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CIEGOS, SORDOS Y MUDOS





¿Por qué hemos llegado aquí después de que, hace unos cuarenta años, constatáramos que no podríamos lograr una convivencia pacífica si la inmensa mayoría  no cediera- con tragaderas incluidas- Algo de sí mismo para convivir con el algo del otro?

Pues precisamente por eso, porque no sabemos, en realidad, lo que implica no tener una convivencia pacífica. Porque no hemos vivido lo que les sucedió a las generaciones que nos precedieron. Porque hemos decidido imponer lo que  una parte quiere ser sobre la otra parte, sin capacidad para ceder.



Presumirán que escribo de la situación política catalana y la española pero no me parece que tengamos que hablar de la bifurcada Cataluña, de quienes son independentistas y de unionistas.  Lo que creo es que tenemos que hablar de la malograda educación que, probablemente, tenga algo que ver en la forma de comportarse de nuestra sociedad en su conjunto. Eso sí, incluso en épocas de bonanza fue escaso el dinero invertido en educación.

La escasa educación y formación imperan en nuestra realidad social y no es de extrañar que seamos incapaces de resolver conflictos cuando no somos capaces de hablar con sosiego, con precisión del lenguaje y respetando, mucho, pero muchísimo, al adversario.



Para muestra basta un botón: El Parlamento. “Quite sus sucias manos de”, “es usted un miserable”, “su fascismo”, “mezquino”… Hay que respetar muy poco al que está en frente para dedicarle estos términos.

Claro que lo que ahí están no son más que una muestra de la sociedad española. Fijémonos en el espectáculo televisivo, en programas donde “idiota”, “cornudo”, “maricón”, “sinvergüenza” son términos habituales.

¿Y que me dicen de aquellos que necesitan decir “de puta madre” “joder”, “¡qué cabrona!” para arrancar una risotada al público asistente?

Parece que no nos limitamos y ese exceso tiene ciertas consecuencias, aunque no lo creamos. Porque no es lo mismo decir, “con su actitud no tolera” que llamarle a uno “fascista” que engloba un contenido mucho más amplio que una actitud concreta.

Aunque lo peor es el uso de términos que, ni siquiera, pueden ser descriptivos de una realidad sino que hacemos de ellos un “uso conveniente a nuestros propósitos”. Llamar a Alguien fascista sin serlo pero porque nos conviene. Llamar a alguien maricón para insultarle porque está fuera de un contexto en el que se habla de sexualidad y el término es peyorativo.


Admiramos a la persona más tosca, vulgar, peor hablada y con menos educación y formación del mundo. Nuestro héroe es un señor que le da, con maestría pero sin más, patadas a un balón. Nos basta con el hecho de que alguien diga cuatro palabras mal sonantes con cierta gracia para arrancarnos una risotada.  Oímos cómo fulanito cuenta algo tan íntimo, que ha dejado de serlo, como que se acostó con fulanita o menganita. Llenamos espacios de televisión  cambiando la personalidad de concursantes, de críticas nada intelectuales sino de cotilleos de barrio donde  impera el grito e incluso la mentira porque todo es espectáculo.  Asistimos a  tertulias, escasas, en las que cada cual sostiene un eslogan más que una tesis,  gente que no se sale del guión y que dice lo mismo semana tras semana. No existe independencia, imparcialidad ni gran nivel intelectual en los tertulianos.


Pero el que a hierro mata a hierro muere. Todos los gobiernos que he conocido han aportado más bien poco a la educación en España. Quizá preferían la opción de tener una sociedad fácilmente manipulada. Pero eso tiene un riesgo y es que los que son susceptibles de ser manipulados lo son para todos los bandos, van como una peonza a quien ha sabido manipularles mejor.

Y somos tan vanidosos que creemos que, por estar en el siglo XXI, no pasarán cosas que han pasado a lo largo de la historia. “¡Qué barbaridad! “, decimos “¡Pero si estamos  en el siglo XXI!” Cambien de siglo y seguro que la expresión se repetía en épocas anteriores.



No es la época,  la tecnología, la modernidad, la que cambia nuestro interior. Somos nosotros. Es verdad que tendemos a copiar. Lo malo es que vivimos un entorno en el que admiramos lo malo y despreciamos lo admirable, permitimos conductas reprochables, nos manifestamos con contundencia en la calle pero cuando vamos en el metro o en el autobús y un grupo de adolescentes se pone a gritar, nadie se atreve a decirles que ese espacio es de todos y que gritar perjudica a los demás.  Somos mudos cuando vemos a alguien ensuciar el espacio público, no queremos meternos en líos cuando vemos que alguien hace algo que perjudica a la sociedad, cuando tememos la reacción del otro porque seguro que será descontrolada.

Y cuando  nos damos cuenta, pues buscamos responsables mirando siempre hacia fuera, es la emigración, decimos, o la inserción de la mujer en el mundo laboral porque ya no tenemos tanto tiempo como antes para educar, o la televisión y todos los canales que hay, el consumismo, etc., etc. Pero eso, como siempre, es echar pelotas fuera.



Un simple “hago esto porque me da la gana”, expresión de un adolescente delante de sus progenitores, tiene ahora una reacción que no es la misma que la de hace veinte años. Da igual lo que sea vea en la tele. La cuestión es si te crujen los oídos cuando tu hijo-a te responde así o ni siquiera te das cuenta.

Ya ven, en mi humilde opinión,  a pesar de lo que vivimos socialmente, parece que individualmente, estamos sordos, ciegos y mudos.


Abimis 2




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