Una Mitad de la niñez
está atrapada en la lucha tenaz
entre los trofeos y los obstáculos,
la otra mitad, juega y ríe,
y en el medio de ambas
están las estatuas de sal
los insectos extraños
las horas de piedra y las siestas.
En la infancia se elabora la médula,
los elementos se reúnen
y como inexpertas aves
nos alzamos en el vuelo iniciático,
donde en ese indómito flotar
se fortalecen los sentidos y la piel
y aprendemos a cantar, a gritar
a soñar, a caminar con el pecho enfático.

Una mitad de las frutas
es para el nacimiento,
la otra, para la muerte,
y en el cauce que corre entre ambas
se deja llevar la vida, los amores
los trabajos y los oficios,
las artes y las religiones,
mas el amor, que se reparte
entre la tierra y los abrazos
expulsa eternamente
el aroma a verano, a huerto.

Una mitad del invierno
es para el fuego, la otra,
para las familias y las comidas,
los libros y aún las canciones.
La niñez transforma los días
en evocaciones como éstas;
los caminos se trazan invisibles,
y la muerte, los resiste, siempre.