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La teoría neoclásica y la política económica en el Perú.- César Vásquez Bazán en el XVIII Congreso Nacional de Economistas (Lima, octubre 24, 2009)

https://goo.gl/C1wRRb
Escribe: César Vásquez Bazán

XVIII Congreso Nacional de Economistas del Perú
PERÚ: ENCUENTRO ECONÓMICO CON EL MUNDO
LA TEORÍA NEOCLÁSICA Y LA POLÍTICA ECONÓMICA EN EL PERÚ
Exposición del Dr. César Vásquez Bazán
Cámara de Comercio de Lima
Lima, sábado 24 de octubre de 2009















Señor Decano del Colegio de Economistas de Lima, Dr. Pacífico Huamán Soto
Señor Decano del Colegio de Economistas del Perú, Dr. Virgilio Roel Pineda
Señores Decanos de los Colegios de Economistas del Perú
Colegas participantes en el XVIII Congreso:

Agradezco la amable invitación del Presidente del Congreso para formular algunos comentarios sobre la economía neoclásica y la política económica en el Perú. Aquellos que tuvimos el honor de ser alumnos del Dr. Pacífico Huamán, en nuestros años de estudiantes en San Marcos, sabemos de su pluralismo y caballerosidad para con todos los participantes en un debate, sin importar alineamientos teóricos o simpatías partidarias. Permítaseme interpretar esta oportunidad de dirigirme al XVIII Congreso Nacional de Economistas como una nueva expresión de su espíritu democrático.

Los comentarios que expondré esta tarde están vinculados a La Teoría Neoclásica y la Política Económica en el Perú y los presentaré organizados en cinco secciones. En la primera sección discutiré el modelo teórico que informa la política económica peruana. En la segunda, opinaré sobre el estado de dicho modelo teórico tras la crisis económica y financiera que afronta el mundo capitalista. En tercer lugar expresaré algunos puntos de vista respecto al contenido ideológico de la economía neoclásica. A continuación señalaré la necesidad de contar con un nuevo modelo teórico tras la quiebra conceptual del neoclasicismo. Finalmente discutiré si es factible que la política económica peruana pueda reorientarse dentro del modelo normativo actual. Tras exponer mi respuesta a esta interrogante, propondré algunos objetivos básicos de una política económica alternativa para un país con los problemas estructurales que aquejan al Perú.

Características generales del modelo teórico que informa la política económica peruana

Si se desea analizar la política económica peruana de las últimas dos décadas es necesario examinar el modelo teórico que informa dicha política, el mismo que puede caracterizarse como derivado de la economía neoclásica.

En el Perú, el dominio ideológico de esta teoría se remonta a mediados de 1990, cuando su diagnóstico y principales propuestas se convirtieron en el pilar central de la estrategia económica puesta en práctica por la Administración Fujimori. Ulteriormente, sus principios básicos –como el de la libre competencia y el de la subsidiariedad del estado– fueron incorporados en el Título III de la Constitución de 1993 dedicado al Régimen Económico de la nación. Con posterioridad al año 2000, la política económica neoclásica inaugurada por Fujimori continuó siendo implementada por las administraciones Paniagua y Toledo y la actual de García.

Elementos centrales del modelo teórico neoclásico aplicado en el Perú

El modelo neoclásico se basa en tres proposiciones fundamentales: (1) el reconocimiento de la búsqueda del interés personal como característica permanente de la racionalidad humana; (2) la existencia de Mercados competitivos operando sin restricciones en la economía; y (3) el apotegma que el gobierno no debería intervenir –mucho menos participar– en el proceso económico porque desvirtuaría los resultados eficientes de la operación de los mercados competitivos.

La racionalidad ortodoxa explica que cada individuo se desenvuelve en la vida diaria buscando alcanzar su interés personal. La norma de actuación del individuo racional, en particular al tratar con otros agentes económicos, puede resumirse en la maximización de su satisfacción como consumidor o en la maximización de sus utilidades como productor. El comportamiento maximizador de los individuos económicos es facilitado por el conocimiento completo de la información necesaria para la toma de decisiones, llámense estos datos preferencias, presupuestos, precios, costos o utilidades. Todas las criaturas que habitan el mundo de la economía neoclásica están bien informadas sobre los valores de las magnitudes relevantes para sus decisiones, perciben lo que es su propio interés personal, e intentan obtenerlo en forma consistente.

