y mesiánicos de su propia cultura, y que hiciera ello con cierta nobleza de alma, con buenas intenciones, una forma de ser atrayente y pedagógica y, sobre todo, con un carisma fascinante y sobrecogedor.

Como se puede apreciar, las posibles características de Jesús, en un tiempo de escasa ciencia y de auge de profetas, bien pudieron conformar un habitus, tal y como lo entiende la tradición bourdiana, que resultaría enteramente lógico en su estructura social. Recuérdese, por cierto, que un habitus es para Bourdieu un complejo sistema conformado por disposiciones duraderas y transferibles, y por estructuras estructuradas predispuestas para funcionar como estructuras estructurantes, esto es, “como principios generadores y organizadores de prácticas y re-presentaciones que pueden estar objetivamente adaptadas a su fin sin suponer la búsqueda consciente de fines y el dominio expreso de las operaciones necesarias para alcanzarlos” (Bourdieu, 1990: 92). En torno al mismo hecho del placer por la meditación o la conexión espiritual, Linden señala:

Aunque es indudable que la meditación es relajante, y a veces incluso se describe como gozosa, ¿activa realmente el circuito mesocorticolímbico del placer? Hasta la fecha sólo sé de un estudio que haya abordado esta cuestión directamente. Hans Lou y sus colaboradores del John F. Kennedy Instituttetde Dinamarca hicieron escáneres cerebrales a expertos en la meditación Yoga Nidra (…). Al analizar los datos, hallaron un aumento significativo de la liberación de dopamina en el núcleo accumbens de los meditadores. Aunque este resultado el muy sugerente, está pendiente de confirmación y se deberá ampliar a otras formas de meditación (Linden, 2011, p, 155)..

Cabe tener en cuenta, por otra parte, que si suprimimos las acciones de corte fantasioso y ficcional (recuérdese, desde un punto de vista no fideísta), los hechos narrados en los evangelios resultan muy humanos y, por ende, muy reales. En parte, y para brindar algunos ejemplos, por pasajes en los que Jesús discute con su familia (madre y hermanos), quienes quizá querían que él dejara de predicar y ayudara un poco más a la economía familiar o con algunas tareas, el hecho, asimismo, de que no hay profeta en su propia tierra, lo cual muestra aún más las particularidades terrenales de Jesús, ya que su propia gente en la Galilea lo consideraba un igual, razón por la cual se fue a predicar a la provincia romana de Judea cuya capital era Jerusalén. Puede que todo su narcisismo se viera amenazado, al darse cuenta de que sus enemigos (los líderes religiosos oficiales), no descansarían hasta acabar con él y su reputación (probablemente le suprimieran oportunidades de obtener empleo y mejorar su nivel de vida a punta de malos comentarios e instigaciones con las personas del lugar, es decir, moviendo contactos). Por esta razón, ante un futuro oscuro, en el que probablemente iría perdiendo seguidores, no es de extrañar, desde un punto de vista psicológico, que el mismo Jesús viera en su muerte una oportunidad de redención y de aliviar sus penurias de una vez por todas antes de que llegase el momento en el cual dejara de ser tan admirado por las personas que lo admiraban. Resultado: profetizó su propia muerte y la emprendió aún más contra sus enemigos, razón por la cual se animó a ir al templo para encararos y desenmascarar sus más turbios intereses a viva voz (eso sí, no sin cierto temor posterior, razón por la cual, llegado su momento, pidió “al padre” que si fuera posible le eximiera de beber dicha copa). Sí, es difícil construir todo un movimiento en base a un líder que fue humillado, vilipendiado y cruelmente asesinado, un hecho sin duda muy humano y muy real, como tantos otros, por debajo de la superficie mística y fantasiosa en la cual se fusionaron mitos diversos de distintos héroes y dioses. Y es que, otro hecho muy humano que puede probar la existencia de ciertos hechos que sí sucedieron, es el de la envidia de las personas, fariseos, más exactamente, pero personas al fin y al cabo, que escogieron salvar a un guerrillero en lugar de aquel personaje con aura de sabiondo (bien sabido es los personas que brillan por su cultura suelen de la misma forma que obtienen admiradores, obtener grandes envidias, como afirma Erich Fromm (1978), la peor clase de envidia es aquella que no desea propiamente cosas materiales sino las características individuales que hacen brillar a una persona).

