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Obediencia de vida IV (episodio final)

----(Los personajes ya estuvieron en Obediencia de vida, Obediencia de vida II, Obediencia de vida III)----

Toc..., toc..., toc... La puerta fue golpeada decenas de veces sin reacción desde el interior de la casa de José, en los suburbios de la ciudad. Eran las nueve de la mañana y el pibe dormía el bajón, como de costumbre a esa hora.

15 minutos después...

Toc..., toc..., toc...

-¡Qué Pájaro hijo de puta!, como se nota que se quedó en la casa anoche –pensó medio dormido José y decidió levantarse a abrir la puerta convencido de que su amigo le haría unos mates mientras se terminaba de despabilar-

Toc..., toc..., toc...

-Pará, ahí voy –vociferó el chabón mientras se desenroscaba de las sábanas y emprendía el camino a la puerta-

Los pelos, la cara y el aliento a perro oriundo de un basural municipal delataban el lamentable estado de José. La idea de encontrarse con Renata del otro lado de la puerta lo sobresaltó. –Hoy la cago a trompadas, que no me haga una escena renatesca porque la mato –pensó y frenó el paso
unas milésimas de segundo-. Al abrir la puerta no estaba ni el Pajarito ni Renata.

-Hola Jimena –disparó sorprendido José, ante la rubia más linda de la banda de amigas de Renata-

-¿Cómo te va?, venía a hablar con vos, hay algo que no me puedo guardar más –contestó la dama y avanzó al interior de la casa.

José estaba con un bonito calzoncillo con la cara de Homero Simpson en las sentaderas, regalo que Renata le compró en su último viaje a Nueva York.

-Esperá que me visto, no esperaba a nadie a esta hora, disculpame –esgrimió amedrentado por la presencia de la codiciada Jimena

-Sentate, dale. Me gusta como te queda...

-¿Qué pasa? –preguntó al borde de un ataque de nervios el pibe que a esa hora prefería pensar que Jimena no estaba diciendo lo que él escuchaba.

-Relajate nene, vengo a contarte la verdad de Renata. Ella te tiene como su mascota, le gusta mostrarte delante de nosotras y jactarse de todo lo sometido que te tiene. Hace rato que le vengo diciendo que la termine o yo te iba a contar todo, pero no me hizo caso. Yo te quiero mucho y no me gusta que te haga esto –pronunció la rubia en tono demoledor.

-¿Perdón?

-Te estoy diciendo la verdad, ahora, si no querés saber me voy.

-Esperá, lo que pasa es que no entiendo. Renata es tu amiga, para qué me venís con todo esto. Yo sé como es la historia y me encanta, hago lo que quiero con ella.

-Yo te puedo dar más que ella

-¿¡Cómo...!?

-Así –soltó Jimena y comenzó a quitarse la ropa, lenta y sugerentemente.

José no creía lo que estaba viendo. Pensó que las alucinaciones del cucumelo de anoche aún persistían y siguió la única estrategia que conoce con las mujeres: se hizo el pelotudo.

Después de tres horas de placer total, sintieron un nervioso golpear de puerta. Alguien desesperado parece estar del otro lado.

-Andá a ver, te van a voltear la puerta –aconsejó la mujer antes de que José encarara otra vez el camino de la cama a la entrada de casa con la incertidumbre metida entre ceja y ceja.

-Así te quería ver, necesito sexo del tuyo, ese que me gusta, vos sabés... –lo encaró Renata ni bien la puerta se despegó del marco.

-Bueno –contestó el pibe, fiel a su estilo-. La abrazó, la levantó, giró y la introdujo en la casa. La desnudó, la alzó en brazos y la condujo en estado de éxtasis hasta la cama.
El encuentro con Jimena fue difícil, abundaron los insultos entre las dos “perras”, como se definieron entre sí repetidamente, hasta que se fueron a las manos.
Y de tanta furia que fue y vino, las trompadas se hicieron caricias; las puteadas, feroces besos; y la cama que fue ring de box por un instante volvió a ser cama, caliente y acogedora.

-Dejanos solas –ordenó Renata a José

El pibe se puso el jeans, la remera de los Stones, la campera de cuero y las zapatillas Nike que dejó de usar el hermano de Renata; se mojó el pelo, prendió un pucho, tomó las llaves y se fue de la casa dejando una sola palabra flotando en el ambiente: -Bueno...



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