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FLONNY Y LA YEGUA MÁGICA

Era muy pequeño Flonny cuando perdió a sus padres. Ni siquiera lo recuerda. Sólo recuerda el día que decidió que iba a ser el chico más rudo que hubiera en la comarca. El más fuerte. Nadie le iba a pegar, nadie lo iba a compadecer, nadie notaría cuánta tristeza llevaba por dentro. Así que guardó su corazón bajo siete arcas y tiró las llaves al río.

Ahora, siendo un granjero exitoso no podía mostrar sus sentimientos, vaya, ni si quiera al espejo. ¿Cómo iba a vender el trigo al mejor precio si se ablandaba? ¿Cómo iba a hacer trabajar a los peones si les tenía compasión? Ni el mismo Flonny conocía el corazón de Flonny. 

Una tarde, a la hora a la que los Irlandeses le llaman la temprana noche, cuando el sol ya se ha ocultado pero aún queda su luz, llegó un anciano a su puerta. No tenía dónde dormir y le agradecería mucho que lo dejara pernoctar en el pajar. Flonny aceptó, no perdía nada y la verdad hacía mucho frío y no eran horas de que un anciano anduviera en los montes congelándose los huesos. 

A la mañana siguiente cuando Flonny disfrutaba de su primer café, el anciano se acercó al porche con una Yegua blanca caminando detrás de él. 

—Soy un mago, has sido una persona bondadosa y me has dejado entrar. Sé que encerraste tu corazón y has perdido la llave, pero hasta para ser fuerte y sobre todo para eso, se necesita saber qué es lo que guarda tu corazón. Por eso quiero regalarte esta yegua. Cambia de color según tu estado de ánimo. Si la ves azul es mejor que te prepares una sopa caliente y te apapaches un poco porque la tristeza sólo se cura con amor propio. Si la ves roja, por ningún motivo tomes la pistola y si la ves naranja es el mejor día para ir de día de campo, pues estarás muy alegre. 

Flonny se lo agradeció profundamente sin creerlo del todo pero al pasar de los días fue comprobando que era verdad. La yegua era como un termómetro de su estado de ánimo. 

Un día llegó una mozuela a pedir trabajo en la granja, era huérfana como él y necesitaba un lugar dónde dormir y un trabajo para ganarse la comida. La yegua entonces comenzó a mostrar toda la gama tonal que conocía, azul cuando la mozuela iba al pueblo y Flonny no la veía en varios días, naranja el día que la acompañaba al río a lavar y comían en la orilla después de terminar el trabajo, rosa cuando la veía planchar y doblar su ropa. 


Un buen día Flonny salió al porche por la mañana y vio a su yegua bajo el álamo del fondo: Refulgía toda dorada con tonos que nunca le había visto. Ese día supo que se casaría con la mozuela, la yegua mágica había ablandado  al fin de la dureza de su corazón. 


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