Se podría decir que la razón por la cual los fariseos escogieron a Barrabás (o como quiera que se llamase puesto que hay indicios de que su nombre fue inspirado en otra tradición religiosa), no fue porque quisieran a Barrabás, fue por un determinante de acción emocional grupal más decisivo y poderosos: el odio. En otras palabras se escogió a Barrabás porque se odiaba a Jesús. Los evangelios señalan que los enemigos de Jesús pasaron entre la multitud, y a manera de campaña negra, muy mezquina y cruel, por cierto, se instó a la gente al odio con palabras y gritos en forma de injurias y llamados a la indignación que con el paso de los segundos, muchos comenzaron a imitar. Este hecho no solo resulta muy humano y real, desde mi punto de vista, sino que liga increíblemente bien con la psicología de masas. Hay que tener en cuenta que las características emocionales de las personas no resultan tan fáciles de inventar para determinados contextos, como sí, en cambio, las alegorías fantasiosas sobre ángeles, es decir, un examen psicológico de los evangelios remite a la probabilidad de la existencia de un Jesús humano, aunque no así divino. Estamos hablando de psicología del odio en masa, de intolerancia, de incomprensión, de aquellos sentires que reducen la empatía y han generado muchas de las guerras y de los conflictos que hemos conocido a lo largo de la historia, es decir, psicología por contagio de ideas como de la que bien podría hablar  el reconocido psicólogo Joost A. M. Merloo (1964). Puede, de hecho, que los mismos que escogieron salvar a Barrabás, en un acto casi tan mezquino como enviar a tortura y muerte a quien se cree diferente, robasen, como nueva forma de burla y humillación, el cadáver de aquel a quien se le negó la vida y se transformó en un homo sacer tal y como Agamben (2000) entendía dicho término (es decir, aquel que queda fuera de la sociedad y las instituciones y cualquiera le puede dar muerte).

Una consciencia filosófica avanzada respecto al poder de la significación como generadora de divisiones y colonialidad

Lucas y Mateo al parecer bebieron del primer evangelio escrito de los textos canónicos que aparecen en la actual Biblia, el cual se presume fue el de Marcos, es decir, el evangelio más antiguo, y además de ello se cree que usaron otra fuente llamada por los historiadores Fuente Q. Al respecto, cabe la posibilidad que la fuente Q, sea el evangelio apócrifo de Tomás, el cual tiene la particularidad de no contener hechos y en lugar de ello aborda únicamente  114 dichos atribuidos a Jesús de Nazaret. Dicho evangelio figura en en un papiro manuscrito en copto, descubierto en 1945 en la localidad egipcia de Nag Hammadi, y su fecha se data a más tardar para el año 150 de la era común (lo cual lo hace bastante antiguo y en esa misma vía confiable). Pues bien, llama la atención de que en dicho texto no se hable de anunciaciones, milagros y otros hechos que parecen ser una invención sobrepuesta a la figura de Jesús. También llama la atención que s ele mencione únicamente como Jesús, y no con otros apelativos de tipo divino. De no ser la fuente Q que inspiró los dichos y las parábolas en Mateo Lucas, puede por lo menos que esté inspirada en ella.