Los agentes económicos ejercen su interés personal participando como demandantes u oferentes en mercados de libre competencia, capaces de regularse a sí mismos y que no necesitan de regulaciones del gobierno. Poblados de participantes minúsculos e independientes entre sí –y por lo tanto inhabilitados de poder manipular el precio– las condiciones vigentes en los mercados competitivos determinan que precios y cantidades fluctúen flexiblemente al alza o a la baja. El ajuste entre las fuerzas antagónicas de oferta y demanda se produce en forma automática y rápida. La competencia simétrica entre consumidores y productores, entre solicitantes de préstamos y prestamistas, entre vendedores y demandantes de fuerza de trabajo, conduce necesariamente al equilibrio entre las partes en el corto plazo y al óptimo equilibrio en el largo plazo. Sólo choques externos o fallas del mercado pueden inducir a que el mercado arroje un equilibrio distorsionado y por lo tanto no optimizador desde el punto de vista social.

Los valores de precio y cantidad a los que conduce el funcionamiento del mercado competitivo aseguran el balance en la búsqueda de los intereses personales de consumidores y productores. Al mismo tiempo, permiten a la sociedad alcanzar en el largo plazo el ideal de la doble eficiencia: la eficiencia productiva y la eficiencia en el uso de los recursos productivos. La economía alcanza un equilibrio estable en el largo plazo, cuando el precio de mercado refleja, por un lado, el costo mínimo promedio y, por el otro, el costo marginal de producción. En estas condiciones no existen utilidades extraordinarias, sólo ganancias normales.

Es a través de la operación de mercados libres poblados de individuos egoístas que las sociedades organizan de manera eficaz la producción y la circulación de mercancías y servicios, y la distribución de los ingresos generados por dichas actividades. Aunque ningún individuo practicante del egoísmo aspira a promover el bienestar de la sociedad, la búsqueda racional e informada del interés personal en mercados competitivos se convierte en la mano invisible que asegura el bien común y contribuye a aumentar el bienestar de la colectividad. El interés personal, filtrado de sus efectos perniciosos gracias a la dinámica del proceso de mercado, se convierte en la norma única, necesaria y suficiente de la tabla de valores de los agentes económicos.

Según la economía neoclásica, los óptimos logros obtenidos por los mercados competitivos demuestran que no sólo no es necesaria la intervención del estado en la economía sino que un estado impulsor de políticas económicas activistas distorsionaría seriamente el funcionamiento del mercado e impediría alcanzar la eficiencia económica.

Estado específico del modelo neoclásico tras la crisis económica y financiera global


Pienso que la mejor descripción del estado del modelo neoclásico fue brindada por Alan Greenspan hace exactamente un año, en declaraciones ante la Cámara de Representantes de los EE.UU. Creo que vale la pena observar el siguiente vídeo de seis minutos de duración con las palabras de Greenspan.

Como lo reconoció el expresidente de la Reserva Federal de EE.UU., la grave crisis financiera observada en este país y el mundo ha golpeado los cimientos y estructuras del edificio teórico de la economía ortodoxa. La economía convencional –utilizando las cándidas palabras del viejo zorro de la Fed– se encuentra en un estado de conmoción e incredulidad ante la crisis que recorre el globo y cuyo inicio no pudo ocultarse más desde principios del año pasado.

