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"Demiurgo de papel maché" - Editorial


Una tarde calurosa de esas que anuncian la proximidad de una fuerte tormenta voy recorriendo las calles de La Boca. Las veredas altas, los conventillos, los chicos y los turistas, el riachuelo y la bombonera. Un galpón enorme. El teatro del grupo Catalinas Sur. Entramos. Pasamos detrás del escenario entre telas y penumbras. Y llegamos al taller. El hábitat natural de Alfredo Iriarte. Una especie en extinción y por eso vamos en su busca. Pero primero debemos buscarlo dentro de esa laberíntica jungla de escenografías, muñecos y máscaras. Cuando lo encontramos ya estaba hablando y así será durante la hora y media que permaneceremos allí dentro escuchando su voz uruguaya. Una voz que tiene la humildad del tipo que sabe pero no le interesa lucrar con eso.
Y mientras lo escuchamos nuestros ojos recorren ávidos todos los objetos desparramados por paredes, pisos, mesas, estantes y techos. Él, supongo yo, consciente de eso, nos cuenta la historia de algunas de sus creaciones. Como la bicicleta que dejó de ser juguete de infancia para convertirse en elemento fundamental de un espectáculo. Un final posible para una cuarta película de Toy Story tal vez. Pero no es sólo en el cine donde las cosas inanimadas se hablan y mueven por sí mismas. Aquí todo vive si hay alguien que lo sepa hacer vivir. Esto lo digo después de ver cómo Alfredo se quitó su propia campera. Porque la tomó con una mano desde arriba y con la otra desde atrás. Y empezó a moverla. Juro que cobró vida. Respiraba y nos miraba. Detrás de un plástico, otros muñecos gritaban en silencio “Yo, yo, ahora yo”. Pero sólo uno fue el privilegiado. Y junto con él, Alfredo nos mostró la escenografía de El Vengador del Riachuelo, su último espectáculo. Encendió las luces, abrió los paneles. Posó para las fotos. Y nos explicó que esto iba acá, que aquello en un momento servía para eso y que cuando los personajes hacían tal cosa en aquella parte, la música sonaba así y que todos esos se metían por ahí y salían por acá. Los muñecos con sus ojos abiertos asentían inmóviles desde sus hilos tensos.
Sin darnos cuenta casi, sus respuestas pasaron del discurso político a la confesión de secretos del oficio, y viceversa. Y es que para Alfredo todo es una misma cosa inseparable. No puede no pensar su trabajo artístico como acción modificadora de la realidad. Y no es utopía lo que se vuelve concreto. En Catalinas las puertas están abiertas a cualquiera que quiera participar. Y es tan así que nos arrastró el intercambio de ideas, que recién promediando la entrevista, decidimos sentarnos. Ubicados en nuestros improvisados asientos, hablamos de la vida, de las decisiones que uno toma y las que uno no toma. De la actualidad teatral a la infancia en Montevideo. Sin escalas ni comas. Quizá por la posición de descanso adoptada, quizá por el tiempo ya transcurrido, apareció un lugar para la confianza y los recuerdos íntimos. Como el de su familia actuando en los sindicatos de Montevideo. “Ahora se cumplen cien años de la muerte de Florencio Sánchez y yo creo que vi todas las obras de Florencio Sánchez, o hechas por mis tíos o por mis primos o por mis viejos”, dice Alfredo al pasar. Y dice muchas cosas más en la entrevista. Te invito a leerlas en esta edición Sis dell’ attore, dedicada a un hombre de bigote que hace máscaras y títeres.
Ciao!


Diego Manara
Editor General
[email protected]




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