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El compromiso de enseñar Yoga

Tags: yoga


La reflexión

Hace ya muchos años que comenzaron a surgir en nuestro país los cursos de capacitación para enseñar Yoga, lo cual significó un importante avance en la difusión popular de esta multifacética disciplina. Hoy, luego de un largo camino recorrido, con miles de personas formadas y dedicadas a la enseñanza del yoga —y otras tantas en formación— considero oportuno reflexionar sobre el compromiso que asumimos quienes nos dedicamos a esta actividad.

Definiendo el tema

Para abordar este tema comenzaremos por definir qué entendemos por “yoga”, ya que es un término demasiado amplio. Etimológicamente, los dos significados más conocidos de la palabra yoga son “unión” y “unificación”, lo que sigue siendo muy genérico. Limitándonos a un contexto metafísico, encontramos que los tratados clásicos definen al yoga desde dos perspectivas diferentes. La definición más difundida dice: yoga es la supresión de las modificaciones —u ocupaciones— de la mente (yogas chitta vritti nirodhah); la segunda definición es: yoga es la unión del alma individual con el alma suprema —o universal— (samyoga yoga itiukto jivatma paramatmanah). En ambos casos se explica al yoga como un estado especial de la mente, la conciencia o el alma; simplificando bastante, podríamos relacionar ambas definiciones diciendo que la supresión de las modificaciones mentales conduce a la trascendencia de la individualidad, a la unificación con una Conciencia pura e infinita, un estado expandido de autoconciencia.

En clase

Pero ¿qué tiene que ver todo esto con una “clase o sesión de yoga”? La relación es que si bien el yoga se puede definir como un estado especial de conciencia, también es yoga el método utilizado para alcanzar ese estado; y en el método del yoga están incluidas las asanas —posturas físicas— y otras técnicas psicofísicas que, dentro del marco de diferentes estilos, se enseñan y practican en las clases. En este contexto, yoga es también la unión armoniosa entre el cuerpo, la mente y la respiración.

En la vida diaria

Si nos detenemos en la explicación anterior, podríamos pensar que enseñar yoga consiste simplemente en guiar a los alumnos durante las clases para que realicen ciertas técnicas y ejercicios, un par de veces por semana. Pero hay mucho más. La práctica general del yoga se llama sádhana, en sánscrito, que se traduce como esfuerzo continuado para completar una tarea, o medio para lograr un objetivo. Entre los extremos de un simple ejercicio físico, por un lado, y el logro de un estado expandido de conciencia, por el otro, el yoga está presente en cada aspecto de nuestra vida. En la forma en que nos comportamos; en cómo nos alimentamos y cuidamos a nuestro cuerpo; en nuestros pensamientos, deseos e intenciones; en nuestros valores éticos y espirituales; en cómo tomamos nuestras decisiones; en la manera en que realizamos nuestro trabajo; en nuestra relación con las personas, con otros seres vivientes y con el planeta; en nuestra percepción y perspectiva de la vida, del mundo y del universo; en nuestro esfuerzo por ser mejores personas y por colaborar en la construcción de una sociedad más justa y benevolente.

Ayudando a aprender

Enseñar yoga no consiste en repetir frases inspiradoras o ejecutar posturas espectaculares; es necesario infundirle vida a las palabras y a las imágenes de los libros, mediante la conducta cotidiana y nuestras acciones concretas. Para quienes asisten a las clases, no es imprescindible abarcar la totalidad del yoga para disfrutar de sus múltiples beneficios. Pero para enseñar o, más precisamente, para ayudar a otros a aprender, debemos tomar al yoga como un sistema y estilo de vida. Eso nos permitirá responder a las distintas necesidades de los alumnos y, lo más importante, transmitir conocimientos de la forma más eficiente que existe: con el ejemplo. Después de todo, “enseñar” es “mostrar”, y lo que deberíamos mostrar no son habilidades físicas o intelectuales especiales, sino un estilo de vida simple, feliz y benevolente, la mejor prueba de que el yoga “sirve” para vivir mejor.

Para finalizar

A modo de cierre de esta reflexión, quisiera mencionar que quienes tomamos la enseñanza como medio de vida no cobramos por el conocimiento sino por nuestro tiempo y nuestro trabajo, lo que nos permite perfeccionarnos y ser más eficientes en la tarea que desempeñamos. El yoga, como todo saber, es patrimonio de la humanidad; no es la propiedad privada de ninguna persona y debe ser difundido sin discriminaciones de ningún tipo, adaptado a las variaciones de tiempo, lugar y personalidad, y teniendo como objetivo principal el bienestar y el desarrollo colectivo.

José Luis Ferrero

Instructorado en Yoga 2017

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