La validez de las construcciones hipotéticas del neoclasicismo en cada una de sus diferentes denominaciones, ha sido herida de gravedad por la realidad actual de las economías de Estados Unidos y el mundo. En países avanzados y retrasados, los economistas ortodoxos, llámense monetaristas, partidarios de la economía del Lado de la Oferta o cultores de la Nueva Economía Clásica, han visto sus aparatos teóricos ser violentamente asaltados por la intransigente realidad. Las principales muestras del desmoronamiento de los dogmas canónicos de la ortodoxia se encuentran en la Crisis de 2008, en la que se produjeron las quiebras de importantes bancos de inversión, su reapertura como bancos comerciales, el salvamento de instituciones financieras a través de su nacionalización por el estado norteamericano, la caída de esos grandes casinos internetizados de apuesta especulativa conocidos como bolsas de valores, la recesión productiva y el creciente desempleo.

Sin duda, los más afectados por esta crisis de credibilidad han sido los fieles seguidores de la Nueva Economía Clásica, escuela que ha visto inutilizada la validez de sus tres elementos teóricos centrales. Me refiero a las hipótesis de las expectativas racionales, los mercados eficientes y la inefectividad de la política económica.

El primero de los supuestos neoclásicos cuya falsedad fue demostrada por la crisis fue la pretensión de suponer que todos los agentes son racionales en el sentido de contar con un adecuado conocimiento del funcionamiento de la economía basado en el acceso a toda la información disponible y relevante del mercado en consideración. Basándose en esta premisa, la Nueva Economía Clásica dedujo la hipótesis de las expectativas racionales según la cual los agentes económicos formarían sus expectativas de manera racional y se desenvolverían en el mercado asumiendo que los demás participantes también formarían sus expectativas racionalmente. Si bien pueden cometer errores al pronosticar el desenvolvimiento de los mercados –debido a sucesos aleatorios, no sistemáticos y por tanto impredecibles– en promedio las expectativas de los agentes económicos deberían ser correctas.

Al respecto, permítaseme proponer un ejemplo. Pensemos en nuestros viajes diarios al trabajo, manejando nuestros autos. Asumamos que actuamos guiados por nuestro interés personal, somos racionales y por ello manejamos a la defensiva. Supongamos que los demás choferes también buscan su interés personal, son racionales y manejan a la defensiva. Supongamos además que todos los conductores formamos nuestras expectativas de manera racional y por lo tanto supongamos que todos nosotros obedeceremos las señales de los semáforos. Con esta estructura de razonamiento, es seguro que el tránsito alcance hipotéticamente el perfecto equilibrio desde el punto de vista de la seguridad de los peatones, choferes y ocupantes de los vehículos. La única manera en que se producirían desviaciones del equilibrio en el tránsito sería, por ejemplo, si los semáforos no funcionaran como resultado de un colapso ajeno al sistema, por ejemplo, por falta de energía eléctrica. Basados en la anterior reflexión teórica, decidimos manejar a la defensiva, confiando que los demás choferes harán lo mismo. Sin embargo, súbitamente somos colisionados por un vehículo de pasajeros, que no obedeció la señal de un semáforo y decidió pasar la luz roja, impactando a nuestro automóvil justo en la puerta del conductor. En la ambulancia, camino al hospital y seriamente heridos, reflexionamos acerca de cómo pudo suceder el accidente, si todos los conductores –el del otro vehículo y nosotros–buscamos nuestro interés personal, somos racionales y formamos nuestras expectativas de manera racional. ¿O será que tal vez el entendimiento de lo que es nuestro interés personal no es homogéneo?

El segundo supuesto neoclásico rechazado por la realidad es el de los mercados eficientes. Esta hipótesis enuncia que, en ausencia de choques exógenos –y por lo tanto impredecibles– o fallas del mercado comprobadas con la necesaria evidencia empírica, todos los mercados funcionan y alcanzan el equilibrio en forma eficiente y por lo tanto los precios formados en ellos reflejan los fundamentos económicos en una manera adecuada.

La hipótesis de los mercados eficientes sostiene que los precios de los activos transados en mercados en los que se observa una elevada eficiencia en la determinación de los precios –como los precios de las acciones en los mercados de valores– expresan toda la información disponible, en especial la vinculada con las utilidades futuras de las empresas. Por ello es imposible predecir si es que algunos de ellos proporcionarán mejores rendimientos que otros.

