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El Padrino y el vino, por Syrah


“Ahora me gusta más el vino que antes”, dijo ayer Marlon Brando en su interpretación de Vito Corleone. Lo dijo durante esa fantástica escena en que comienza preguntando a su hijo Michael (Al Pacino) por su familia, por su felicidad. “El pequeño ya sabe leer tebeos”, contesta Michael a su padre. Y Don Corleone sonríe, “¡ya sabe leer tebeos!” (vaya, vaya, que joputa el crío). Durante la conversación, en principio prosaica y familiar, se introduce la verdadera esencia de ésta “Te pedirán una reunión con Barsini en la que te prometerán total seguridad...A propósito, quien te haga la proposición....ése es el traidor”(y después de decir esto, me voy a echar una siesta).
...Decanta el caldo

Eché otro trago de mi copa de Montesoro, un vino del Bierzo crianza del 99 que me encanta. Es el último y gran consejo que el gran Don ofrecerá a su pequeño Michael. Después, se pondrá a jugar con su nieto entre las tomateras y le dará el telele.

Otro trago de Montesoro para aliviar el tracto digestivo, porque ante una escena tan brillantemente rodada, a uno le entra una incómoda angustia en el estómago debida a los celos. Me pasaba lo mismo cuando mi ex sonreía demasiado a los desconocidos.

Pensé en cómo era posible que el jodido Vito conociera tan profundamente el alma humana y sus entresijos. Hubiera sido un gran psicólogo de no dedicarse a la delincuencia. Esa astuta intuición, ese conocimiento formal de los métodos de la mentira y la seducción, en el fondo, son el por qué de que familia como los Corleone consiguiera subsistir dentro del mundo del hampa durante generaciones. Su verdadera cualidad, que les diferenciaba de los capos de las otras familias, era la capacidad para anticiparse a los acontecimientos y descubrir los movimientos de los enemigos antes de que ocurrieran, al igual que con métodos psicológicos, conseguir descubrir a los traidores.

Más tarde, Tesio, en el funeral de Don Vito Corleone, se acercará a Michael y le propondrá la reunión con Barsini. Está claro, él es el traidor. Si incluso Tom Hagen, que no ha escuchado la conversación lo sabe...¿Cómo es posible que no lo supiera el propio Tesio, un hombre que llevaba años trabajando para la familia? ¿No se daba cuenta de que haciendo esa proposición estaba firmando su sentencia de muerte? Hace años, reconozco que esta especie de precogniciones tan bien fundadas me parecían un tanto increíbles. Pero no cabe duda de que se trata de la cualidad de los Corleone por antonomasia.

Antes de morir, Don Vito ya había señalado a Barsini como el ejecutor de su hijo Santino: “Tataia es un perro, él nunca se hubiera atrevido con Santino. Tuvo que ser Barsini”. Y a tomar por culo. Nunca sabremos, porque no se explica en la película, si Barsini fue o no el que proyectó el salvaje asesinato de Santino, pero, qué más da. Palabra de Corleone en estos casos es tanto como decir palabra de Dios, la creación del mito conlleva su omnisapiencia.

Una vez localizado el traidor, su capacidad de venganza es casi infernal, sobre todo en el caso de Al Pacino, que llega incluso a asesinar a su propio hermano. Pero es cierto que, después de todo, los Corleone nunca inician una guerra por intereses propios, por acaparar mayor mercado, sino que son agredidos por otras familias que sí tienen esa ambición por quedarse con el imperio Corleone. Básicamente, parece incluso cierto que todo lo que hacen es por “el bienestar de la familia”. De aquí nace la ambigüedad moral que emana de la película: ¿Cómo podemos cogerle cariño a tal panda de delincuentes?

Entre otras cosas, porque reconocemos el talento, aunque sea talento para hacer el mal. Y los Corleone lo poseen. El talento para conocer el alma humana y sus reacciones adelantándose a ellas, para saber que Cuba está a punto de sufrir una revolución comunista que dañará sus intereses o para saber que la inversión en fundaciones legales pueden limpiar todos sus negocios corruptos.

Y al final, todo ese talento desaprovechado tras una vida. Terminas en una casa de Sicilia, viejo, con un perro vagabundo sentado al lado de tu silla, que cuando te caes de ella porque te acabas de morir ni siquiera se acerca a husmearte. Obra maestra.

Ahora me gusta más el vino que antes de verla.


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