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EL PRIMER MONASTERIO FRANCISCANO DE CHINA 5

Los temores de Villarroel se hicieron realidad a finales de mayo, un oficial portugués interceptó una carta de Alfaro a Sande en la que decía: "Es de suma importancia la paz con los portugueses a fin de que no se repita el caso de que nos infamen ante los mandarines de China y frenar, de este modo, la conversión de estos infieles que se revela incierta y peligrosa". El escándalo estalló en Macao; las voces que pedían la expulsión de los espías sonaban mas fuertes que las que defendían a los franciscanos alegando su vida cristiana y caritativa. El asunto fue tomando un cariz desconsolador, hasta los más pacíficos de la ciudad estaban convencidos de que Alfaro sería expulsado a Goa, colonia portuguesa en la India, para ser juzgado por espionaje y traición. El nerviosismo se instaló en la Casa de los Franciscanos. Los frailes hablaban en murmullos para que Alfaro y Lucarelli no se enteraran de sus temores. "Nos expulsarán y ¿qué será de nosotros que somos portugueses?¿Cómo viviremos entre los españoles que no nos perdonarán esta ofensa? Tampoco podemos retroceder, en Macao seguirán viéndonos como los traidores que ayudaron a los espías...." Éstos y otros lamentos se pronunciaban en voz baja, temían la reacción, sobre todo, del Padre Lucarelli que se mostraba inflexible con ellos y no atendía ninguna de sus peticiones, ni siquiera la de darles un poco de carne para evitar desmayarse en las horas del centro del día, muy calurosas. Las miradas se volvieron furtivas y el silencio era como una losa en la mesa. Los rezos, sin embargo, se tornaron más vivaces, más suplicantes, tenían mucho que pedir.

- Hermanos, ya está bien de seguir en esta incertidumbre. Ruego me disculpen por haberlos obligado a vivir en esta zozobra durante los últimos días. No he querida precipitarme y tomar una decisión errónea. - Alfaro hablaba desde el altar, acababa de concluir la misa de la tarde y sólo quedaban en la iglesia los hermanos de la congregación. - Lo primero que debo decirles es que todos los rumores se deben a un malentendido. Nadie ignora que nuestra presencia en Macao ha molestado a muchas personas. Que nos hemos creado, sin pretenderlo, peligrosos enemigos. Mi orgullo me hizo desoír los cabales consejos del hermano Villarroel que, más cercano a las traiciones de este mundo, me advirtió de la malquerencia de algunos oficiales. Pero estaba tan enfrascado en la misión evangelizadora que no lo escuché. Mi única intención al escribir a Manila fue la de procurar la paz, ¡Demasiados peligros nos acechan en este reino de infieles para pelearnos entre hermanos cristianos! Pero mis palabras han sido tergiversadas y donde yo puse caridad, ellos leyeron traición.
Los hermanos escuchaban compungidos.
- El error, sin embargo, es sólo mío y se deshará en cuanto explique mis razones al arzobispo de Malaca. Estoy seguro de que Nuestro Señor, que tanto ha velado por nosotros desde que abandonamos Manila- miró a Lucarelli que tenía los ojos enrojecidos- y tantas compensaciones nos ha dado, como verles a ustedes sentados frente a este altar, no me abandonará en esta nueva empresa, He decidido tomar el barco que parte mañana hacia Malaca y de allí, si es preciso, continuaré a Goa. Pero no teman, mi fe me asegura que volveré y que, conmigo, traeré a más hermanos que nos aligerarán la carga que soportamos.

La voz de Alfaro se diluyó en su garganta, la emoción le ató un nudo en el estómago.

- Acérquese, Padre Lucarelli y arrodíllese –dijo en tono pausado. - Oh, mi compañero, pensaba que podría resistir a los portugueses siendo un español humilde y manso, pero aquí estoy teniendo que decir... Por la Santa Obediencia, te ordeno que aceptes mi cargo y mi oficio.


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