—Están tocando —susurró mi padre. Desde mi puesto en la ventana había visto al taxi detenerse abajo y al hombre que bajó de él con cierta dificultad, sujetándose de la puerta con las dos manos. Aún no era de noche, seguía latiendo una claridad aguachenta y efímera, aunque las luces del alumbrado estaban prendidas. —Voy a abrir —dije. —Acuérdate de que estoy durmiendo —volvió a