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HACER POSIBLE LA CRITICA

Foto: (c) Festival Mariley. Danzantes, 2017.


ezequiel d'león masís


Bertolt Brecht se preguntaba en una nota de El arte y la política si la "decadencia de la cultura occidental", antes que poder ser detenida con las artes en su acelerado desmorone, no era más bien impulsada en una medida considerable por la propias artes y las ciencias, al punto de ser un factor y un vector de dicha decadencia.

Brecht enuncia: "(...) las artes y las ciencias no solamente no son capaces de hacerlo, sino que incluso intervienen activamente en este furioso proceso de decadencia. En realidad son tan eficaces cuando destruyen valores humanos, y tan impotentes e ineficaces cuando intentan crearlos o protegerlos".

Esta mirada, este acercarse a la decadencia en Occidente es una advertencia que puede motivarnos a dimensionar el asunto, abrir ciertas pautas en pleno 2018.

Decadencia
Todo decae. Culturalmente, la humnaidad se crea a sí misma. Así que valores absolutos, treaen absolutismos. La decadencia a la que se refiere Brecht claramente se funda en "valores" que desde la era industrial han pasado ha ser ídolos rotos. No toca al arte promover valores, opino. Pero Brecht se alarma que las artes sean instrumento de la propia axiología decaída, las normas y mores que él desde su visión considera perdidos. El debate ya sólo de los valores es un debate inexacto y altamente subjetivo, digo, en la literatura de Brecht mismo, pero no podemos dejar de tener en claro que para Brecht toda posible axiología está a la par de la apología por lo vivo y la crítica de la guerra. El arte formal ha sido reflejo del proceso de destrucción de los tejidos sociales y el bien común. Y al reflejar este decaer, este caerse de lo humano, lo propugna, lo naturaliza, lo integra y ya hoy podemos también decir que nuestro arte es el registro de las ruinas de un insulto llamado Occidente.

Occidente
Es conveniente cuestionar qué podemos comprender en esta palabra: "Occidente". Suena a facilismo. Suena pesada a culpa. Es una palabra que engloba la historia contradictoria de sometidos y sometedores, violencia despótica de las coronas, el nicho de la cultura industrial y la del consumo hoy, en pleno 2018, instalada globalmente, galopante. Occidente es la decadencia en sí misma de la especie humana. No es un término enciclopédico. Duele su carga simbólica y duele en el cuerpo. Occidente no está en decadencia. Occidente se fundamentó siempre en el vórtice del expansionimo romano, su repetición obsesiva posterior con disfraces diferentes. La fundación el arte romático y la anulación a lo diverso fueron las bases de este decaer, de este caer. Expansión territorial y política de los Estados nacionales, la conformación de discursividades y metarelatos identitarios, por último un arte que refleja acríticamente la caída. Occidente es la cuna de la más alta curiosidad morbosa por desintegrar el átomo: bombas atómica, armamentos nucleares. Somos "occidentales" en la medida en que somos sobrevivientes de Occidente. Así que Brecht parte de lo que a la usanza de la primera mitad del siglo XX podría ser nombrado como "cultura occidental": Europa, su expansionismo, el genocidio, la pérdida del sentido y un arte cómplice. Pero hoy ya eso tiene avances que nos autoriza a definir a Occidente como enfermedad civilizatoria.

Hacia una crítica del arte
Queda en claro que desde las artes poco puede transformarse, sin embargo el teatro popular -por dar un ejemplo- cuenta a nivel mundial con una larga historia de diálogo pedagógico. Se me ocurre que son dos cosas las urgentes. Si la crisis global es una crisis de sentido, necesitamos una crítica del arte que no sea laudatoria sino redundantemente crítica: pero voy a la intensidad que requiere poner en duda el enunciado propio de "arte" o el falso y pretencioso rol de "artista". Qué se quiere significar con esas cosas... Se habla aún hoy del arte como un algo sagrado, intocable, especial, pero tan artista es un artesano como un panadero, una albañila o un cobrador del bus de provincia. Si hay un arte sagrado, si lo hay, éste ha de ser el arte de vivir, el sabor de vivir, pero no los procesos anquilosos que académicamente se instituyen como "arte", como "técnica" o como "gusto", todos en tono de supracategoría. Esto merece ser analizado por la crítica. Pero no necesitamos ya una crítica del crítico sino una recepción crítica del espectador, las espectadoras. Para ello todo proceso creativo debe ser dialogante, abierto. Si el arte, como cruelmente nos recuerda Brecht, ha contribuido a la bodega decadente de la mierda de la guerra, al fango que estanca el valor de lo vivo, merece la categoría "arte" pasar por un revisión despiadada. No queremos ya re-humanizar el arte, porque la decadencia más bien sitomatiza la conciencia de la posibilidad del auto-exterminio de la especie. Dialogante, no antropocénrico, abierto, no académico: eso es creatividad que hace comunidad y tejido social. Pero no busco conlcusiones sino poner en cuestión como categoría epistémica la imagen propia de autor o autora.

Hacer posible la crítica
Si no nos abrimos a ver, a mirar y encontrar el arte, las artes en toda acción humana, estaremos siempre separarndo, supercategorizando, cayendo en la caída y la recaída. Me pregunto cómo hacer viable que una crítica que dude metódicamente de toda categórica desplace esas distinciones anquilosadas. Tengo la intuición a veces que el arte de nuestro cambio de época debe ser un arte dialogante, apunto a lo multidisciplinario, a un transarte que pueda estar en paz con la danza y la fontanería, la jardinería y el poema, la venta de verduras y la música, el dibujo y el uso del metabo. El placer estético podría sacudirse un poco de su herencia acomodaticia burguesa y replantearse. Lugares de gestación del goce estético: ver la habilidad anónima que una simple caminata me muestra de tantos oficios no academizados como "arte" pero que, acaso, secretamente, están gritando mudamente una mina de valores hacia el cuido de lo vivo.

Masaya, 28 - FEB -2018.


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