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BARBARELLA

Ni se imaginan lo confusa que resulta la vida interestelar. Te pasas el día saltando de planeta en planeta, de estrella en estrella y, lo peor, de época a época, que es lo que tiene viajar en una nave que adelanta a la luz con la misma facilidad que un Porsche a un Gordini.

Así que un día desayuno en el siglo XXIII en Saturno y por la tarde meriendo en las toscas praderas de Marte 120 años después.  Hay que ser muy organizada para no perder la cabeza con este trasiego. Sobre todo con estos modelos tan poco prácticos de Rabanne que, siendo todavía un clásico en la Galaxia, es muy fácil que te tomen por lo que no eres.

Menos mal que todo ese movimiento tiene un objetivo: la lucha contra el mal.  Y hay mucho mal en la infinitud del Universo.

El poco tiempo  libre del que disfruto me gusta pasarlo en sitios exóticos, como un país delicioso del sur de Europa llamado España. En ese lugar pasé unas divertidas vacaciones en el 2010. Lo recordaba como un país avanzado, de hombres depilados y mujeres resueltas, cuerpos esbeltos de largas extremidades y una vida sexual bastante activa. Los restaurantes ya presentaban menús deconstruídos y en los clubs se bailaba buena música electrónica en un ambiente razonablemente higiénico. Pero, francamente,  todavía le quedaban unos años para convertirse en el país moderno que demanda una heroína de mis características.

Recientemente  regresé un fin de semana con la insana voluntad de comprobar sus avances y ver si por fin se merecía que me comprara una casita para mis ya próximos días de retiro. Para no cometer errores decidí aterrizar en la España del 2034, un plazo que consideré prudente de cara a mi necesario análisis antropológico.

Cómo describir lo que me encontré al llegar de nuevo… ¡Todo había cambiado! Los hombres lucían unas pelambreras infames y la media de altura había descendido unos 7 centímetros. Las mujeres, muchas de ellas con bigote, lucían sus carnes magras embutidas en trajes de telas baratas que aceleraban su sudoración incluso en situaciones de puro estatismo.

Me dijeron que la culpa la tenía la crisis de la que no habían podido salir en más de 20 años. (¡Qué sabrán ellos de crisis con lo que mis ojos han visto allende el Universo!) La merma de sus recursos les había llevado a una regresión gastronómica materializada en la vuelta al “puchero”. Un plato  hiper-calórico donde cabe todo menos los consejos de un dietista.

Ya Nadie se preocupaba por su aspecto y hasta la publicidad había cambiado sus patrones estéticos. Los restaurantes más sofisticados servían platos grasientos que los clientes devoraban con satisfacción animal.  Y ni rastro de avances tecnológicos. Por lo visto un apagón analógico brutal negociado por su gobierno les dejó sin recursos digitales sumiéndoles en la más absoluta ignorancia.

Tampoco había discotecas, nadie salía por la noche. Solo de vez en cuando se reunían en las plazas de los pueblos para celebrar un acto masivo muy desagradable que llamaban “verbena”.

Yo, muy afectada les ofrecí mi ayuda y mi red de contactos intergalácticos, pero fue en vano. Me dijeron que ya no se fiaban de nadie y que preferían vivir así, ajustándose a sus posibilidades. No querían ni oír hablar del futuro…. ¿Qué pintaba yo allí entonces?

Ahora ando loca buscando otro destino. Me han comentado que en Zimbabwe las cosas ya están como a mí me gustan, solo me queda elegir el año donde ubicar mis vacaciones. Ya les contaré…




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