Cada día lloro un poco. Cada día voy botando un poco el dolor y tratando de llenar mi corazón de esperanza. A veces, sin embargo, siento que el llorar y el sentir dolor me mantienen unida a mi hijo, pero en el fondo sé que él quiere que sea paciente y valiente, y que espere a su regreso.
Tu espíritu es libre como el de un caballo; no estás atado ya a ningún cuerpo pues Dios lo dispuso así hasta que puedas venir a este mundo con nosotros. Pero eres también un guerrero que lucha por un objetivo mayor, que frente a las adversidades se hace fuerte para salir glorioso. Aprenderí de ti, seré para ti un caballo de guerra también; no desistiré, no perderé las esperanzas, guardaré dentro de mí esa imagen maravillosa en la que estamos todos unidos como una gran familia, frente al amor de Dios.
Te amo.
Siento que Dios me dice que tratemos de ver las cosas como las ve él y no como las vemos los hombres. A pesar de todo el dolor que acompaña esta experiencia que mi esposo y yo vivimos, debemos tener la certeza en nuestro corazón de que todo esto pasará y que pronto llegará una felicidad plena para nosotros, pues Dios sólo sabe amarnos.
La liturgia de hoy, Mc. 8, 34-39 me acompaña esta noche.