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Niño Saharaui

Este Niño Saharaui es otra poesía del libro Canciones de Hierro (2015), disponible en Google Play y los distintos Amazon, donde también está en formato libro de papel. La verdad es que el poema me gusta sin ser de los preferidos. Y también es verdad que queda un tanto descolgado del espíritu del libro. Lo publico en blog ahora porque tiene algo de espíritu navideño aunque en el poema haga un calor terrible.


El poema nace de la observación, de la experiencia.  Luego viene el proceso mental. Muchas veces se habla de la magia de la poesía. Yo creo que es un complejo trabajo mental en el que por gracia o desgracia no entiendo o no controlo todas las etapas. Ojalá existiera esa magia que explicaría aquello que a uno se le escapa. En la creación hay un eslabón perdido, de eso sí que estoy seguro.


Niño saharaui

Y la tarde llegó, como los colores de agosto.
Llegó el niño saharaui, rodeado de una corte
de madres contentas por esa novedad,
una corta adopción de verano,
viendo, preguntando, y sin quererlo, zarandeándolo.

El niño saharaui harto.
Harto de caricias y besuqueos.
Sin hambre tras una merienda digna del rey Salomón.
Hastiado de tantos ojos que no lo dejaban en paz.
Como un mago que tiene el poder de la transformación,
el balón alcé, bola de mágica felicidad,
y señalé el campo vacío por el calor.
El fútbol sala nos esperaba.

Campo de pueblo, travesaños oxidados testigos
de la gloria efímera de los torneos de cada año.
Como equipo, no éramos gran cosa.
Las áreas, de cemento y tan desprovistas,
más parecían pistas para alunizajes solitarios.
Prohibido marcar dentro del campo contrario.
La mitad para mí, la mitad para ti.
Ley de chutes lejanos y buena suerte.

El niño enclenque metía unos cañonazos de Dios
hacia el blanco pollo relleno de proteínas que era yo.
Tenía que retroceder como una tanqueta
a cubrir la propia meta tras tirar a puerta
¡Los goles de vaselina, niño saharaui,
son afrenta que no se olvida!
La frente empapada, las piernas pesadas,
y el chaval grácil e incansable lanzando parábolas
que cruzaban el campo como planetas enigmáticos,
martilleando la portería que defendía
más con la honra perdida que con piernas y manos.

Pasó la tarde bochornosa.
El niño también sudaba,
pero su ceño seguía fruncido.
El mundo era un balón,
un balón discurriendo y discutido,
osado en los impetuosos disparos
hacia una figura lejana y ajetreada,
una sombra hecha agua,
eso quedaba de mi orgulloso yo.

Alzando la bandera blanca para atajar la goleada,
miraba al sonriente y victorioso niño saharaui
preguntándome  hasta qué punto tenemos derecho
a mostrar casas con bañera
y neveras repletas de combustible,
armarios cargados de angustias y coches climatizados
al niño saharaui que, en septiembre, volverá
a las silenciosas dunas, allá donde las estrellas corren
en la noche helada y no dicen nada,
que volverá a la aldea olvidada de otro pueblo
de la tierra sin pasado mañana,
allá donde la esperanza es un pozo con un hilo de agua,
allá donde el ayer reina en cada sueño aletargado
allá donde el viento barre la arena
y todos y cada uno de los nombres.§



Del libro Canciones de Hierro (2015). Lluís Viñas Marcus.



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