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Y la tierra era un mar de nucas

Tags: puedo
Entonces supongo que sí, que esto es lo que hay que pagar. Sentir que soy un ser despreciable que inunda los cuerpos a su alrededor con la inmundicia más grande; destruyendo el terreno, ahora lleno de abismos inmensos donde caer a diario, porque cada paso es titubeante y no Puedo saber exactamente lo que va a pasar después de apoyar el pie.

Y eso, eso es lo que duele, lo que molesta. No puedo abandonarme a manos ajenas, poderes siderales a los que venerar en trances para no ver la realidad que busca golpearme la cara. No puedo dejar que el señor de barba domine mis actos, que sea él quien intercale mis acciones pensantes con sus hechos casuales. No puedo, ya me bajé de la rueda de hamster, equilibrio suicida por el borde de la mesa.
Ahora prefiero ser cuña, ahí, clavada profundo en medio de cualquier felicidad. Y destrozarla. Sí, hacerla saltar en mil pedazos por el aire.

Por eso vine. Porque tengo que aprender a caminar sin las muletas de la vida prefabricada. Y me duele, no creas que no. Me duele no tener tarde-días-noches felices, plenas con el tubo catódico y luego creer que no queda más allá y que las noches se reducen a una frazada y los pies entrelazados.
Debo aprender a no pensar, que las neuronas se empasten en un caldo espeso; marea quieta porque igual no tengo adónde ir. No pensar, es eso, no sacar cálculos matemáticos de las horas que me restan por delante. De cada una de ellas. Porque en algún momento decidí empezar a correr con botas de gigante; y cada momento se transformó en un flash mínimo en mi línea de años; momentos como fotos fijas en la memoria y los recuerdos que siguen acumulándose. Porque se siguen agolpando. Porque todas las horas se llenan de polvo cuando las dejo atrás. Las hileras de dientes sonrientes pasan por mi almohada, una tras la otra mientras yo me muevo de vidriera en vidriera buscando no sé qué, la plata apretada en el bolsillo sin saber cómo gastarla.

Hoy sos vos la que se va. Y miro los ojos de negro discutido y quiero bañarme en esa inmensidad. Bucear hasta adentro de tu cabeza. Sacar las horas malas, lo sé, aquello que te aprieta y no te deja ser.
Y, ¿sabés? Es lo mismo que comprime mi corazón/razón; lo mismo que ella me hizo clausurar; años muchos pero la normalidad que nunca quiso volver a hacerse amiga.
Hoy te vas; gotas con sal rogando salir y mi pecho que no puede contener las ganas de abrazarte. Pero no puedo. Ya no puedo.

Cargo con algo que yo mismo busqué. Y es mi peso; es mi cruz, no la tuya. La bomba duerme una siesta larga en mis entrañas, próxima a detonarme la existencia. Porque nadie me quiere acá, de este lado del mundo; porque no nací para vivir en este momento ni en este lugar. Porque no nací; simplemente pagué el peaje y entré a ver que pasaba.
Hoy ya no quiero ver más; los ojos lloran de imágenes fétidas y mis ganas ya marchitas. Hoy quiero irme, hacerme bicho bolita en un puño y arrojarme lejos. Para no ver. Para no ser.
Igual te regalo besos, para que te los guardes en esa cajita de terciopelo negro. Y me llevo gracias; gracias por tus dedos tiernos; gracias por la mirada triste. Viajan conmigo, porque ya son pedazos de mi cuerpo.

Hoy me voy y no tengo ni idea de a dónde. Y quisiera saberlo, más que nada en este mundo. Así viajo, pateando pedazos de cuerpos, escombros de mi propia vida. Ya es hora de que me mueva, una vez más. Todavía quedan hectáreas de mundo por ser destruidas.


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