Apoyados en las anteriores hipótesis, los bancos e instituciones financieras, operando con expectativas racionales, asumieron que el boom económico en Estados Unidos y en la mayoría de países capitalistas continuaría indefinidamente y que, como consecuencia, la demanda por nuevas casas-habitación seguiría similar tendencia. En mercados eficientes, ello traería consigo el continuo crecimiento de los precios de las nuevas construcciones habitacionales o, al menos, la mantención de los niveles alcanzados previamente.

Los bancos e instituciones prestamistas reforzaron esta impresión optimista al consultar el índice mensual compuesto Standard and Poor’s / Case-Shiller de las diez ciudades representativas del mercado estadounidense de casas-habitación. Leyendo el índice mensual desde junio de 1995 –fecha en la que ascendió a 76.66– e inclusive hasta abril del año 2006, cuando el índice llegó a 226.23, los prestamistas observaron que mes a mes, los precios de las casas no hacían sino subir sin retroceso alguno. Dedujeron que tenían por delante un excelente panorama de negocios. Operando bajo los supuestos de expectativas racionales y mercados eficientes, los bancos razonaron que probabilísticamente era casi imposible que los precios de las casas pudieran caer, inclusive en el largo plazo. Dadas estas condiciones, la búsqueda de la maximización de sus utilidades los obligaría –como instituciones prestamistas– a financiar todo tipo de hipotecas para la compra de casas-habitación, usando para ello su propio capital o apelando al apalancamiento financiero. En caso que en el transcurso del tiempo hubiera clientes que no pudieran atender el servicio de la hipoteca y por lo tanto sus instrumentos tuvieran que ser ejecutados, eso no constituiría un problema. Siempre existirían nuevos prestatarios que tomarían el lugar de los morosos, y como se asume que los precios de los casas no caerían, se concluye que no se afectaría la posición financiera de la entidad prestamista.

Fue así como la propia dinámica del sistema financiero estadounidense, operando con expectativas racionales y mercados eficientes generó la situación de crisis que afloró con toda su fuerza hace algo más de un año. Las erradas hipótesis de la economía neoclásica proporcionaron a bancos e instituciones financieras un falso sentimiento de seguridad y certeza que los llevó a aprobar préstamos hipotecarios por billones de dólares que a la postre no podrían ser recuperados, convirtiéndose en los llamados activos tóxicos, adquiridos por el gobierno estadounidense para evitar la quiebra de las instituciones prestamistas. Por supuesto, el salvamento constituyó una abierta intervención del gobierno en la economía, que violó las reglas de funcionamiento del mercado y las prescripciones ortodoxas de política. Extrañamente en esta oportunidad, los economistas neoclásicos no se sintieron incómodos por la intromisión estatal en la actividad financiera.

La crisis también permitió detectar una seria falla adicional del modelo neoclásico. Se trata de los elevados costos que está pagando la economía de los Estados Unidos y el mundo por la oposición de la ortodoxia a la regulación estatal de los mercados. Según cifras del Fondo Monetario Internacional, hasta la fecha, dicho costo asciende a 4 trillones de dólares en pérdidas.

Como es conocido, la teoría convencional sólo acepta la intervención del gobierno –y a regañadientes– en casos de fallas del mercado, como la existencia de externalidades o la falta de suficiente competencia. Para los neoclásicos no tiene sentido regular los mercados cuando éstos son eficientes y cuando en ellos operan agentes económicos que actúan guiados por su propio interés y forman sus expectativas de manera racional. Como lo explicó Greenspan, la teoría neoclásica entiende que los responsables de aprobar los préstamos hipotecarios en las instituciones prestamistas tienen plena conciencia de lo que constituye el interés propio de los bancos. Por lo tanto, no hay necesidad de regular o supervisar las operaciones de mercado en las cuales se encuentran involucrados.

