El 21 de febrero de 2013 comenzamos la aventura de escribir el blog Los árboles invisibles. La primera entrada estuvo dedicada al libro de David Haskell, The forest unseen. A year´s watch in Nature (El bosque que no se ve. Un año de observación en la Naturaleza) [1]. Una serie de lecciones de historia natural y sensibilidad poética que el profesor Haskell fue desgranando durante un año, a medida que transcurrían sus observaciones de un mandala virtual en el corazón del bosque.
En los cuatro años siguientes el blog, como un árbol, ha ido creciendo y formando anillos en su tronco con las 74 entradas que Hemos añadido, al ritmo aproximado de una al mes. Cada artículo surgió espontáneamente, inspirado por un viaje, una imagen, una lectura o una conversación. El proceso creativo ha sido deambulatorio, no planificado, pero siempre hemos buscado el conocimiento y la emoción asociados a los árboles.
Para Matusalén, el árbol milenario de la especie Pinus longaeva que vive en las Montañas Blancas de California, cuatro años y 74 anillos es apenas un suspiro. Sin embargo, para nuestras vidas y nuestra escala de tiempo, cuatro años es un período de tiempo relevante. Como ejemplo, en ese breve plazo se han deforestado unas 52 millones de hectáreas de bosques tropicales, con la consiguiente pérdida de biodiversidad. El dióxido de carbono de la atmósfera ha subido 10 ppm (partes por millón) superando por primera vez las 400 ppm, y sigue subiendo. En esta vida de ritmo acelerado que llevamos, volver la vista hacia los árboles, hacia su crecimiento pausado y su permanencia, nos abre una nueva perspectiva de nuestra relación con la naturaleza y sobre el sentido del tiempo.
En nuestro deambular hemos rastreado árboles en los objetos materiales cotidianos, como el lápiz de madera y el papel que usamos para escribir los borradores, las especias que aderezan nuestras comidas, o las esencias aromáticas que  perfuman nuestra vida social y espiritual.
Atrapados por la imaginación de los maestros literarios de ficción, hemos viajado a las sabanas de Mozambique con Mia Couto y hemos asistido a la misteriosa ceremonia del takatuka, nos ha emocionado la pasión de los amantes en el corazón del bosque inglés con David H. Lawrence, hemos acompañado a Robert Walser en su paseo por los bosques de las montañas de Suiza, y nos hemos abandonado bajo el árbol de la indolencia en la isla de Chipre con Lawrence Durrell.
Nos ha conmovido el impacto visual de las fotografías de Sebastião Salgado de la selva de Sumatra, la apacible atmósfera del grupo familiar bajo un castaño de Indias retratado por Federico Bazille y la trágica batalla de Arminio en los bosques de Germania plasmada en el lienzo de Anselm Kiefer. Mientras que el ingenioso y transgresor Ai Weiwei nos ha deleitado con su icosaedro truncado fabricado con palo de rosa perfumado.
Hemos disfrutado de la variedad de árboles en los bosques urbanos, como el Parque María Luisa de Sevilla que frecuentamos casi a diario, hemos conocido un sinfín de historias en el Botánico de Coimbra y nos hemos extasiado con la vista de Roma desde la colina arbolada del Orto Botanico.
Algunas especies de árboles nos han atraído especialmente para contar sus historias. Tuvimos ocasión de visitar al extraño tumbo de las hojas inmortales (Welwitschia mirabilis) en el desierto de Namibia. Nos entregamos a la fascinación por el fósil viviente de las remotas montañas de China, el ginkgo (Ginkgo biloba), venerado en los templos orientales y por muchos amantes de los árboles. En el Mediterráneo, el ciprés (Cupressus sempervirens), apuntando al cielo, nos llamó la atención con su pasado mítico y místico. Durante los paseos veraniegos nos acercamos al enebro de frutos grandes (Juniperus oxycedrus subespecie macrocarpa) que otea el mar desde los acantilados.
Los árboles están ahí, forman parte de nuestra vida, aunque no siempre seamos conscientes. En los veranos calurosos buscamos con fervor la buena sombra que nos alivia y refresca. El maravilloso espectáculo del reverdecer primaveral nos infunde alegría y optimismo. ¿Quién no ha subido a un árbol, de pequeño o de mayor, para ver el mundo desde arriba? Pasear por un bosque, entre árboles, mejora nuestra salud; lo sabemos, ahora además es una práctica japonesa de medicina preventiva.
Tras este tiempo de descubrimientos y escritura, nos sentimos contentos de la recepción que nuestro trabajo ha tenido en la blogosfera. En cuatro años hemos recibido más de 300.000 visitas de internautas realizadas desde 156 países, en su mayor parte desde España (36%), México (16%), Colombia (9%), Argentina (9%) y Estados Unidos (7%), y también un buen número de comentarios muy alentadores.
A todos los que nos seguís y a los que llegáis de nuevo, gracias por leernos.
¡Larga vida a los árboles!
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[1] El libro de Haskell fue publicado en 2012 por Viking Penguin, Nueva York. La edición española, titulada En un metro de bosque, ha sido traducida por Guillem Usandizaga y publicada por Turner, en marzo 2014.

Escrito por Rosa y Teo, jueves 23 febrero 2017.