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Alter Ego

A pesar del torrencial aguacero para Sandra esa era una noche como cualquier otra, en la que como siempre había que salir a trabajar. 

Sandra –quien en su alter ego se llama Roberto- perfuma su cuerpo avejentado por el hambre y el cigarrillo con una colonia tan dulce que resulta nauseabunda. En un tubo que simula ser el clóset de su tétrico y mohoso cuartucho, pende un cortísimo vestido de lentejuelas que alguna vez fue de color dorado. En el piso, sus grandes sandalias de plataforma tienen ya un aspecto por demás desgarbado de tanto caminar calle arriba y calle abajo. 

Frente al Espejo sin maquillaje, Sandra es sorprendida por el demacrado rostro de un Roberto que con mirada inquisidora le pregunta: 

– ¿Para eso quieres ser mujer? ¿Para vivir como puta? 

A lo que Sandra responde: 

-Soy una mujer de mente y corazón, encerrada en tu maldito cuerpo de hombre sin gracia Roberto. 

A lo que el hombre en el espejo responde con una risotada y exclama: ¡Pues vaya forma la tuya de darle uso! 

Sandra se concentra en sí misma, pintando su boca de un rojo escandaloso que, según ella resalta para sus clientes su mejor cualidad. 

Roberto -aún en el espejo- continúa observándola con una mezcla de desprecio y repulsión mientras le susurra: 

-Que asco de engendro eres… mal nacido, reniegas lo que llevas entre las piernas. Con esa ridícula apariencia te burlas de las hembras de verdad, las que pueden parir, ellas si son mujeres. Eres una aberración. 

A lo que Sandra responde: 

-Eres un macho cuando te conviene, cuando te sientes confundido vienes a molestarme para convencerte de tu virilidad. Muchos aguaceros han caído desde aquel día en el que te dejaste “acariciar” por José el vecino, tú y tu par de bolas se iban a pasar tardes enteras en su cuartucho de atrás. Pudiste haber dicho que no, pero te gustaba estar con él, el corazón se te aceleraba cuando se acostaban en su cama y hasta se bañaban juntos. Te enamoraste como un marica de José y todo el barrio lo sabía. 

El rostro de Roberto se encoleriza y grita: ¡Cállate la boca bestia inmunda, eso nunca sucedió! ¡No haces más que inventar historias de tus cochinadas y te empeñas en que todos las crean! ¡Yo soy un macho! 

Sandra toma ventaja en la discusión y le dice con ironía: ¡Roberto es marica como una florecita! ¡te gusta que te den por detrás! Tú también gozas con mis clientes, te tiemblan las piernas cuando un tipo atractivo se acerca. ¡Lárgate de una buena vez y déjame vivir mi vida de puta en paz! 

Roberto iracundo y lleno de indignación le responde crujiendo los dientes:  

-No sabes cuanto te odio- 

Sandra le responde con ojos llenos de rabia:  

-Si… lo sé, tanto como yo a ti-. 

La mujer frente al espejo trata de fingir que las palabras de Roberto no la han herido. Mientras desliza su amarillento y huesudo cuerpo entre el vestido, fija la atención en su rostro golpeado por el recurrente trasnocho, tratando de encontrar entre sus arrugas algo de gracia. 

-Me gusta mi trabajo porque es lo mejor que sé hacer. Ganarme la vida haciéndote infeliz y miserable. Nunca lograré ser una mujer completa en este repugnante cuerpo, pero tú tampoco tendrás el valor para ser un hombre- dice Sandra en voz baja, tratando de convencerse de que esa es su única y más optimista verdad. 

Sandra ahoga un sollozo y esboza una temblorosa sonrisa, para que Roberto no note que está a punto de lograr su objetivo y quebrarla por completo. Se aleja del espejo y termina de alistarse. Toma su bolso y finalmente gira la cerradura de la pieza en alquiler para abrirse paso a la faena. 

Abandona la habitación dejando atrás la imagen de Roberto quien le grita improperios desde el espejo. Sandra mientras piensa de qué manera abusará hoy de su cuerpo para humillar a su demonio, no deja de lado su más sensata salida, liberar a ambos de la pesadilla de convivir como un mismo individuo: 

-“Si de verdad eres un hombre, encuentra el valor para que podamos huir de este infierno de carne y huesos”.  

Sandra se funde en la lluvia y la oscuridad de la fría noche, que para ella era igual a cualquier otra noche, en la que como siempre “había que salir a trabajar”. 

Mayita López 

 




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