Hay que decir que además de configurar ciertos rasgos a partir de una actitud pedagógica y el gusto por la palabra, o el empleo de la misma, el nivel moral y la capacidad de abstracción filosófica en ellas también dice mucho de una persona. A este respecto, destaca la enorme importancia que de forma indirecta Jesús le atribuía a la palabra y a la significación. En el evangelio apócrifo de Tomás se lee en el versículo 14: Pues lo que entra en vuestra boca no os manchará, mas lo que sale de vuestra boca, eso sí que os manchará. O en Mateo 4:4: No con solo el pan vivirá el hombre, mas con toda palabra que sale por la boca de Dios. Sin embargo, en lugar especial de las enseñanzas en el cual de manera tácita pero sorprendente parece vislumbrarse dicha agudeza en el poder de la significación, es en el hecho de que Jesús llamase a Dios no de forma excesivamente reverencial, o con el nombre prohibido que solo el más alto jerarca judío podía mencionar una vez al año, son simple y llanamente con el diminutivo de papá.

La idea de Dios, principalmente la occidental, inspirada por la tradición judía, es decir, una tradición cimentada en las épocas de conflicto bélico de jueces y reyes del pueblo de Israel y muy probablemente recopilada durante el destierro a Babilonia por parte de sus patriarcas en el siglo Vl antes de la era común, marca unas muy concretas tendencias jerarquizantes, patriarcales y de poder dentro de las cuales se encuentran inscritas las relaciones sociales. La idea de Dios es así una idea superior-colonizante-patriarcal. Lo curioso, y esta es una de las ideas principales del presente artículo, es que el cristianismo originario (el que reposa directamente en lo dicho por Jesús de Nazaret como figura histórica), choca con los planteamientos religiosos judíos que utilizan la idea de Dios para esquematizar la realidad bajo jerarquizaciones superior/inferior. Ese choque es un avance espectacular en la época. No obstante, de forma sin duda lamentable, al conformarse institucionalmente el dogma cristiano en épocas posteriores, en gran parte por el afán de adornar con eventos divinos y fantasiosos la historia de los evangelios, la religión naciente se deshizo de dichos aportes originarios y trasgresores. Se deshizo de la conflictividad crítica, original y decolonizadora, para incluir los esquemas de jerarquización anclados en el poder patriarcal. Es decir, los esquemas de algo muy superior y divino por sobre muchos elementos inferiores que deben ser controlados y puestos bajo cierto orden. Un esquema que por medio de colonización interna, tal y como la podría entender Boaventura de Sousa Santos (2010), configuraba de forma autoritaria todas las formas de acción-pensar. Recordemos que.

Para los hebreos, la noción fundamental de “pureza del corazón” era la que regía lo relacionado con lo corporal y el comportamiento social. Esta noción daba indicaciones acerca de cómo huir de la lascivia, la codicia y los celos, además de ser una regulación ética de carácter solamente masculino. Las mujeres no sólo no estaban llamadas a cumplir con las exigencias de la pureza del corazón, sino que suelen ser señaladas como causa de desviación (Brown 1988: 60-68; Pacheco, 2012: 253).

Era tan estricta la cosmovisión hebrea de por aquel entonces que nombrar aquello que dentro de todos los simbolismos jerárquicos representaba no solo la máxima y más grande idea de superioridad sino asimismo la idea de nación y pueblo, que era la idea misma de Dios, era algo sumamente prohibido. Ello aun cuando la tradición hebrea disponía de cuatro letras para identificar dicha idea superior, las cuales eran YHWH (יהוה), y que la tradición occidental ha creído muy seguramente de forma equivocada que es un nombre propio (Yahveh, o Jehová) a pesar de que es un tetragrama de representación en un idioma donde solo habían consonantes y por lo tanto se carecía de pronunciación. Más aún si tenemos en cuenta que la máxima y más importante idea de relación identitaria judía de poder simbólico y patriarcal, no podía ser nombrada (tanto así que Moisés, en la tradición hebrea, cuando habla con Dios en su forma de zarza ardiendo, este no da un nombre sino que responde Yo soy el que soy), y que además merecía un respeto reverencial y cultual gigantesco, por ser una sociedad firmemente anclada en aspectos sagrados para legitimar su identidad y su unidad. No obstante, y he aquí el meollo del asunto, el cristianismo directo y originario (el de Jesús de Nazaret histórico y por tanto no contaminado aun con jerarquizaciones patriarcales simbólicas de poder y clasificación bajo los esquemas superior/inferior), se dirigía a dicha idea simbólica (la idea de Dios) con un alto grado de familiaridad y cariño y además dicha familiaridad podía hacerse genérica a toda la especie humana.

