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Del movimiento


Nuestra dicha es el Movimiento. Más nos valdría que nada estuviera quieto, que nada estuviera fijo, que todo fuese inconstatnte. La inconstancia genera placer, nos predispone a amar. Aquello que se aleja, que pasa ante nuestros ojos, siempre tendrá delante de su imagen el misterio de lo indiscernible. Ese fenómeno por el cual sentimos amor, por el cual limitamos todas nuestras ofensas sólo a aquello que nos impide sentir su ida, el experimentar su radiante transformación. Todo lo que se mueve tiene un premio para nosotros, algo que es un nacimiento impreciso aún, un elemento sin forma, un pequeño pulular de impulsos que desaparecen y dejan el rastro de su resonancia. Únicamente de su resonancia. Pero somos tan amantes del movimiento, de lo inquieto, que deseamos que el sonido remanente aún se pierda para nosotros, aún deje más remanencia. No hay nada más hermoso que verlo perderse, que verlo hundirse en algo blanco y abultado, para luego sólo en un pequeño instante de felicidad imaginar que asomará. Que asomará. El movimiento es nuestra Gran cosquilla, nuestra gran espera; y en esa misma espera hay gran movimiento; junto al pequeño que sutilmente nos sigue elevando hasta la posteridad. El pequeño es como un suave rumor, como el sonido que produce la superficie del mar bajo el sol alumbrándole por encima cuando se va escapando. Aún no sé por qué es en estos instantes cuando más deseo tener hijos. Y no sé por qué en ello tiene cabida el diablo. Creo que es por la sutilidad que entraña, porque en lo sutil del movimiento retumba la gracia de todos los seres imaginados. Porque el movimiento deja todo en claro y todo incluido en su indefinición. Uno quiere dirigirse hacia él sin tener esperanza alguna de concretarlo. Uno sólo desea que se vaya, que no permanezca, así el diablo también se revoluciona; también resuena con encanto... 
Esto es el movimiento, Nuestro Gran dador de fortuna, nuestro gran y pequeño generador de lo amable. Y en esto hay algo que se mueve de un modo aún más maravilloso que el sonido de un piano, que una sonata de Liszt o que una alegría de Mozart... Eso es mi yo, es lo que más se mueve y lo que más amo de todas las cosas. Es mi yo el gran premio de mi existencia.



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