Después de todo, no era tan difícil invocar a los espíritus alrededor de una mesa. Los había por todas partes. En París mismo, por aquellos años, se aparecía regularmente y sin necesidad de invocación el fantasma de Jacques de Molay, gran maestre de los templarios, quemado vivo en 1314, el cual circulaba con suma desfachatez por la punta del «Vert Galant», la plaza Dauphine y el Pont Neuf.