La tesis que se presenta en este punto, es que el hecho de llamar al más importante elemento de la jerarquía simbólica ultrasagrada de un pueblo que se encontraba en un momento histórico de identidad nacional pisoteada por un imperio extranjero (y que por ello mismo buscaba su unidad bajo sus propios esquemas culturales más que ninguna otra cosa), no solo de una forma bastante familiar sino (para colmo de la tradición hebrea) con la palabra Abbá (אבע, en el arameo de la época de Jesús), esto no podría ser en términos estrictos otra cosa más que una forma de atentar contra el orden mismo de la jerarquía superior/inferior. Dicha afirmación cobra fuerza si tenemos en cuenta que la traducción literal de Abbá no es el sumamente respetuoso y patriarcal “padre”, de la oración “Padre nuestro”, sino un cariñoso “papá”, ya que Abbá era una forma cariñosa de los niños arameos para referirse a sus padres.

Esta idea de romper la tensión del esquema superior/inferior, se encuentra entendida de dicha forma, principalmente, en el cristianismo de un Jesús histórico exento de nacimientos divinos, por ejemplo, mientras que, de forma general, en el cristianismo posterior, ya que este es tradición judeocristiana, se conservó exactamente todo lo contrario a lo que promulgaba la fuente original, y ello es la idea de la jerarquización superior/inferior. Por lo tanto, la religión cristiana no se ha experimentado (de forma general), a lo largo y ancho de la historia, con aquella visión trasgresora y crítica expuesta de manera inicial por su principal portavoz, sino bajo los esquemas de jerarquización simbólica resultantes de siglos de construcción social subsumida en relaciones de poder. A partir de lo anterior, se puede aducir, que una consciencia tan aguda para observar el poder social de la significación (no solo en cuanto a su tendencia descolonizadora y transgresora sino en cuanto que bien podría asociarse con teorías más contemporáneas como el psicoanálisis lacaniano, puesto que mediante Lacan se obtiene una comprensión estructural del inconsciente basada en la lingüística estructuralista, de forma tal que se entiende que el inconsciente humano posee la misma estructura del lenguaje, es decir, una estructura basada en representaciones que la persona incorpora a través del registro de lo simbólico, razón por la cual las personas esconden, sienten o padecen las palabras (Lacan, 1966).), tenía, dicha consciencia, que resaltar de una u otra forma en los textos que se escribiesen años después y por sobre todas las decoraciones tomadas de mitos diversos. En otras palabras, otra posible prueba de la existencia de un Jesús histórico, es el hecho de que resulta poco probable que la misma persona que pudiera inventar historias fantasiosas de anunciación o que debía recurrir a otros textos como el que se mencionó líneas atrás de Jueces que hablaba de Sansón, para adornar, alimentar, configurar y darle credibilidad a una historia, pudiera ser autor, al mismo tiempo, de la riqueza moral y trasgresora que se observa, sin embargo, de fondo, en el estudio del cristianismo originario.

Por otra parte, si Jesús en efecto era poseedor de dicho adelanto filosófico capaz de ver el poder de la significación con tal agudeza, no es de extrañar que se viera en aprietos para dar cuenta de ello mismo y prefiriese utilizar metáforas y parábolas, y tampoco es de extrañar, que asociase por su mismo narcicismo, su existencia a algo superior, con la salvedad de que creía firmemente de que debía restarle alejamiento a dicha superioridad y debía, además, decolonizarla de los corazones de las personas. Una agudeza así, mezclada con un buen carisma, sería bastante admirada y respetada por los pocos que tuvieran la oportunidad por aquel entonces, de conocerla de primera mano.

