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Muere en huelga de hambre un preso político cubano

Manifestación pro-derechos humanos en Cuba
                                                                                   

Ayer, tras una huelga de hambre de 85 días, murió en la cárcel cubana de Camagüey Orlando Zapata. Su monstruoso delito había consistido nada más y nada menos que en pensar por cuenta propia. Orlando era preso político desde el 2003. Y fue encarcelado por desacato a la autoridad el mismo día en que las fuerzas represivas cubanas desplegaron una redada que acabó con 75 disidentes en prisión: el conocido grupo de los 75. Orlando, un humilde albañil, se resistió, alzó la voz y en pago por ello pasó 7 años entre rejas que le han costado la vida.

Así se las gasta el régimen castrista, y así que pasen otros sesenta años de abusos, represión y atropellos a los derechos humanos si del partido comunista depende. A todo esto, la izquierda del mundo entero, socialistas españoles incluidos, cierra boca, ojos y oídos, mira hacia otro lado cuando no tiende la mano a Raúl Castro como hoy hace el impresentable Lula da Silva. Todos son cómplices: desde Lula a Chávez o los Kirchner pasando, desde luego, por la membresía del partido socialista español. Todos. Cómplices.

Ya más calmado, quiero decir unas palabras en relación con el desafío que plantean quienes inician una huelga de hambre en señal de protesta. A mi modo de ver, se trata de una iniciativa absolutamente legítima que carece de sentido en un Estado no paternalista. Si el gobierno cubano ha dejado morir de inanición a Orlando Zapata es porque nos las vemos con un Estado autoritario, y declararse en huelga de hambre solamente es funcional en aquellos casos en que las protestas van dirigidas contra Estados garantistas con predominio de la opinión pública. Lo vimos a propósito de la huelga de hambre emprendida por Aminatou Haidar en España, algo que a la monarquía marroquí le traía sin cuidado.

En mi opinión, cuando una persona se declara en huelga de hambre, independientemente del país que pongamos, la respuesta del Estado debe guiarse por la absoluta indiferencia. Un Estado no intervencionista debe abstenerse de entrar en ese tipo de desafíos, con más razón cuando proclama que toda persona es dueña y responsable de su propia autonomía física.


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