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Un "cuento" de Navidad




Parece leyenda, pero es Historia. En la nochebuena de 1944, en plena II Guerra Mundial, tres Soldados americanos, uno de ellos herido, perdieron el contacto con su unidad en la batalla de las Árdenas, y quedaron aislados en el bosque de Hurtgen, en la frontera germanobelga. No conocían la zona, no sabían hacia dónde se dirigían, estaba nevando y una espesa niebla apenas les dejaba ver un palmo más allá de las puntas de sus botas. El frío era un lobo predador. Después de pasar varias horas deambulando por el lugar, divisaron una cabaña perdida en la nada blanca que les rodeaba, pero de cuya chimenea brotaba una pacífica columna de humo que en esas circunstancias no podía resultarles nada menos que acogedor. Los soldados sabían que tenían pocas opciones. Si pasaban la noche a la intemperie no llegarían vivos al amanecer. Si llamaban a la puerta de aquella casa, podrían ser capturados por los alemanes... O no. La idea de calentarse junto a una chimenea durante al menos unos minutos les pareció lo suficientemente atractiva como para correr el riesgo.

En la casa vivía una mujer alemana, Elisabeth Vincken, con su hijo de doce años, Fritz. El esposo de Elisabeth servía como cocinero en las fuerzas del Tercer Reich y su hijo mayor había muerto en la Batalla de Estalingrado. Los tres americanos preguntaron a Elisabeth si podían pasar allí la noche. La mujer les invitó a entrar y los sentó a su mesa. Estaba haciendo una cura al soldado herido cuando, de pronto, cuatro soldados alemanes golpearon bruscamente en la puerta, ella les abrió y entraron con las armas en ristre exigiendo que se les entregara a los que ya consideraban sus prisioneros... Pero Elisabeth no era mujer que se arredrara fácilmente, era una mujer curtida en otras mil batallas vitales y vio a aquellos jóvenes como lo que parecían, un grupo de niños furibundos peleándose por tener la razón en un juego sangriento. Ella ya había perdido a un hijo en aquella locura y, quizás, pensó en las madres de todos aquellos chicos, casi todos de la misma edad que el suyo, que pretendían convertir su casa en un pequeño campo de batalla.

Elisabeth se interpuso entre los dos grupos de enemigos y dijo unas frases dirigidas al grupo alemán que ya forman parte de la Historia: "Ellos -dijo señalando a los americanos- podrían ser mis hijos, como podríais serlo vosotros. Ellos, como vosotros, están hambrientos y cansados. Si queréis compartir nuestra cena, sois bienvenidos. Pero nadie matará a nadie en mi casa en Nochebuena". Y tal fue la fuerza y la convicción con que aquella brava mujer dijo estas palabras, que los soldados alemanes, que realmente estaban desfallecidos de hambre, cansancio y frío, aceptaron la invitación a sentarse a la mesa con sus "enemigos", con el pequeño Fritz y con la intrépida anfitriona que preparó para todos ellos una humilde pero especialísima cena de Navidad, a riesgo de ser acusada de traición y fusilada por dar cobijo a los aliados.

¿Qué ocurrió? Acabaron cantando villancicos todos juntos y, a la mañana siguiente, los soldados alemanes indicaron a los americanos cómo llegar hasta su unidad y les desearon "buena suerte".

Mucho tiempo después, en 1996, Fritz Vincken, el hijo de aquella mujer extraordinaria, viajó a Maryland para encontrarse con Ralph Blank, el soldado americano herido que cenó con ellos en la inolvidable nochebuena de 1944... El encuentro fue, como supondréis, conmovedor.

"Tu madre me salvó la vida", le dijo Ralph Blank.



Parece leyenda, pero es Historia. La Navidad tiene la virtud de despertar algo que -por desgracia- permanece dormido el resto del año para la mayoría de nosotros; esa convicción atávica, llegada de no se sabe dónde, que nos insta a ser un poco mejor con el otro, aunque sólo sea unos días, una pulsión extraña, en contra incluso de nuestra naturaleza "animal" que, por desginios de la selección natural, nos empuja a eliminar a quienes nos estorban.

Muchos piensan que la Navidad es la "época de los hipócritas", porque somos "buenos" solamente durante un par de semanas... ¿Y eso qué importa? ¿No es mejor ser buenos dos semanas, que no serlo nunca? Por eso celebramos ciertos días especiales, porque no nos comportamos de la manera correcta durante todo el año y debemos establecer un punto de atención. Por eso celebramos el Día del Niño, el Día de la Mujer, el Día de la Tercera Edad, para advertirnos a nosotros mismos y a la sociedad entera que hay una causa justa por la que seguir luchando pacíficamente, para recordarnos algo que está "mal" y hay que solucionarlo. El hecho de que el día después del Día del Niño sigan muriendo miles de criaturas de hambre en todo el mundo, ¿convierte la celebración de ese día en una efemérides hipócrita? La Navidad es el único día del año que nos recuerda que estamos aquí para hacer algo por los otros, para echar un cable, dentro de las posibilidades de cada cual, para advertirnos de que, o nos ayudamos unos a otros, o la nave se hundirá con todos nosotros a bordo. No hay otra salida. La Navidad pone de manifiesto nuestra verdadera naturaleza solidaria y espiritual.

¿Que los grandes almacenes se aprovechan de todo esto? Pues sí, toda lucha tiene su daño colateral :-)

Ojalá, algún día, ni la Navidad, ni el Día del Niño, ni el de la Mujer, etc. sean ya necesarios. Será un síntoma esperanzador de que ya nada ni nadie deberá recordarnos lo evidente.

Pero, mientras ese momento llega, os deseo, de todo corazón (sin hipocresías :-)), que paséis unas navidades llenas de armonía, luz, esperanza y todo aquello que necesitéis. Y que el próximo año sea mucho mejor.



Feliz Nochebuena.
Un abrazo a todos.
Ana




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