Trazos psicológicos y sociológicos del cristianismo primitivo

De acuerdo con el sociólogo Jeffrey Alexander (2014) el éxito de una acción simbólica está estrechamente ligada a un performance social efectivo, es decir, al hecho de poder hacer creíbles los contenidos culturales que se movilizan a través de dicha acción. En dicha credibilidad, cabe decir, se hallan involucrados tanto un componente racional como unos determinados imaginarios culturales, pero además de ello, también unos determinados sentires. Un guion social efectivo, expuesto a un público determinado a través de un performance social en concreto, deberá tener en cuenta tanto los elementos racionales, como los culturales y los sentires. La conjunción de dichos tres elementos permitirá configurar una dramaturgia que cale o no en el imaginario de las personas y mueva sus sentires. A este respecto, la primera afirmación a realizar, es que puede que desde su mismo inicio la principal característica del cristianismo como dramaturgia social, haya sido la que se le ha otorgado históricamente como funcionalidad a través de los siglos, es decir: aliviar el sufrimiento de los pobres, solitarios, desposeídos y, en general, de aquellas personas que padecen los rigores de la vida.

De haber sido así, por ejemplo, en los dos primeros siglos, ello explicaría muy bien, cómo pudo expandirse el cristianismo tan rápido en un mundo de esclavitud lleno, a su vez, de sufrimientos diversos y de personas de escasos recursos controlados por una pequeña elite romana. Sin embargo, el cristianismo también debía contar para su expansión con el aval de ciertas esferas institucionales de la época que fueran conocidas por tener el poder de valorar filosófica y socialmente el valor de las distintas epistemologías. No es de extrañar que el cristianismo pudiera expandirse entre personas de escasos recursos en un voz a voz mientras que fue necesario comunicar la nueva doctrina a los expertos del mundo griego y romano y hacerlo conocer principalmente por su filosofía y el valor de su logos, para poder configurar de dicha forma un doble performance social efectivo. La cuestión, es que a través de cualquiera de dichos dos performances, el cristianismo fue perdiendo al Jesús humano. Tal y como afirma Massimo Borghesi:

Este proceso implica, desde sus comienzos, el vaciamiento del rostro del cristianismo encaminado hacia un modelo “metafísico” del mismo. Como escribe Spinoza a Oldenburg: “Yo digo que para la salvación no es en absoluto necesario que conozcamos a Cristo según la carne; pero no sucede lo mismo con respecto a ese terno hijo de Dios que es la sabiduría eterna de Dios, que se ha manifestado en todas las cosas y masivamente en la mente humana” (p, 107).

Eso sí, hay que tener en cuenta que el gran impuso inicial de la posible difusión cristiana más allá de la misma figura del Pablo de Tarso, fuese la misma psicóloga de los primeros seguidores de Jesús de Nazaret, puesto que su muerte repentina, cruel y humillante, muy seguramente provocó un trauma simbólico gigantesco, o lo que el psicoanalista Eric Laurent (2002) llamaría un vacío al interior de lo simbólico. Un vacío propiciado no solo por la pérdida del líder, sino de un a migo, de un hermano, de alguien que se apreciaba y se admiraba sobremanera. Más aún por el hecho de que murió por medio de una muerte injusta y deshonrosa hasta más allá del límite y de lo aceptable por cualquier allegado. Más aún porque se maltrató y se pisó la dignidad de aquel buen pedagogo con carisma que tanto gustaba de explicar y contar buenas historias. De cierta forma, puede que la misma difusión inicial del cristianismo se deba a la petición de justicia para con una persona, más grande que haya existido en la historia. Tanto se ansiaba reconstruir la figura deshonrada del líder que se optó por decorar su existencia con toda clase de simbolismos provenientes de otros héroes míticos (a este principio psicológico para probar la existencia de Jesús, bien podríamos llamarlo criterio del dolor divinizado). Sin embargo, tras aquellos impulsos iniciales del cristianismo tenía que llegar su legitimización por vía filosófica. Ello se logró con cierto esfuerzo que hizo aparecer el monoteísmo cristiano, como algo muy superior a lo que por el siglo primero ya se vislumbraba como un conjunto de construcciones humanas en torno a una gran cantidad de dioses griegos y romanos que emocionalmente poco se diferenciaban de los humanos. En otras palabras, el cristianismo implicó una sabiduría religiosa de mayor profundidad moral. Una filosofía que nunca perdió, sin embargo, su trasfondo religioso, puesto que:

