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Fueron las estrellas, el cielo estrellado, la diferencia magistral que hizo prevalecer un pintor sobre otro.



Cuando Vincent van Gogh (1853-1890) se inspirase en septiembre de 1888 en Arlés (Francia) para componer uno de los primeros nocturnos que crease en un lienzo, recordaría el cuadro que, un año antes, su amigo el pintor francés Louis Anquetin (1861-1932) había compuesto de un café famoso de París en un atardecer nocturno invernal. Este pintor había coincidido con van Gogh en la academia-estudio del maestro Cormon en París, donde ambos aprendían allí los secretos clásicos de la pintura. Pero Anquetin había comprendido, posiblemente antes que van Gogh, la evolución que el Impresionismo debía seguir para expresar las cosas de otro modo. Era una tendencia rupturista, propiciada en la Escuela de Pont Aven (donde Gauguin se influiría sobremanera) y que hacía aún más plano el enfoque artístico de un lienzo, en la manera en cómo los colores se expresaban ahora en el plano artístico de un cuadro. El arte japonés tuvo mucho que ver en el desarrollo de esta tendencia (llamada cloisonismo). Se perfilaban claramente los contornos de los objetos representados, formando así un efecto de superficie plana donde la decoración material era, además, una característica muy destacable. 

Van Gogh lo comprendió pronto, y utilizaría esa forma de pintar de contornos destacados también. Sin embargo, el genio holandés no acabaría de ver su estilo propio representado de esa forma, únicamente. Y entonces se marcharía el pintor holandés al sur de Francia, a Arlés, en la costa mediterránea. Pero, ahora las noches aquí no son planas, son estrelladas. Cuando van Gogh compuso su terraza del café de Arlés lo hizo con los rasgos característicos de la pintura de su amigo Anquetin: los perfiles contorneados de las cosas, las luces brillantes destacadas de los lugares iluminados, o el negro nocturno de los momentos de la noche. Pero, también compuso ahora las estrellas del cielo mediterráneo de Arlés... Con ellas, sin idearlo probablemente así, alcanzaría a descubrir el sentido profundo de su pintura: la emotividad exagerada de la vida entre las escenas humanas más descorazonadoras. Fue el primer nocturno estrellado que pintaría van Gogh, pero suficiente para descubrir el efecto fundamental que las cosas ambientales o naturales podrían representar en su obra. Con ello rompía aquel sentido plano, el decorado equilibrado de la pintura de Anquetin. Con ello, su pasión ganaría la partida de los contornos postimpresionistas... y la de la historia.

Louis Anquetin pasaría, sin embargo, a ser un pintor más de aquellos años deslumbradores. Su intuición, aquella forma de componer diferenciándose del Impresionismo exitoso, influiría en las obras de los famosos postimpresionistas más conocidos. Años después de su obra nocturna, Anquetin abandonaría la modernidad tan vertiginosa tratando de recuperar ahora los grandes maestros del barroco como un referente nuevo en las tendencias. Pero la historia iba claramente por un lado diferente. El expresionismo ganaría la batalla artística de la historia. Sin embargo, van Gogh moriría antes de todo eso. Él buscó toda su vida artística el momento, el lugar y la pasión necesarias para componer el mejor lienzo que su deseo le provocase. Lo consiguió, probablemente, sin él incluso llegar a saberlo. Porque es la pasión que mostraremos ante algunas de las cosas que se nos presentan en la vida lo que definirá, finalmente, la diferencia entre una decoración bellamente compuesta... o todo lo contrario: la emoción más destacada ahora entre la belleza apenas perfilada o contorneada de una obra.

(Óleo de Vincent van Gogh, Terraza de café por la noche, 1888, Museo Kröller-Müller, Países Bajos; Cuadro del pintor Louis Anquetin, Avenida de Clichy a las cinco de la tarde, 1887, Museo Wadsworth Atheneum, Connecticut, EEUU.)



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