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Dos formas diametralmente opuestas de ver la vida, o el Arte, al considerarla.



Con una diferencia de cuarenta años en el mismo siglo del Renacimiento y el Manierismo, el Arte nos muestra aquí la versatilidad que dispone siempre para poder ver la misma cosa de forma absolutamente opuesta. Parmigianino y Pieter Bruegel, 1528 y 1567: La conversión de san Pablo. Según el texto evangélico el judío Paulo de Tarso cabalgando hacia Damasco cae de su caballo luego que una luz deslumbre a éste y al jinete. El Manierismo de Parmigianino compone una escena grandiosa de extraordinaria composición artística. Solo ahora el inmenso caballo y Pablo a sus pies. No hay nada más en la obra salvo un paisaje verdecido y deslumbrante a lo lejos. Los rayos de un sol atenuado aparecen para señalar el vínculo sagrado en la obra. Pero nada más. La figura del jinete caído mira a su caballo, no mira a ninguna otra cosa sorprendente o determinante para justificar una visión tan decisiva. Es una forma de representar el caballo ahora como un ser mediador, como un ser vinculante entre la luz poderosa y el hombre caído. Es Manierismo exagerado, las formas atribuidas a Miguel Ángel brillarán en toda la composición artística. Pero, sobre todo, es la representación de un símbolo de descubrimiento personal solo expuesto aquí, sin embargo, de un modo simplificado y minimalista. Sólo el ser humano receptor del mensaje, solo el motivo mediador del mismo y solo la luz que causó el sentido de todo eso. 

Cuarenta años después el renacentista Bruegel decide pintar la misma conversión de Pablo, pero ahora transformará toda la iconografía de un sentido como ese. Pinta un paisaje de paso por una cordillera abrupta con un numerosísimo grupo de personas que ahora cabalgan, caminan y pasan por ese desfiladero. Si no supiéramos el título de la obra ni siquera veríamos al personaje caído de su caballo. Es el mismo personaje de antes, pero ahora rodeado de muchos seres que condicionan, describen, determinan y componen así todo un entramado grupal para aquel mismo sentido. La primera impresión nos lleva a elegir mejor la primera obra, tanto para poder entender y definir el sentido del milagro como para identificar belleza con prodigio. El cuadro de Parmigianino asume la totalidad de los tres elementos compositivos necesarios -la luz, el mediador y el mediado-, y llenarán totalmente el plano principal de la obra. Sus colores nos asombran junto a la originalidad de una piel de armillo en el caballo engrandecido. En el caso de Bruegel no hay nada de eso en su obra, nada nos atrapará estéticamente tanto ahora como en el otro cuadro. Sin embargo, la originalidad de Bruegel es sutil, es muy creativa, es además psicológico o antropológico su sentido. Es decir, que la conversión, el descubrimiento, la visión o la transformación de un personaje se darán en una situación para nada personal, íntima o reveladora. Tal como fue la realidad, por otra parte. La leyenda lo dejaba claro, iba un grupo de personas -un ejército- con Pablo camino de Damasco.

Sí, hay verismo literario en la obra de Bruegel, frente a la de Parmigianino. Pero podría haber situado también al personaje principal en un plano lo suficientemente señalado como para evidenciarlo mejor. Pero no, en la obra de Bruegel el protagonista no se ve apenas, a menos que nos fijemos bien en un hombre con prendas azules que ahora estará caído en el suelo. Por tanto hay dos diferencias en Bruegel: una la pluralidad de personas y otra el plano tan secundario del principal personaje. Las dos cosas juntas hacen la obra de Bruegel absolutamente original. Es narrar algo relevante muy colateralmente ahora, incluirlo como una anécdota ante una composición mucho más grandiosa. Justo lo contrario de Parmigianino, que centra y focaliza todo en el único personaje principal de la escena. ¿Dónde veremos más sutileza cercana a la verosimilitud de la vida? Parmigianino no busca verosimilitud, busca belleza efusiva. Bruegel no busca efusión artística de belleza, busca contexto real y sustituible. Para el pintor flamenco la vida, como el Arte, debe referenciar cosas que se asimilen a una realidad. Cosas que puedan trasladarse a una visión global de las cosas, no a la única visión monolítica exenta ahora de otras connotaciones o percepciones o emociones o grandezas. 

Por eso el Arte nos viene a enseñar algo más de lo que, se supone, enseña. Por ejemplo, la belleza de la visión de una escena artística o es intercambiable o es explícita. Si es explícita no hay nada más que verla, que sentirla directamente antes de que podamos incluso entenderla. Si es intercambiable no hay belleza directa hay interpretación o hay narración encubierta. Cosas que harán de la obra mucho más que un mero ejercicio de visión placentera. Y esto último es lo que Pieter Bruegel el viejo compuso con su recreación artística tan particular de la conversión mística de San Pablo. Pero, entonces, concretamente, ¿qué nos enseña el Arte ahora? Pues que la visión de una misma cosa puede tener dos o muchas más formas de reconocerla o de exponerla. Que toda historia, concepto, idea, planteamiento, teoría, escena, etc..., puede tener varias formas de entenderse o de verse o de justificarse o de plantearse. Que no hay una sola. Que todas pueden llegar a cumplir el requisito de ser válidas, o de estar justificadas, o de poder ser entendidas o vividas o salvadas. Pero hay algo más que el Arte enseña. Que para que sean válidas tan solo una cosa es imprescindible y necesaria, además de las múltiples otras cosas para poder realizarla: que elijamos siempre al menos la belleza para poder apreciarla.

(Óleo de Parmigianino, Conversión de san Pablo, 1528; Cuadro Conversión de san Pablo, 1567, Pieter Bruegel el viejo,  ambas obras en el Museo de Historia del Arte de Viena, Austria.)


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