Acogiéndose a la justificación de la pasividad reguladora que se desprende del modelo ortodoxo, Greenspan se negó a utilizar las facultades de regulación de la Reserva Federal para poner orden en las actividades especulativas de los bancos y para detectar y sancionar los comportamientos fraudulentos de las instituciones prestamistas. Permitió así, por ejemplo, la proliferación de préstamos rapiña (predatory lending) diseñados para obtener el máximo provecho de prestatarios de escasa solvencia (y de escaso conocimiento de la información relevante del mercado). Los siguientes son cinco ejemplos de estas prácticas que algunos, utilizando un lenguaje más directo, calificarían como estafa:

(i) La concesión de préstamos a elevadas tasas de interés y condicionados a la contratación por el prestatario de seguros innecesarios (credit life insurance), al pago de comisiones adicionales (points), y al desembolso de elevadas multas si se deseara cancelar el principal por adelantado. Este último requerimiento era incorporado con la finalidad de mantener al prestatario encadenado de manera indefinida a un préstamo visiblemente oneroso.

(ii) La concesión de préstamos provocadores (teaser loans), en los que el prestatario desembolsaba un pago inicial nominal y adquiría un préstamo a muy reducida tasa de interés inicial, que sería reajustada a una tasa sustancialmente mayor tres años después. Los bancos explicaban a los prestatarios que no deberían preocuparse por dicho incremento, debido a que antes que éste se produjera podrían refinanciar la propiedad mediante un préstamo estándar a tasa de interés fija. Cuando se acercaba la fecha del reajuste de la tasa de interés del préstamo y el prestatario intentaba refinanciar se encontraba que no llenaba los requisitos de solvencia exigidos para la nueva operación de préstamo.

(iii) La concesión de préstamos mentirosos (liar loans), en los cuales el prestatario presentaba escasa (o ninguna) documentación probatoria de sus ingresos con el pretexto que dicha rentas provenían de negocios personales, o de propinas, o que no podía ubicar sus declaraciones de impuesto a la renta.

(iv) La concesión de préstamos hipotecarios en los que el prestatario sólo pagaba los intereses y no el principal, lo que conllevaba a que no acumulara en su favor la plusvalía que pudiera haber generado la propiedad.

(v) La concesión de préstamos hipotecarios incluyendo elevados balloon payments que obligaban a los prestamistas a endeudarse adicionalmente pocos años después de la operación inicial de préstamo.

Las anteriores fueron algunas de las modalidades de hipotecas rapiña puestas en práctica por instituciones prestamistas que supuestamente conocían cuál era su propio interés y formaban expectativas de manera racional. Cuando la morosidad finalmente se manifestó al no poder el prestatario atender el servicio de la hipoteca, el fenómeno fue tan generalizado que contribuyó a desencadenar la crisis de las instituciones financieras norteamericanas.

Probablemente George Soros ha sido quien ha expresado más sucintamente el estado del modelo teórico que guía hasta el día de hoy las finanzas especulativas estadounidenses (y la política económica peruana). Hace sólo un año, el exitoso financista del Soros Fund Management escribió con respecto a la hipótesis de los mercados eficientes: “La interpretación predominante de los mercados financieros –la hipótesis de los mercados eficientes– ha sido totalmente desacreditada –y para bien– por el Crash de 2008… Éste demuestra la falsedad de la afirmación que los mercados financieros tienden hacia el equilibrio y que las desviaciones son causadas por choques externos” (Soros 2009,  216).

En cuanto a la hipótesis de las expectativas racionales, Soros afirmó abiertamente: “Sostengo que la teoría de las expectativas racionales malinterpreta cómo operan los mercados financieros. Si bien la teoría de las expectativas racionales no es tomada seriamente en cuenta fuera de los círculos académicos, la idea que los mercados financieros se autoajustan y tienden hacia el equilibrio continúa siendo el paradigma predominante sobre el que se basan los diversos instrumentos sintéticos y modelos de valoración que han llegado a asumir un rol dominante en los mercados financieros. Sostengo que el paradigma predominante es falso y necesita urgentemente ser reemplazado” (Soros 2009,  6).

Las principales conjeturas teóricas de la Nueva Economía Clásica se han visto pues comprometidas por la realidad. La crisis global del siglo XXI ha demostrado cuán endebles eran los fundamentos de racionalidad y organización económica en los que basaban sus teorías y cuán erradas eran sus propuestas de política.

