Apenas terminó de materializarse, gritó: —¡Ya está bien, coño! El estentóreo bramido repercutió en toda la sala de la lujosa mansión del Sr. Aprieto, que palideció y se quedó encogido en el sillón donde había estado dormitando, vencido por el cansancio y tantas horas de aburrida espera. Sus ojos se abrieron a continuación como platos y bailotearon vertiginosamente, como si un centenar de