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RETRATAR, en palabras de Malraux: "La llama de la Vida Inmortal"

Detalle Retrato de El Fayum, Egipto
Siglo II D.C


La tendencia a retratar es primigenia en el Arte tal y como el impulso retratista es originario en todo niño y niña desde la más temprana edad. Más allá de las formas, las técnicas y los estilos, más allá de la menor o mayor semejanza con la apariencia del modelo, la reproducción de lo que nos rodea, del si mismo y de los demás pareciera ser un instinto básico de la creación artística, un modo de aprehender la vida, un medio de la memoria y de la trascendencia. Retratar para captar y capturar, para recordar y testimoniar, para concebir y distinguir, para sujetar, asimilar e interpretar. 

Aunque la imitación de lo visible y su captura realista aparezcan como las máximas e innatas aspiraciones del Retrato Pictórico, Retratar no significa ni única ni necesariamente la imitación fehacientemente exacta de los semblantes y los cuerpos. No es la reproducción automática de los rasgos como quien saca una idéntica horma. Un  Retrato no es un molde de cera, no es una copia; como no lo son ninguna de las Obras que la Pintura ha creado a lo largo de los siglos, incluidas las que se juegan su estética en el realismo más riguroso o en la hiper-realidad más extrema. Por encima de los cánones y las tendencias estilísticas de cada tiempo, la verosimilitud del Arte del Retrato se encuentra en la fundación de otras realidades que se develan en el escudriñar en los semblantes y en los cuerpos. Es la pesquisa indagatoria de "lo invisible", aquello que compone un rostro y define sus facciones y atributos, su carácter; aquella emoción que puntualiza una complexión determinada, aquel pensamiento que cae junto a la mano que cae, el porque se enerva una piel o el porque languidece una mirada.  Ya sea desde lo sintético o esquemático, ya desde lo figurativo, lo estilizado o lo abstracto, ya desde la semejanza visual o desde una deformante transgresión es "lo invisible" lo que anima a la reproducción inanimada, el ánima del Retrato, su más genuina realidad. 


Francisco Dominguez Penis
 retratado por
CARLOS SALAZAR

Ven a Una Idea Mucho Arte

Este Retrato trasgrede las ordenanzas formales y significativas usualmente cumplidas en este género pictórico: fondo -que a veces tiene preponderancia como clave decorativa o por su tratamiento formal- y figura como exclusivos elementos de la composición; la significancia única o mayoritariamente centrada en el rostro, la captación de algún gesto corporal, el color como elemento neutral o, por el contrario, como clave de la comunicación. Aquí, se agregan elementos decidores en términos de Contenido y  la construcción del retratado apela a una doble dimensión como si, precisamente, se desdoblara en un Plano físico y en un plano mental y la ventana fuese el umbral entre ambos mundos. Considerando la apertura interpretativa que se genera, siento que ambas esferas de lo humano – el cuerpo y la mente- se escinden definiendo un resultado estético que amplía las posibilidades del tema y sus significados. Más que la incorporación de lo surreal o lo onírico, pareciese que al hurgar en la piel y en las facciones, en la gestualidad, en la mirada y el brillo de los ojos, el artista accediese al contenido mental y lo proyectase fuera: símbolo, arquetipo, emoción o pensamiento, evocación o deseo.

La mujer, en primer plano tratada composicionalmente de tal modo que no resta un ápice de importancia al retrato mismo, empequeñecida a la vez que sumamente pregnante, duerme aferrada a un libro abierto. Una imagen cautivante y provocadora que sugiere al inconsciente. En ella se produce un contrapunto con el Color atmosférico y ambiental y aparecen notas en rojo, azul y blanco que le unen al fondo y a la figura principal.

El rostro del retratado es tratado con un realismo de gran expresividad y con un toque distorsionador que desequilibra las proporciones plasmando el estilo del artista, acentuando el carácter del retratado, otorgándole vitalidad y emoción: la psique necesaria para que el personaje sea una persona irrepetible. Es la captura del misterio que anida en nuestra naturaleza: todos iguales -ojos nariz y boca, tronco y extremidades- sin embargo, todos distintos. La energía que nos particulariza, “lo invisible”. Lo invisible que a la vez nos une.

Se produce la sensación de sincronía entre la fisonomía que se retrata y el tratamiento plástico con el que se traducen dichos rasgos; es decir, entre el paso/traspaso desde el original a la ficción del plano. La noble rudeza que transmite el retratado es reflejada armónicamente en un realismo austero cuyas formas poseen la corporalidad de lo escultórico, capaz de  captar con talento lo esencial: el trabajo de las carnaciones, los relieves y sobrerelieves de la piel, las marcas y el modo de mirar, la forma sutil y a la vez profunda de la mirada como espejo de lo interno, señas éstas que, en suma, definen una Identidad.

La identidad del retratado define la identidad del estilo. La identidad estética del artista devela la identidad del retratado, un íntimo y cómplice enlace que implica por parte de ambos coraje y entrega. Una cercanía que siembra entendimiento y fraternidad.



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