La economía neoclásica y su orientación ideológica

Quisiera formular una observación a la afirmación hecha por Soros en cuanto a que las hipótesis de las expectativas racionales y los mercados eficientes sólo son tomadas en cuenta seriamente en los círculos académicos. Me parece que Soros no considera un segundo ambiente en el cual dichas conjeturas no sólo son bien recibidas sino que son adoptadas como pensamiento oficial. Me refiero a los círculos gobernantes de naciones como el Perú. En estos países, imitadores nativos de Reagan, Thatcher y Pinochet encontraron en la economía neoclásica el sustento que requerían para la implementación de sus políticas macroeconómicas.

Y es que en adición a sus conjeturas sobre el interés personal de los agentes económicos, las expectativas racionales y los mercados eficientes, el modelo neoclásico defiende la validez de una proposición de marcada connotación ideológica en apoyo a las políticas de laissez faire. Se trata del teorema de la inefectividad de las medidas de política económica orientadas a la promoción de la demanda agregada. Según esta conjetura, en presencia de precios y salarios flexibles, y con agentes económicos portadores de expectativas racionales, cualquier intento del gobierno de aplicar políticas fiscales o monetarias –por ejemplo, para reducir el desempleo– no obtendrá ningún efecto real en el largo plazo.

La razón esgrimida por la ortodoxia es que los agentes económicos responderán con incrementos proporcionales de precios y salarios que neutralizarán la acción gubernativa y sólo producirán un incremento en la tasa de inflación. De ahí la necesidad de dejar de lado ilusiones distributivas a ser alcanzadas mediante la política económica.

Tocamos aquí un tema crítico del modelo neoclásico. El surgimiento de episodios inflacionarios puede afectar la posibilidad del país para captar y retener inversión privada y crecer económicamente. Para la ortodoxia la pugna entre estabilidad de precios o reducción del desempleo quedó largamente resuelta en favor de la acción antiinflacionaria.

En cuanto al desempleo, estando éste determinado por las condiciones estructurales y friccionales de la economía, la ortodoxia afirma que sólo operando por el lado de la oferta puede alentarse el crecimiento del producto y reducirse la desocupación. Al igual que los economistas del Supply-Side, los nuevos economistas clásicos asumieron la vigencia de la vieja Ley de Say. Las únicas políticas gubernamentales que pueden ser exitosas son aquellas encaminadas a incentivar la innovación, promover la oferta, abaratar los costos empresariales y aumentar el grado de competitividad en los mercados de trabajo y de productos.

Entre las recomendaciones neoclásicas para alentar el uso eficiente de los factores productivos se encuentran reducir los impuestos a las empresas, incrementar la competitividad en los mercados de mercancías y servicios, mantener restricciones al crecimiento de la oferta monetaria, liberalizar los mercados de mano de obra, minimizar la capacidad negociadora de los sindicatos, y reducir la seguridad social otorgada a los trabajadores con el fin de utilizar el incentivo para trabajar para promover el crecimiento de la oferta de mano de obra. Todas ellas han sido aplicadas en el país desde comienzos de los años noventa.

Quiebra de la teoría neoclásica y necesidad de un modelo alternativo

En el siglo pasado, el Desastre de 1929 y la Gran Depresión de los años treinta trajo consigo el derrumbe del modelo clásico y el surgimiento del Keynesianismo como teoría económica alternativa para los países de capitalismo avanzado. Frente a la realidad de una recesión productiva que se extendió por más de una década en los Estados Unidos y un desempleo que afectó al 25% de la fuerza laboral de ese país, no hay teoría económica que pueda sostener la imposibilidad de las crisis o que los mercados sean eficientes y alcancen el equilibrio en forma automática y rápida.

