Get Even More Visitors To Your Blog, Upgrade To A Business Listing >>

El Plan de Dios

Ayer volví a escuchar a mi esposo tocar la guitarra después de un tiempo, señal quizá de que las cosas están mejorando, de que nuestro corazón se empieza a alegrar nuevamente. Ya lo empezaba yo a sentir así por momentos estos días después de la oración matinal y sobretodo después de regresar con mi suegra de un pueblo en San Juan de Lurigancho llamado Casa Blanca, un lugar como algunos dirían "olvidado por Dios", pero sin embargo poblado por algunas familias que aun no pierden la fe y que venían solicitando desde hace un tiempo una ayuda de la misión para encaminar a otras familias a que vivan según la fe.

Aquella fue, en definitiva, una experiencia nueva para mí, no porque nunca haya estado en una zona así, no porque nunca haya visto a personas en la extrema pobreza, sino porque nunca me había sentido como que realmente yo podría hacer algo por ellos, como que ese sueño de mi infancia... de ayudar a hacer misión en "Africa"... (porque una vez vi a esos niños por televisión) dejaría de ser finalmente una utopía y se convertiría en algo totalmente real, posible, alcanzable y sobretodo próximo. Es increible, pareciera que hasta las transmisiones de las neuronas de tu cerebro cambian apenas te ponen frente a ese tipo de realidades infrahumanas: una casa de triplay de dos pisos, una pareja con ocho hijos y con suerte diez soles en el bosillo para cada día, trabajando sies días a la semana... más de doce horas por día... Sentía que no era yo la que estaba allí dentro de esa casa sintiéndome absorbida por ese cariño gratuito de los más pequeños hijos de aquella pareja, absorbida por tanta necesidad y apego hacia alguien que ven como "un salvador"... Parecía un sueño... o tal vez, cuando recordaba mi casa, mi cuarto, mi modo de vida, mis comodidades, lo veía como una burbuja irreal en medio de un submundo real.

Aun así, con esta experiencia y casi con la seguridad de que Dios me estaba indicando claramente el camino por el que debía seguir ayudando a evangelizar a los niños y a los matrimonios de esas zonas junto con mi esposo y a través del Movimiento que creamos, cuando llegué a casa volví a recaer en una profunda pena por no tener a mi hijo conmigo. Recordaba a la menor de las niñas de esa pareja, de apenas 8 meses y una mirada muy expresiva, cuando la tenía en mis piernas sentía amor por ella, y al mismo tiempo me negaba a sentirlo, a entregarle a una niña extraña ese amor que no pude entragarle a mi hijo después de los 8 meses de gestación; me decía a mí misma: este amor no es para nadie más que para él; este amor voy a guardarlo para él... me niego a dárselo a alguien más...

Cuando llegué a casa recordando eso, otra parte de mí sentía que el espíritu de mi hijo, libre como es ahora, podía posarse sobre cualquier cuerpo terrenal aunque sea por décimas de segundo o por minutos enteros... entonces podría darle mi amor a esa niña, a algún otro niño que necesite de amor, o a cualquier persona necesitada de Dios. Su espíritu podía ser tan elástico que, amando a toda esa austera comunidad de Casa Blanca, estaría amándolo a él.

En la noche, después de que mi esposo se acostó, no pude evitar llorar. Me fui al otro cuarto, me puse de rodillas y boté todo lo que tenía contenido. Lloré y recé con una oración que encontré en uno de los tres libros que estoy leyendo al mismo tiempo (respuesta a la necesidad de llenar el vacío del alma, tal vez, o de buscar distraer mi mente...). Era una oración que, en resumen, le pedía a Dios que me ayude a sentir su amor, su ternura, su presencia, que me ayude a aumentar mi fe; en la que le decía cuánto lo necesitaba, cuán sola me sentía, sobretodo después de recibir el rechazo de casi toda mi familia por no comprender la decisión que tomé de dejarlo todo (literalmente) por Dios. Ahora caigo en cuenta que me he sentido así estos últimos días, a raiz de esta incomprensión de ellos, cuando más los necesitaba. Aquella oración parecía escrita por mí, me ayudó a hablarle a Dios desde lo más íntimo de mi ser.

Sin mucha expectativa aun, hoy me levanté con desánimo y un fuerte dolor de espalda... (para llegar a ese pueblo en San Juan de Lurigancho hay que tomar ocho micros, cuatro de ida y cuatro de vuelta... y mi espalda aun no se termina de recuperar de la epidural); nuevamente me encontraba postrada en mi cama, limitada, cansada, aburrida, desorbitada, desalentada y algo... hastiada de mi autocompromiso con Dios, algo que nadie me obligó y que escogí en busca de la felicidad plena. Era raro sentirme así cuando el día anterior Dios ya me había mostrado el "plan de acción" que tanto le pedía. Supongo que no puedo esperar sentirme completamente entusiasmada y derrochando felicidad de la noche a la mañana... tengo que ser justa conmigo, ha pasado menos de un mes desde que mi esposo y yo vivimos aquella pesadilla en la clínica, y a veces lo revivo incluso como si fuera ayer.

En busca de seguir con la mirada al frente y el ánmio erguido, mi esposo y yo fuimos en la tarde a inscribirnos en sesiones de Yoga y Meditación que iniciaremos mañana mismo. (Es posible que la película Comer, Rezar, Amar protagonizada por Julia Roberts nos haya influenciado con el tema de trabajar nuestra espiritualidad y despejar nuestra mente de tanta basura que cargamos en ella).

Sé que Dios se esfuerza sobremanera para demostrarme su amor, es sólo que a veces me niego a verlo y me acomodo en mi tristeza, en mi melancolía. Seguiré orando para no abandonarme en estos dos fantasmas que me persiguen, seguiré orando para hallar refugio, consuelo y fortaleza en Dios, en María, con paciencia y sobretodo con fe.


This post first appeared on Vivir Con Un Propósito, please read the originial post: here

Share the post

El Plan de Dios

×

Subscribe to Vivir Con Un Propósito

Get updates delivered right to your inbox!

Thank you for your subscription

×