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Capítulo 3: La Decisión

Aún tardé unos minutos más en tomar la decisión de aceptar el encargo, pero la incertidumbre y el desconocimiento de lo que podría encontrar me arrastraron a tomar una determinación que posteriormente lamentaría mil veces. Total sólo serían cinco días de unas vacaciones de Navidad de las que todavía me sobrarían otros tantos días para descansar.

Recogí algo de ropa en mi vieja maleta y por supuesto un buen abrigo, mi destino no era muy acogedor climáticamente hablando. Repasé el contenido de mi maletín y repuse algunas medicinas. El teléfono móvil tenía carga suficiente. Me despedí de la vieja patrona y con dificultad (como casi siempre) pude arrancar el automóvil, denominación que no describe con exactitud un viejo coche que no he podido renovar en los últimos diez años.

Antes de salir de la gasolinera me entretuve unos segundos en escuchar la información meteorológica, el invierno estaba siendo lluvioso y frío, y según los comentarios de la radio los próximos días iban a ser especialmente desapacibles, con posibilidad de tormentas acompañadas de fuertes ráfagas de viento, en resumen, un panorama muy acogedor.

Después de una hora circulando por una vieja carretera apenas si había recorrido algo más de la mitad de la distancia hasta la mansión que había sido construida cincuenta años antes por un loco soñador y solitario arquitecto que buscaba dejar huella en la posteridad, siendo rehabilitada hace muy poco tiempo. La oscuridad se adueñaba progresivamente de la montaña por la que discurría el camino, ligeramente asfaltado, por el que tuve que desviarme según el plano que me habían entregado. La escasa luz de mis faros intentaban escudriñar, entre las gotas de la lluvia persistente, dónde estaban los límites de la carretera, pues entre curva y curva se adivinaban los barrancos que cada vez se hacían más profundos.

Una sensación de inquietante soledad se iba instalando en mi cerebro, hacía muchos kilómetros que no se veía casa alguna, ni nada relacionado con actividad humana. Para colmo la lluvia se transformaba en copiosa nevada por motivo de la altura y de la temperatura, que iba disminuyendo conforme la otra subía. Pronto el limpiaparabrisas comenzó a tener problemas para retirar los copos que se acumulaban sobre el cristal, y para colmo un extraño ruido comenzó a sonar en el motor. Sin darme cuenta y entre dientes iba susurrando algo que posiblemente sería una oración para no quedarme parado y aislado en aquel sombrío paraje. El frío comenzó a penetrar en el coche a pesar de la calefacción, sentía una pequeña tiritona que contraía los músculos de la cara de forma espasmódica obligándome a sonreír en una situación como aquella. De una forma u otra lo que realmente estaba sintiendo era miedo, un miedo que inexorablemente me acompañaría en todo momento durante aquella maldita aventura.



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