Es probable que el Crash de 2008 genere un similar fenómeno de recambio. El neoclasicismo en sus diversas variantes ha visto sacudidos sus cimientos por una crisis que no pudo prever, prevenir ni afrontar. La actual crisis ha demostrado que el neoclasicismo de las expectativas racionales, los mercados eficientes que no necesitan regulación y el nuevo estado gendarme tiene más de ideología y doctrina que de teoría científica. La realidad ha hecho evidente la impotencia de la ortodoxia, la falsedad de sus preceptos teóricos y la inefectividad de las medidas de política derivadas de ellos. Frente al Crash financiero de 2008, las autoridades económicas de los gobiernos del mundo –esas mismas que se declaraban fieles seguidoras de la ortodoxia– tuvieron que taparse la nariz y apelar al estado para salvar al sistema.

Si se intenta reflexionar sobre un modelo alternativo, lo primero que debe mencionarse es que éste tendrá que incorporar respuestas concretas frente a las graves faltas de la economía neoclásica. En primer lugar, tendrá que ser un modelo verdaderamente científico, que describa y explique nuestra peculiar realidad –en nuestro espacio y en nuestro tiempo– y que no acepte como teorías lo que en el mejor caso son intuiciones ingeniosas o hipótesis a la espera de contrastación empírica. El modelo alternativo tendrá que mantener una permanente actitud inquisidora en la que todo lo económico tendrá que permanecer abierto a cuestionamiento e investigación. ¿Es cierto que todos los seres humanos se guían únicamente por su interés personal? ¿O es que acaso sólo algunos individuos buscan afanosamente su interés personal en tanto que otros se orientan siguiendo criterios alternativos? ¿Qué sucede con la microeconomía si es que se asume que las curvas de costo no reflejan rendimientos decrecientes sino, por el contrario, demuestran la existencia de rendimientos crecientes en su senda de expansión? ¿Son las preferencias del consumidor realmente transitivas? ¿Puede ser un mercado oligopólico o monopólico más eficiente que un mercado de competencia perfecta? ¿Existen tasas naturales al interior de fenómenos sociales que son impactados por la acción del ser humano? ¿Puede la economía seguir invirtiendo tiempo en la formalización de modelos perfectos, bajo el pretexto de presentarlos como situaciones ideales a alcanzar en un futuro impreciso? ¿Es cierto que no puede haber políticas económicas efectivas contra la desocupación? Las anteriores preguntas representan ejemplos de las múltiples preocupaciones que tendrá que responder un modelo económico alternativo.

Una teoría económica alternativa requerirá además de un enfoque interdisciplinario que integre la colaboración de otros campos que en adición a la matemática y la estadística pueden iluminar la materia de estudio de la economía. Por ejemplo, investigaciones (y en muchos casos experimentos) que pueden adelantar conjuntamente economistas con psicólogos, antropólogos, sociólogos e historiadores tendrán mucho que aportar al entendimiento de los intereses del ser humano y a cómo debe aprehenderse el concepto de racionalidad. De igual manera, una mayor integración con las finanzas, la administración y la mercadotecnia permitirá un mejor conocimiento de la conducta de inversionistas, especuladores, gerentes y consumidores.

Reorientación de la política económica peruana

Un barbado economista alemán del siglo XIX acostumbraba recordar que la ideología dominante en una sociedad era la ideología de su clase dominante. La afirmación puede usarse para entender la vigencia del modelo ortodoxo en nuestro país. El día de hoy, la ideología económica dominante en el Perú es la ideología neoclásica y lo es porque para quienes detentan el poder político y económico, la ortodoxia resulta funcional al logro de sus objetivos de acumulación de capital y supremacía. Dada la existencia de esta relación umbilical, puede deducirse que el cambio significativo del modelo que guía la política económica peruana requerirá de la presencia de un nuevo grupo social hegemónico que ponga en marcha un proyecto alternativo al actual, el mismo que debe informar la redacción de una nueva constitución política para el país.

Hecha la salvedad, puede formularse algunos comentarios sobre la reorientación de la política económica peruana. En principio, creo que se hace necesario que el trípode convencional de objetivos de política económica –estabilidad de precios, crecimiento y pleno empleo– vuelva a ser la estructura de tres pilares que debería ser, reconociendo la necesidad de incorporar en los programas de gobierno medidas para reducir consistentemente la desocupación que afecta al 50% de la población económicamente activa. Tan elevado grado de desempleo abierto y encubierto indica que el lado humano de la economía no ha sido apropiadamente considerado. Muestra también que la política macroeconómica ha sido inefectiva, insuficiente e incompleta.

