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Peregrina





En el oscuro horizonte del norte de Georgia, las montañas se juntaban como buscando refugio contra el frío de la noche, dentro la cabaña en que estábamos,  imbuida en el paisaje, todavía se oían risas y conversación de los jóvenes provenientes del primer nivel; mientras, en el piso de arriba, otros ya dormían profundamente. 
En la planta principal, como inéditamente, surgía una conversación entre dos desconocidos, sobre tiempos pasados, un poco de cultura, Dios, fe y aflicciones. 
Lucy (a quien llamaré así para respetar su privacidad) se había sentado al cruzar de la sala principal, como de perfil en relación conmigo, era tarde ya, y sin planearlo nuestra conversación se tornó amena, interesante y muy llena de contenido humano. 
Nuestras familias habían planeado este viaje para esparcirnos, compartir y descansar, todo aquello que trajera edificación y fortaleza al alma, no sólo era aceptable, era la meta. 
Esta sureña, me contaba que había perdido a sus padres en un mismo año, el cáncer se los había arrebatado. Ya era bastante dramático el saber que su padre se enfermó, justo meses después de que a su esposa se le diagnosticara un cáncer del cual no iba a reponerse, y con todo el partió antes que Ella. Ahora, con todo ese dolor, la depresión tomó lugar en el corazón de Lucy, y lo impensable, el invitado indeseado llegó: a ella también le diagnosticaron cáncer. 
Recuerdo que ella como yo, en la plática mencionamos el refrán:“uno sabe en dónde y cómo nació, pero ignora en donde y como morirá.” 
Y es que es tan cierto, que cada vida trae un sello distinto, y que todos reaccionamos a ella de diferente forma, a pesar de ello,  algo que tal vez sigue teniendo un patrón que se repite en los seres humanos es que, en el tiempo de angustia, como que encontramos una puerta que antes no veíamos, una puerta para acercarnos a Dios.
Eso le sucedió a Lucy, en medio de su desesperanza, por medio de amistades, decidió retomar el sentido de su vida y luchar por recuperarse de su tristeza; vencer esa enfermedad con ciencia y con fe.  Solo el tiempo le demostraría a ella que el Padre Celestial le había hecho más fuerte de lo que ella había pensado y que en medio de su enfermedad y limitaciones, también había otras personas de buena voluntad que le ayudarían a fortalecer su fe en Dios y el prójimo. 
En cada agosto, Cartago se convierte en un escenario de multitudes de feligreses católicos, unos que van a dar gracias por un favor concedido, otros porque tienen una petición, necesitan un milagro. Aunque en realidad, el evento se inicia meses antes, en los diferentes pueblos de Costa Rica, en donde aquellos que han hecho voto de ir caminando, no importando la distancia, inclemencia de tiempo y limitaciones económicas, se avocan a tener todo en regla para el día en que partirán para cumplir su promesa, para caminar un camino de fe. 
Lucy había encontrado en caminatas una experiencia motivadora para su vida, entre otras, había subido al Cerro Chirripó, y se involucraba en cualquier eventos similares. Pero su participación en lo que se conoce como romería a la basílica de Cartago, era algo más que un deporte o camaradería, se convirtió en una vivencia my personal, una en la que experimentó otra faceta de Dios que vive, de un Dios que se manifiesta en la fe. 
Viajar todos los días, ida y vuelta, desde la zona sur hasta San José a recibir en 20 minutos el tratamiento de quimioterapia, fue algo que se convirtió en una rutina para esta valiente mujer. En esa rutina Dios le permitió conocer un taxista, quien tuvo compasión de ella y le ofreció no sólo hacerle precio por recogerla en la parada del bus que venía del sur y transportarla a la clínica en donde era tratada, sino que la iba a estar esperando para llevarla de regreso. 
Lucy es una persona dulce, lucida y muy amable. Su gloria son sus nietos, sus hijos y sus nueras, de eso uno se da cuenta a la primera impresión. Nunca hubiera imaginado, al estar hablando con ella, el tipo de tristezas y luchas que ella experimentó en el alma, sobre todo porque tiene paz, porque inspira sosiego. 
La noche y la pequeña lámpara que iluminaba la sala, ocultaban como se humedecían mis ojos, al escucharla hablar de sus peripecias en la romería: ……. “que cuando toca  ir al baño, allá en el cerro de la Muerte, .... la mejor capa era una bolsa plástica, de esas negras grandes;.... de como se llenan los refugios, que a veces hay que esperar para comerse un gallo;....... que hay que aprender a andar para evitar ampollas, que hay que usar cierto tipo de zapatos…” 
A veces nos olvidamos, cuando vemos peregrinos, que muchos, sino todos, tienen algo que les aflige, que los hace caminar muchas millas, para encontrar consuelo. Se olvidan de las comodidades, los mueve, no el desespero, sino la fe sencilla, de que un Dios en lo alto, tiene respuesta a sus quejas. 
Hoy Lucy ha vencido, a ese cáncer que le hizo despertar, luchar por lo que Dios le ha dado, una vida para vivirla. Pero no se ha detenido, sigue siendo peregrina, porque dentro de su alma lleva un agradecimiento real, que no solo ha vencido el cáncer, venció la depresión y desamor por la vida.

















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