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"Sobre el superhombre" (Preliminar. Con miras a una mejor fundamentación)

Nietzsche, ese gran nihilista extraño, al que muchos, y no de pocas maneras, tenemos por un gran vitalista, no supo ver por dónde debía dirigirse para conseguir un fruto verdaderamente prodigioso de toda su filosofía. Por eso, al contemplar la imagen de su "superhombre", uno siente que está ante un fantasma cuya materialidad resulta siempre insostenible, siempre un delirio. Él solía referirse a este invento suyo con las mejores palabras intentando siempre mostrarlo como un personaje temible. Pero lo que realmente ocurría era que el personaje era no sólo temible, sino aterrador. Aquí no hay que confundir las cosas. El superhombre no era aterrador por que fuese alguien con una fortaleza devastadora, sino porque encarnaba la absoluta devastación de lo humano, la terrible nulidad de todos los atributos humanos acumulados durante milenios de evolución orgánica y psíquica, despachados de un plumazo por obra y gracia del método genealógico aplicado de modo implacable. Se esperaba que el superhombre, en este Sentido, fuese capaz de soportar lo que al hombre simplemente le resultaba inaguantable: A saber, su propia muerte intelectual, su supresión. El único ser capaz de llegar a semejantes límites y que pudiese seguir sosteniéndose sobre la faz de la tierra, ya se advierte, no tenía en absoluto que ver con algo humano: Debía ser el animal. El animal inferior. Nietzsche, el padre de esta criatura, sabía perfectamente el sentido último de su fantasía, por eso, su aspecto le resultaba aterrador. Al final, quizá llevado de un convencimiento supremo imposible de ser rebatido, de la verdad y certeza de un error increíble, acabó él mismo demostrando su propia teoría, primero dejándose atrapar por un torrente infernal de logos frenético, y luego por su completa anulación en un estado casi vegetativo. Es a la vez doloroso, conmovedor y maravilloso apreciar que Nietzsche auguraba ese destino tan horrible para sí mismo. Él mismo a veces se describía a sí mismo como "planta". No debemos ser injustos y crueles sin embargo, con un hombre caído de un modo tan desdichado por culpa de un error. Los errores en nuestros seres humanos más valiosos, siempre tienen mucho de ese brillo de oro con el que él nos enseñaba aquella "virtud dadivosa", por lo cual incluso merecen mucho más que los aciertos el derecho a su ocurrencia y el lugar en nuestro más alto sentido de la existencia. 


Partiendo de la cosa en sí, kantiana, de modo un tanto presuroso aún, pero no por ello lejos de la verdad, podemos llegar hasta la voluntad de poder nietzscheana (con Shopenahuer de por medio), observando en ella dos aspectos fundamentales: Que ella es la verdad, y que por lo tanto, el mundo de la apariencia, o la parte representativa del mundo, es siempre falsa. En Nietzsche se aprecia mucho más claramente este sentido falso del mundo de la apariencia. Baste leer ese pequeño y muy enfermizo librito, "Sobre verdad y mentira en un sentido extramoral", para entender hasta dónde Nietzsche sentía como falso el mundo de la representación. Es este sentido de falseamiento del mundo el que origina la enorme tensión que le hizo concebir a su criatura. Por más que Nietzsche se esforzarse en encontrar un punto de partida para salir del horrible infierno en el que se había metido, todas las soluciones viables en un sentido humano, habían de fundarse sobre los cimientos de la apariencia, de lo falso. Cada vez que tocaba plantearse la salida, la vía de escape, se sentía como necesaria, como absolutamente esencial, la apariencia, la falsificación del mundo. La otra vía, la de la verdad, era la pura bestialidad, que ya su maestro Shopenahuer había advertido. En este aspecto, como en muchos otros (en otros lugares he descrito a Nietzsche como un cristo invertido, o incluso, algo peor que cristo), Nietzsche se convierte en un ejemplo de lo que deseaba poner en evidencia: no le era posible a él desarraigarse de su invencible sentido de verdad y mentira respecto al la dialéctica de la voluntad y la apariencia. Muchos argumentan a  su favor,  que el filosofo no era sólo eso. Lo concedo, pero quitando el enorme aparato artístico, estilístico, exuberante, contradictorio y super matizado, nos queda fundamentalmente: voluntad como verdad y apariencia como falsedad. Este sentido tan arraigado de lo falso en él, le hace sentir lo otro, la verdad, como algo al final de cuentas inevitable, una fatalidad que ha de ocurrir quiérase o no, en el plano de ser del hombre, incluso en el plano ontológico. Bajo esta imagen puede apreciarse el individuo tan miserable en el que había llegado a convertirse. Por eso su criatura es una desgarradora situación en la que el extenuante sentido de la falsedad del mundo no puede jamás ser superado. Esa aparente contradicción del filósofo muchas veces justificada como forma natural de su pensamiento, como un aspecto formal de su gay saber, puede esconder en lo más profundo de ese drama humano que él encarnó, el reconocimiento de la inviabilidad de su sentido de la tierra en el marco de un mundo falseado, al que no puede nadie aproximarse como no sea mediante dicho falseamiento. Tanto pesó en Nietzsche esta certeza, que en muchas ocasiones hubo de dar marcha atrás, incluso deseaba estar equivocado. Todo era imposible, pues en el fondo nada sería verdadero. El superhombre era una superinutilidad. ¡Qué desgarrador escenario! ¡Qué contradicción tan maravillosamente lamentable! Y qué tristeza siente uno al ver a un hombre amante completamente cegado por su propia genialidad. 

De haber sido más perspicaz Nietzsche,  un poco más tramposo si se quiere, más inteligente en un sentido práctico, además de no haber carecido de la sensatez de ver en la apariencia, en la cosa dada, la única vía posible para el hombre. Si hubiese actuado un poco como Einstein con el tiempo y el espacio en su Relatividad Especial,  se hubiese dado cuenta de que la solución al problema no estaba en aceptar eternamente repetidas las condiciones de una vida absurda, sino en la total desacreditación de la cosa en sí kantiana, y por lo tanto en la reconversión de la vieja voluntad de Shopenahuer, en efecto de una configuración física de un mundo real, y nada más. Una negación rotunda de la posibilidad de la cosa en sí, nos deja lo dado como única realidad posible del mundo, además de recuperar su exterioridad, su independencia del sujeto. Mediante esta variación, Nietzsche hubiese hecho lo indispensable para la creación de un hombre superior, es más, hubiese comenzado por hacer lo que precisamente su criatura, de ser posible en la historia humana, hubiese estado destinado a llevar a cabo, como primera prueba de su valor: Devolvernos el mundo.  El valor del caos, el tormento de lo improbable, la angustia de la voracidad de la naturaleza, la pasión oscura de lo incierto, las criaturas de lo diabólico y repulsivo. Todos estos aspectos del mundo, todas las cosas que pueden ser necesarias para un tipo superior de hombre según un sentido de la tierra, un hombre absolutamente artista y dueño de una serenidad indescriptible ante las enormes revueltas de la historia universal, deben tener la única condición que no puede faltarle hasta al demonio más horrendo y que crea el sentido perfecto de un desarrollo sobrehumano: su realidad independiente.   El mundo volvía a ser el mundo. Nuevamente había donde se generasen las aventuras más extraordinarias. Nuevamente el mundo nos devolvía el mito, nuevamente el mundo nos devolvía a los titanes y a los olímpicos. 
El mundo nuevamente nos devolvía a Dios... 

















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