La política económica peruana de las últimas dos décadas es una estructura bípeda basada únicamente en la obtención de la estabilidad de precios y el crecimiento productivo. El Perú se asemeja a un enfermo que padece simultáneamente tres condiciones de salud: presión alta, diabetes y tuberculosis. La política macroeconómica neoclásica ha mantenido bajo control la presión alta (inflación) y la diabetes (el crecimiento productivo). Sin embargo, la tuberculosis económica del país (el desempleo) ha avanzado en forma sostenida y pone en peligro la continuación de la existencia misma del enfermo.

Desde mediados de 1990, la clínica neoclásica de salud ha estado al cuidado del enfermo económico peruano. A través de todo este tiempo, el médico neoliberal se ha negado a reconocer la gravedad de la desocupación. Además, se ha abstenido de tratar la dolencia, en la creencia que en el largo plazo se curará sola (es decir, que el mercado laboral se ajustará por sí mismo). Peor aún, los informes clínicos del INEI respecto al desempleo son altamente deficientes. No se sabe por ejemplo, cuál es el grado de desocupación por regiones, por sexo o por edades. No se sabe cuánto tiempo en promedio permanece desempleada una persona. ¿Podemos en la situación de tuberculosis avanzada (desempleo) del paciente afirmar que las prescripciones contra la desocupación del recetario neoclásico fueron acertadas y completas?

Sólo restringiendo a dos los objetivos de la política macroeconómica puede llegarse a la conclusión que ésta, en los últimos veinte años, fue efectiva, suficiente y adecuada. Siguiendo las fórmulas neoclásicas, autoridades y técnicos proscribieron la consideración de la desocupación –el principal problema humano de la economía– y confiaron a la voluntad del supuesto mercado eficiente y a la de un impreciso largo plazo la reducción significativa del desempleo. Sólo eliminando sutilmente del debate nacional el problema de la desocupación puede obtenerse la conclusión que la economía peruana está bien.

Al menos el dictador brasileño Castelo Branco fue honesto al reconocer que en su país “la economía estaba muy bien, pero el pueblo estaba muy mal”. En el Perú, por el contrario, se vende la idea que la economía está bien y que las políticas macroeconómicas son buenas cuando la situación económica de más de la mitad de los seres humanos que habita el país es mala al carecer de empleo e ingresos adecuados.

Un punto importante que debe tenerse presente es que definir la política económica de manera que excluya el tratamiento del problema del desempleo no es una acción casual. La sospechosa mutilación obliga a meditar sobre los intereses económicos y políticos que defiende el neoclasicismo. Dichos intereses son los de las minorías privilegiadas del Perú. Los gobiernos de los últimos veinte años equipararon la variable progreso del país con la variable progreso de las clases dominantes del país.

Sin embargo, recomponer el trípode de fines de la política económica será insuficiente en el caso peruano si no se toma en cuenta tres objetivos adicionales. Ellos son la atención de las necesidades básicas de la población, la promoción efectiva de las regiones –gravemente discriminadas por el crecimiento centralista– y la adopción de medidas para redistribuir el ingreso nacional.

Debe advertirse que reenfocar la política económica implica un esfuerzo mucho mayor y mucho más intenso, con un mayor riesgo, que el que conlleva la actual política económica neoclásica. Si se tiene éxito en el intento se habrá dado un primer paso en el proceso de construcción de una sociedad más justa en el Perú, esa aspiración tan opuesta a la búsqueda del interés personal, y por la cual muchos de los aquí presentes decidimos convertirnos en economistas.

Muchas gracias.

Obra citada

Soros, George. 2009. The Crash of 2008 and What It Means. The New Paradigm for Financial Markets. New York Public Affairs.

© César Vásquez Bazán, 2011
Todos los derechos reservados
Junio 15, 2011


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