Hadot muestra que (…), la filosofía no consiste en la enseñanza de una teoría abstracta, y menos aún en una exegesis de textos, sino en un arte de vivir, en una actitud concreta, en un estilo de vida determinado, que involucra toda la existencia. El acto filosófico no se sitúa solamente en el orden del conocimiento, sino en el orden del sí mismo, y del ser… (Borghesi, 2007, p, 104).

No es de extrañar, por tanto, la siguiente aseveración:

La filosofía antigua asume, de este modo, una inclinación claramente “religiosa”. En medio de la crisis del mito y de la religiosidad tradicional, se convierte en el recorrido de una élite (Borghesi, 2007, p, 105).

Entre los pensadores religiosos del cristianismo primitivo que establecían diálogos religiosos con la filosofía o que ejercían la doctrina religiosa cristiana desde el filosofar, bien podemos mencionar a Clemente de Alejandría, quien se presume nació alrededor del año 150 de nuestra era común, y escribió tres obras: Protrepticu (o “Exhortación a los griegos”), Paedagogus (o “Maestro”) y Stromata (o “Misceláneas”). Otra forma de producir dramaturgia para la expansión del cristianismo, y de producir cierta gramática de la justificación, en términos dl sociólogo Francis Chateauraynaud (2011), fue mediante las alertas, puesto que estas permiten llevar a cabo operaciones discursivas realizadas por aquellos que se supone ven venir ciertos procesos e intentan comunicar su percepción a otros (Chateauraynaud y Torny, 1999). El rol de emisor de alerta puede ser cumplido por toda clase de entidades, incluso por discípulos que transmiten una enseñanza, Por medio de estas, y más exactamente de alertas catastróficas (que anuncian una segunda venida o el fin del mundo), los argumentos se transforman en el campo social y adquieren una mayor legitimidad.

Para finalizar este texto, cabe afirmar que si bien es cierto que se trató de probar la existencia de una persona concreta pero revestida por completo de mitos y leyendas religiosas, mediante el examen de ciertas características de conducta que bajo un trasfondo religioso resultan bastante humanas, lo cierto es que ello podría aplicarse, desde luego, desde una perspectiva no fideísta como se procuró realizar en este texto, así también como desde una fideísta. Es decir, es posible esbozar la idea religiosa de que, aun si consideramos a Jesús de Nazaret como un filósofo cínico bastante adelantado para su tiempo y con un gran carisma, es posible afirmar, de igual forma, que un ente superior (llámese de Dios o de cualquier otra forma) operó a través de él, y para sostener aquello, bien podría cualquier fideísta apoyarse en la influencia que innegablemente tuvo la influencia cristiana a través de los siglos. O se podría decir incluso, que un ente superior encarnado, de cualquier forma, tendría que exteriorizar ciertas características psicológicas. El hecho de fondo, es que, debajo de ciertos símbolos, resulta bastante probable, por lo menos probable, desde la teoría, un conjunto de sentires, decisiones y relaciones, encarnado en un cuerpo concreto.

Bibliografía:

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Autor: Miguel Ángel Guerrero Ramos



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¿Existió realmente Jesús de Nazaret? Una perfilización psicológica y sociológica de Jesús y del cristianismo primitivo

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